Por Tania Pleitez Vela*
Lo primero que llama la atención cuando se leen los diarios de la poeta y narradora argentina Alejandra Pizarnik, es el número de veces que menciona la palabra angustia: «he descubierto que cuando no estoy angustiada, no soy». También habla de su vieja carencia, sus miedos, su tristeza primitiva: una «herida inmemorial. anterior a la palabra». Se llama a sí misma la abandonada, la huérfana, la inadaptada. ¿Por qué tanto pesimismo y tristeza? La respuesta la da la misma Alejandra: su profundo desgarro frente a la elección de aceptar o rechazar al mundo.
«Blaus»,1998. Antonio Beneyto.En una entrada de julio de 1955 escribe: «Aún no rechazo íntegramente el mundo. Aún me aferro a los engaños gestadores de ilusiones fantásticas. Aún sopla en mí la optimista esperanza de hallar el puente transitable entre los límites y el infinito. Aún no tengo conciencia de la total impotencia del hombre». Sin embargo, a lo largo de sus diarios se observa como ese rechazo fue creciendo: incapaz de acceder a la realidad cotidiana y doméstica fue naciendo una sensación de desarraigo, «un no sentirme en familia en el mundo». Más adelante dirá: «No sé hablar más que de la vida, de la poesía y de la muerte. Todo lo demás me inhibe, o, lo que es lo mismo, es objeto de mi humor». Para ella, el mundo era un lugar horrible, donde la inocencia se pierde demasiado pronto. De allí su afán por recuperar la infancia rota y lejana, «desenterrarla de su pantano de miedos», porque, según ella, frente al mundo, ni siquiera le quedaba un buen recuerdo de su niñez.
Desde temprano, escribir para ella fue un oficio sublime aunque agonizante. Son varias las veces en las que se retrata llorando sobre una hoja vacía, llenándola de signos, desflorando dramáticamente el papel. Pero a veces no todo fluía: «Siento un libro dentro de mí. Un libro que me atraganta. Un libro que me obstruye la respiración». En otras ocasiones se tortura sintiéndose asesina de la poesía porque, según ella, no ha logrado escribir una poesía verdadera, donde la infancia, el sexo, el corazón, los miedos, la sed y las ideas trabajen al mismo tiempo, nombrando un dolor y arrastrándolo a un proceso de alquimia, y se llama a sí misma mercachifle vana y superflua, meretriz del arte, intrusa. No obstante, su diario le sirve no sólo para arremeter contra sí misma y poner en duda su talento; estos cuadernos son también el lugar de experimentación donde «aprende» a escribir, a adquirir una técnica sólida, «un estilo que no se dio nunca, porque será mío». Son innumerables los ejercicios literarios a lo largo de su diario donde ya se reconoce el estilo único que llegará a consolidar: «La muchacha incendia la noche mientras una luciérnaga se suicida con una espada de papel».
Otra de sus obsesiones era la necesidad de escribir una novela nacida de la más sincera imaginación. En algún momento comenta lo genial y prodigioso que es Marcel Proust y, aunque sabe que se trata de un escritor profundo, de alma «rara y exquisita», subraya que le hubiera gustado más que el mundo que él describe en En busca del tiempo perdido, hubiera sido uno a partir de la imaginación y no de lo documental. Alejandra era exigente con la obra que quería crear: una inédita, de imágenes frescas. Se quejaba de que había llegado tarde al «banquete de la cultura universal», que ya todo estaba escrito, que había demasiados libros sobre cada tema. De allí su vehemente búsqueda de la originalidad. Pero para trascender el lenguaje ella sabía que tenía que adueñarse de éste. Esa búsqueda fue otra causa de su infierno personal. Se impuso una disciplina de estudio y lectura con el fin de encontrar las palabras que le permitieran exprimir su sensibilidad, imaginación e intelecto, todo al unísono. Pero no siempre estudiaba con la disciplina que ella se exigía, razón por la que sufría intensos remordimientos, se sentía traidora, traidora a su compromiso artístico, traidora a su obra. Más adelante revelará la razón primordial de esa búsqueda angustiosa: «¡He de tapar el fracaso de mi vida con la belleza de mi obra!».
