14.12.12

Debajo está ella, Alejandra

¿Poeta maldita o libretista de su propio mito? A 30 años de su muerte, los nuevos rostros del nombre mas enigmático de la literatura argentina.



Por Raquel Garzon.                                                                                                                                                                                              
Cuentan que cuando Alejandra Pizarnik era ya una poeta de culto, un joven escritor quiso homenajearla con un ramo de lilas, flores emblemáticas de su literatura. Casi sin mirarlo, la autora lo apartó como se despeja al no iniciado de las puertas de un club exclusivo: su devoción por esas flores, se sabía, era puramente literaria. Episodios como éste, en los que el "personaje alejandrino" (mítico ropaje de ficción) se confunde con la mujer blanca, menuda y de ojos verdes de las fotografías, explican que a treinta años de su muerte, Alejandra Pizarnik (1936-25 de septiembre de 1972) siga siendo el nombre más enigmático de la literatura argentina. Un misterio que crece ante la constatación vergonzante de que hoy no existen ediciones de Pizarnik en el país, salvo remanentes en librerías de viejo, porque las recientes publicaciones españolas se agotaron o nunca fueron traídas. Actualmente un conflicto de derechos mantiene demorada la impresión local de su Prosa completa, aparecida en enero en España.

Su obra ("una escritura densa y llena de peligros a causa de su diafanidad excesiva", como ella la definió en un reportaje de 1964), su vida (que terminó una noche en que los barbitúricos, por error o voluntad, fueron demasiados) y su leyenda (alimentada por el ideal surrealista de fusionar vida y literatura) han sido recitadas por devotos en trance y analizadas con lupa por la crítica, que la ha encontrado genial o kitsch, según el viento. En Internet, sus señas disparan 3.107 ofertas entre websites en varias lenguas, reseñas y papers.

¿Quién fue Pizarnik? ¿La transgresora que coquetea con la obscenidad en La bucanera de Pernambuco o la poeta de las palabras "puras", aprendidas en la tradición francesa? ¿La seductora de conversación deslumbrante y dicción de metrónomo o la tímida que, tras sorprender con un beso apasionado al escritor Ricardo Zelarayán, alegaba que había sido "un beso por prescripción médica", para exorcizar deseos lésbicos? ¿La "pequeña náufraga" de la leyenda o la hábil libretista de su propio mito que pinta César Aira en una biografía española, jamás importada a la Argentina? ¿La posesa que escribía durante 14 horas, anotando con colores rabiosos cada libro (como revela su biblioteca, un tesoro escondido en el barrio de Barracas) o la que dudaba de "la importancia de ''ganarse la vida'' una misma"?

En su biografía de AP (Corregidor), Cristina Piña distingue no menos de tres Alejandras adolescentes: la desenvuelta entre amigos; la silenciosa, que ya presiente un lazo con la escritura, y la que en los tiempos de la Facultad de Filosofía y Letras coteja hallazgos con Juan Jacobo Bajarlía, su mentor, mientras espera la aparición en 1955 de La tierra más ajena, su primer libro (del que luego renegará religiosamente). Están además los rostros de las infinitas cartas que escribió, mezclando poemas con dibujos, desde Buenos Aires, Miramar, París entre 1960 y 1964, quizá la época más feliz de su vida, y luego, al regreso. Reunidas por Ivonne Bordelois en Correspondencia Pizarnik (Seix Barral), revelan una Alejandra calidoscópica, tan dada al ruido y la bohemia como a la melancolía. Expurgado con celo —muchos de los nombrados aún caminan—, este epistolario testimonia amistades, blanquea pasiones —sus amores con Silvina Ocampo se llevan el primer puesto— y ofrece una bitácora de época.

A lo ya publicado y agotado, se sumaron de 2000 a esta parte textos que encarnan dos nuevas versiones: la Pizarnik sin cortes de Obra Completa (Lumen) y una breve biografía de César Aira (Omega), ambos publicados en España. La edición de la obra completa llevó veinticinco años. Esos avatares son contados por primera vez por la poeta Ana Becciú, protagonista de esa conjura positiva y factótum de las nuevas ediciones (pág. 3).

Poesía completa, el 1er. tomo, llegó a la Argentina en 2001, pero hoy es inconseguible. Sudamericana la reeditará en diciembre con pie de imprenta argentino. El 2ø, Prosa está demorado. A modo de anticipo, la escritora Ana María Moix lo "lee" para esta edición (pág. 4).

Del otro lado del mar, por la devaluación y la falta de olfato, quedó Alejandra Pizarnik, la biografía de Aira escrita para la colección de Vidas Literarias que dirige la novelista española Nuria Amat. Provocativa y personal, esta versión de Pizarnik garantiza comidilla cuando llegue al Plata. No porque sume información nueva o secreta (de hecho, Aira desestimó la chance de consultar los diarios de AP), sino por su punto de partida —la construcción deliberada del "personaje alejandrino"— y por el tono usado para narrar lo que se elige contar (cuando menos, ligero). En una maratón de 76 páginas se habla de fragilidad psíquica, plagio, adicción a pastillas de distinto tipo y "dificultad de vivir" como elementos usados por Pizarnik para armar su "mito de escritora" maldita (un concepto temprano del autor de Varamo).

Puesto a reconstruir la vida social de Pizarnik, Aira demuele a todo el campo poético de la época. En una operación provocativa típica de la vanguardia, donde resuenan los famosos "Epitafios" de la revista Martín Fierro, carga contra Raúl Gustavo Aguirre, fundador de Poesía Buenos Aires: "Uno de esos hombres angélicos que terminan volviéndose el centro de un amplio círculo porque nadie se decide a hablar mal de ellos". Oliverio Girondo y Norah Lange aparecen como dos divertidos empinadores del codo, Octavio Paz es una "pomposa mediocridad" y Roberto Juarroz, un mal alumno de Antonio Porchia. Luego, suma a Olga Orozco, Enrique Molina, J. J. Ceselli y los despacha en lote: "No eran jóvenes y llevaban apacibles vidas burguesas. (...) Pizarnik, con su cultivado aire de adolescente definitiva, su falta de empleo y sus vagas promesas de autodestrucción, fue adoptada por todos ellos con entusiasmo unánime. (Todos la sobrevivieron, y ninguno dejó pasar la ocasión de dedicarle un poema a su cadáver)."

Aunque la distinga como el último lujo de la literatura argentina, Aira presenta a Pizarnik como una niña eterna, mantenida de sus padres (inmigrantes judíos llegados de Rovne en el 34), torturada por el insomnio y el miedo a la locura. Un identikit de leyenda, incluso contra la intención declarada del autor, que en un brillante libro previo sobre la poesía de AP (Alejandra Pizarnik, Beatriz Viterbo), se había propuesto valorar la obra y erradicar el mito de la escritora suicida.

El personaje Pizarnik, por cierto, existía. Tomándose el pelo a sí misma, AP daba cuenta de él: "Me siento aún adolescente pero por fin cansada de jugar al personaje alejandrino", escribe en los 60 desde París a León Ostrov, su primer psicoanalista, con quien mantuvo una profusa correspondencia (ver pág. 12). De esa época data el proyecto Fragmentos de un diario, París 1962-1963, que se suma a los diarios que Pizarnik llevó entre 1954 y 1972. En ellos, la crítica Nora Catelli rastrea huellas de autores interpelados y asimilados en "bibliotecas paralelas. " Para Catelli, esta obra es única en nuestra lengua. (ver pág. 5)

El grueso de los papeles de Pizarnik se encuentra hoy en la Universidad de Princeton, EEUU. Pero en la Argentina quedan algunos tesoros. Pablo Ingberg, escritor y periodista, cuenta cómo en 1987 la biblioteca de Pizarnik llegó a su casa. "Yo trabajaba con Mario Nesis, sobrino de Pizarnik, en el Banco Central. Un día Mario me dice que había muerto su abuela, Rosa Brommiker, y que su madre —Myriam, única hermana de Alejandra— estaba pensando en donar la biblioteca. Me ofrecieron que eligiera algunos libros. Contraoferté: ''Elijan ustedes los que quieran donar, yo me llevo el resto''". Anotaciones de puño y letra , citas y comentarios son algunas de las sorpresas que depara esta joya en la que pueden rastrearse asombros y preferencias (Lautréamont, Ginsberg...).

Cada uno de estos textos aporta una pieza al rompecabezas Pizarnik, aún incompleto. Bromista lujosa, quizás AP reiría de quienes se debaten entre persona y personaje, encendería un cigarrillo para contrariar al asma que la acompañó toda la vida, y aguardaría el final del puzzle: en Diarios, hoy en suspenso a raíz de la salida de Esther Tusquets de Lumen, están los secretos y los nombres que faltan. Hasta entonces, la mejor tajada es del silencio.


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Texto: escrito por Raquel Garzón y tomado del blog Escritores "malditos" de todos los tiempos.
Imagen: periódico de la época.

2 comentarios:

  1. Analía8:49 a.m.

    ¡Y cuántos años tuvimos que esperar por sus Diarios en Argentina! Años de sed mirando hacia la otra orilla. Conocí su obra a mediados de los años 80. Un retazo de uno de sus poemas al borde de una carta de un remitente ya olvidado me empujó a buscarla por librerías y biblotecas. Pude amarla sin conocer su rostro ni su mito. Alejandra puede ser dibujada y desdibujada de todas maneras posibles, pero en su obra no hay espejismos. Solo su bella alma y sus abismos.

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