Como una cadena, el anterior dilema la lleva a otro: aunque ávida de amar, intuye que el amor le quita tiempo a su devoción literaria, a las horas dedicadas al estudio y a la creación. Sin embargo ciertos temores la acechan frente a su forzada elección: «No quiero amantes (pues desordenarían las horas de estudio). ¡Al diablo! Tendrían que crearse burdeles especiales para mujeres artistas! Pero no los hay. ¡y es tan trágica la visión de una mujer madura sorbiéndose el cuerpo en la aridez de la noche! Y eso es lo que me espera. Esa imagen destruye todas las embriagueces sagradas». Es dramático, asegura en otra entrada, el tener que elegir entre la realización personal y el amor, y enumera una lista de mujeres que optaron por caminos solitarios para realizarse como escritoras: las hermanas Brontë, Gabriela Mistral, Clara Silva, Mary Webb, Edna Millay, Alfonsina Storni, Safo, Rosa Luxemburgo, Concha Espina. «Es irremediable», se lamenta. Este dilema recuerda a la soledad sin pareja que eligió Kafka frente a la literatura, único amor posible en su vida. Al igual que el escritor checo, Alejandra a lo único que le fue fiel a lo largo de su vida fue a la poesía. No es casualidad que los Diarios de Kafka fuera su libro de cabecera, al que tenía repleto de anotaciones y subrayado copiosamente.
Dedicatoria a Leopoldo de Luis, en «Las aventuras perdidas»Desde joven, Alejandra vivió angustiada por el miedo a enloquecer. Sin embargo, una parte de ella ansiaba la locura como imagen del paraíso, un terreno donde podían existir seres mágicos, fantasmas amados, el lugar de los ensueños frente a la pobre realidad y el hastío. Es cierto que su vida fue un intento constante de escudriñar su yo («Nada sino yo, este yo que muerde. mi horrible, mi tenebroso amor a mi yo»), pero no sólo bajo una óptica narcisista —Alejandra era más profunda que esto— sino, ante todo, para comprender su «locura». No obstante, también es cierto que intentó por todos los medios afianzar la lucidez y la cordura, que ella intuía sólo lograría a través de los libros, sus amados objetos, pues su tortura espiritual estaba encaminada a un propósito vital: convertirse en una escritora, una verdadera escritora. Su obra demuestra que no dejó ninguna asignatura pendiente. Desgraciadamente el precio a pagar fue demasiado alto. En 1958 escribió: «He meditado en la posibilidad de enloquecer. Ello sucederá cuando deje de escribir. Cuando la literatura no me interese más». En 1971, un año antes de su suicidio, ya decía: «Abandono de todo plan literario. Las palabras son más terribles de lo que me sospechaba. Mi necesidad de ternura es una larga caravana. sé que escribo bien y esto es todo. Pero no me sirve para que me quieran». El fin se acercaba.
* Este artículo se basa en sus años de juventud, anteriores a su estancia en París (1960-1964). Esta primera etapa sirve para palpar a una muchacha de inteligencia y susceptibilidad extraordinarias (tiene entre 18 y 24 años) e identificar temas recurrentes en su obra posterior y presagios vitales. La etapa parisina merece un artículo aparte pues allí vive años trascendentales y fecundos. No obstante, su descenso anímico se acentúa después de ese viaje.
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Texto: Tomado de http://cvc.cervantes.es/
Imagen: Tomada del buscador google.
26.2.10
15.2.10
Libros firmados por Alejandra Pizarnik
Los libros de Cortázar
Libros firmados
Alejandra Pizarnik
Sin duda, algunas de las dedicatorias más conmovedoras que se conservan en la biblioteca de Julio Cortázar, las encontramos en los libros de la poeta argentina Alejandra Pizarnik. «A mi Julio», se lee en Nombres y figuras. «Muchos besos en la frente. (__) de los ojos azules (Te extraño) Tu amiguita dés lettres».
Alejandra y el matrimonio Cortázar, Julio y Aurora, se conocieron en París y casi desde el primer momento ambos ejercieron sobre ella un papel protector, un tanto paternal o fraternal, de hermanos mayores.
Cubierta de «Los trabajos y las noches» de Alejandra Pizarnik. Cubierta del libro Los trabajos y las noches, de Alejandra Pizarnik. Sudamericana, 1965. Primera página de «Los trabajos y las noches», con dedicatoria autógrafa de Alejandra Pizarnik: «A Aurora y Julio con el amor definitivo de Alejandra». Junio de 1965Primera página de Los trabajos y las noches, con dedicatoria autógrafa de Alejandra Pizarnik.
Las dedicatorias de Pizarnik muestran cómo a lo largo del tiempo su situación personal se va deteriorando, en lo que se convierte en un estremecedor testimonio de la depresión y la locura:
A mis queridos Aurora y Julio, este pequeño Árbol de Diana prisionera —esta promesa de portarme mejor a partir de hoy —25 de febrero de 1963— y esta otra de hacer poemas más puros y hermosos —si me esperan.
Y sobre todo y ante todo, un inmenso y minucioso abrazo (es decir: 2) de Alejandra.
Cubierta de «Árbol de Diana», de Alejandra PizarnikCubierta del libro Árbol de Diana, de Alejandra Pizarnik. Sur, 1962. Primera página de «Árbol de Diana» de Pizarnik, con dedicatoria autógrafa
En Noche compartida escribe: «Besos infinitos a mis amiguitos Julio y Aurora y Aurora y Julio de su Alejandra». Y acompaña la dedicatoria con una pegatina casi infantil.
Primera página de «Noche compartida en el recuerdo de una huida», de Pizarnik.Primera página de Noche compartida en el recuerdo de una huida, de Alejandra Pizarnik. Buenos Aires, 1966.
Las dedicatorias van cambiando con el paso del tiempo, se vuelven desordenadas y un tanto caóticas.
Primera página de «Extracción de la piedra de locura», de Pizarnik. «A Aurora, / a Julio, / con amor, / sin locura, / con hiedra, / sin piedra, / con brío y bravura, / que no locura con abrazo / no [ ] / con 2 + 2 = 43 / un y dos / abrazos / y un barco fantasma / pour aller à la campagne / et un rêve pour / l’ èté / et un autre por l’hiver / ce qui fait 2 reves / (pas mal du tant) / 10 | 11| 67». «El 43 no es retraso es el ejemplar más pulcro y […] sopla Gabriela Mistral»Página de Extracción de la piedra de locura, con dedicatoria autógrafa de Alejandra Pizarnik.
En La pájara en el ojo ajeno se aprecia claramente cómo la enfermedad se presenta de un modo demoledor. Toda la página es un caos de notas, postdatas y comentarios desordenados que muestran una Alejandra que se coloca al borde del precipicio.
Su letra, nerviosa, no es fácil de interpretar. Utilizo la transcripción que de la página hizo Blanca Berasategui para El Cultural:
Julio este textículo les parece joda. Solamente vos sabés que el más mínimo chiste se crea en momentos en que la vida est à l’auteur de la morte. Muy tuya Alejandra.
Julio fui tan abajo. Pero no hay fondo
Julio, creo que no tolero más las perras palabras
La locura, la muerte. Nadja no escribe. Don Quijote tampoco.
Julio, odio a Artaud (mentira) porque no quisiera entender tan sospechosamente bien sus posibilidades de la imposibilidad.
PS
Me excedí, supongo. Y he perdido, viejo amigo de tu vieja Alejandra que tiene miedo de todo salvo (ahora, oh Julio) de la locura y de la muerte. (Hace dos meses que estoy en el hospital. Excesos y luego intento de suicidio —que fracasó, hélas)
PS En el hospital aprendo a convivir con los últimos desechos. Mi mejor amiga es una sirvienta de 18 años que mató a su hijo. Empecé a leer Diarios. Te apruebo mucho políticamente. Tu poema de Panorama es grande porque me hizo bien (lo leí en el hospital).
Cubierta de «La pájara en el ojo ajeno», de Alejandra PizarnikCubierta del libro La pájara en el ojo ajeno, de Alejandra Pizarnik. Papeles de Son Armadans 1970. Página de «La pájara en el ojo ajeno», con dedicatoria de PizarnikPágina de La pájara en el ojo ajeno, con dedicatoria autógrafa de Alejandra Pizarnik.
Alejandra Pizarnik se suicidó en septiembre de 1972.
Nota: Artículo completo en: http://cvc.cervantes.es/literatura/libros_cortazar/libros_firmados04.htm
9.2.10
Alejandra Pizarnik, mensajera de la luna
Alejandra Pizarnik Mensajera de la luna por Antonio Fernández Molina
Fue hacia mitad de los ¿felices sesenta?, durante la primera etapa de mi incorporación a Papeles de Son Armadans en Palma de Mallorca y hacia el de la etapa final de la revista Sur de Victoria Ocampo, en Buenos Aires, donde en sus páginas nos conocimos mutuamente. No tardó en llegarme una carta suya con un poema inédito para Papeles y un libro suyo. Con ello me llegaban deslumbradoras su poesía y su personalidad, la una idéntica a la otra. El libro, la carta y el original, eran convulsivos y conmovedores. Así incorporaba un nombre nuevo en la lista de grandes poetas americanas de nuestra lengua, siempre admiradas por mí: Sor Juana Inés de la Cruz, María Eugenia Vaz Ferreira, Juana Borrero, Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, Juana de Ibarbourou... A partir de entonces nuestra correspondencia sólo fue interrumpida por su muerte. Los sobres de sus cartas siempre estaban escritos a mano con su deliciosa letra menuda de niña genial, cuyo recuerdo no puede por menos de conmoverme. Sus cartas a veces contenían un sugestivo dibujo o collage realizados por ella.. Le publicaba sus originales con gran entusiasmo. Tengo la impresión, y no, creo equivocarme, de haber introducido su poesía en España.. Comunicaba al mismo tiempo mi entusiasmo a otros amigos, Antonio Beneyto entre ellos, quien ha realizado una espléndida labor difusora de su poesía, personalmente de palabra, por escrito y como editor en su Colección La Esquina, del libro inédito Nombres y Figuras (1969) -que ella me envio con tal destino- y con sus oportunas gestiones y alientos para hacerla preparar una antología de su obra que ya sólo pudo ver la luz en 1975, tres años después de su muerte, con el título de El deseo de la palabra, en la colección Ocnos, Barral Editores.
Sus textos, en verso y en prosa, siempre son poesía y la poesía enriquece el carácter de sus relatos que son también poemas, como lo son sus ensayos sobre textos que le fascinaron, así sucede con Nadja de Bretón y en especial con su alucinante y transparente comentario a propósito de los estudios realizados por Valentine Penrose sobre Acerca de la Condesa Sangrienta, aparecido inicialmente en Sur y publicado aparte como libro breve e intenso. En él, la prosa de Alejandra Pizarnik alcanza la máxima tensión y acentúa su permanente característica de no emplear ni un vocablo más ni uno menos, entre los más eficaces y hermosos, para desarrollar el tema.
Como flechas mensajeras de auténtica poesía, sus cartas, sus libros, sus dibujos, cruzaron el Atlántico y, luego de sobrevolar la península, penetraban en el Mediterráneo para dar en el blanco hacia el que se dirigían en la Bonanova de Palma de Mallorca. No era posible ni deseable el oponerle defensa a tales disparos.
Apasionada del arte -otra forma de poesía- Alejandra Pizarnik había abandonado sus estudios de Letras para realizar los de pintura con Juan Baffle Planas, artista de origen catalán que trabajó en Buenos Aires. Ella lo vivía y lo cultivaba con la romántica pasión con que lo hiciera un Victor Hugo y, de haberle prestado la dedicación temporal que utilizó en la poesía, pudiera haber sido un caso equivalente al de un Michaux, un Arp, o el de uno más de los poetas-pintores que enriquecen el panorama.
De cómo su poesía también se apoyaba en su conocimiento y su pasión por la plástico son buen testimonio sus propias declaraciones cuando dice: "... En cuanto a la inspiración, creo en ella ortodoxamente, lo que no me impide, sino todo lo contrario, concentrarme mucho tiempo en un solo poema y lo hago de una manera que recuerda tal vez, el gesto de los artistas plásticos: adhiero la hoja de papel a un muro y la contemplo; cambio palabras, suprimo versos. A veces al suprimir una palabra, imagino otra en su lugar, pero sin saber aún su nombre. Entonces, a la espera de la deseada, hago un vacío que la alude. Y este dibujo es como una llamada ritual".
Alejandra Pizarnik vivió y nos hace vivir la realidad verdadera de su propia leyenda.
Durante su etapa anterior, trascurrida en París, hizo innumerables trabajos. Uno de ellos fue el de poner en limpio el original de Rayuela de Julio Cortázar. Pienso como, entre las páginas de este singular libro, de alguna manera pueden estar escondidos su figura y su espíritu y ser ella uno de los personajes que le animan. El ejercicio de releerlo bajo esta óptica será sin duda bien fascinante aventura. También tradujo textos fundamentales del surrealismo, como La Inmaculada Concepción de André Breton y Paul Eluard.
Desde el Romanticismo y el Simbolismo hacia adelante, Alejandra Pizarnik estuvo atraída hacia determinados productos de la literatura francesa. Si de alguna manera una de las grandes constantes -casi un vicio- de la literatura argentina es la admiración de sus creadores por los escritores franceses, en esta ocasión responde a una identificación esencial. Pudo haber escrito en francés como su casi compatriota Supervielle pero sucedía que ella, como Borges, era sobre todo argentina, esencialmente bonaerense. Mientras su obra estuvo cordialmente emparentada con autores como Artaud, Michaux y los surrealistas en general, sus raíces se hunden más profundamente en un surrealismo intemporal y sobre todo en el Romanticismo alemán con afinidades con la poeta Carolina Günderrode.
Coherente y una con su obra, fue tan sensible cuan frágil a los inconvenientes de la existencia. Hermosa como uno de los más bellos y excepcionales productos de la naturaleza, su obra y sus gestos, humanos y literarios, fueron dirigidos a su fin mientras se defendía y escudaba con oportunos y naturales silencios. Vivía en la plena inocencia de sus actos, como escribía, y tanto hizo de su cuerpo su espíritu, como hijo de su espíritu su cuerpo. La acechaban los miserables condicionamientos del amor y de la existencia y estaba hecha para vivirlos en una atmósfera de personal pureza.
Sin hacer el recuento de sus palabras más frecuentes, la música de su recuerdo me sugiere las que son más escuetas y sugestivas, como en uno de sus intensos breves y testimoniales poemas: "bosque/silencio/espejo/muerte."
Son elocuentes estas palabras suyas: "Me gusta pintar porque en la pintura encuentro la oportunidad de aludir en silencio a las imágenes de las sombras interiores". Como también son elocuentes las que dicen: "La poesía es el lugar donde todo sucede. A semejanza del amor, del humor, del suicidio y de todo acto profundamente subversivo..."
Amiga del misterio, amaba en todo el profundo significado de lo infinito incomprensible, y de lo imposible, cual destinada a vivir y a realizar lunatiquerías de mensajera del astro. Vivió en un estado de disponibilidad constante hacia el absoluto de las cosas y de las relaciones. Después de renunciar a la vida, está situada en el cielo de los grandes poetas.
Nació en Buenos Aires en 1939 y murió por propia voluntad el 25 de septiembre de 1972.
Texto: "Alejandra Pizarnik Mensajera de la luna" por Antonio Fernández Molina.
Imagen: El orador por Camille Claudell en "Some Beautiful (If Tortured) Works
of Camille Claudel".