21.6.15
A propósito de la poesía de Pizarnik (o La transparencia suicida), de Marcos Vieytes
Notas escritas en los blancos de las páginas de tres o cuatro libros de la autora.
I
La poesía es sonoridad, dejarse llevar por la música interna de las palabras, que no es sólo la del sonido físico de ellas en el idioma original, sino la del espíritu de quien las escribe: es como engarzar trozos del ser en un lapso de tiempo o trazar su contorno en un espacio de papel. El resultado es algo parecido a una radiografía circunstancial del yo, o del yo circunstancial, que ya es otro yo una vez fijado en el poema. La poesía es desnudez, y Pizarnik no conseguía vestirse siquiera con la prosa: ni así podía ocultarse. Es un desprendimiento y desamparo tan agudo el que me abruma cuando la leo, que suelo espaciar la experiencia, escanciarla. Además de que al hacerlo, igual que con El oficio de vivir de Pavese, no me puedo olvidar de su muerte. Y pienso en los textos que leo como si fueran eslabones que le ataron a ella. Como si cada letra suya leída por mis ojos me hiciera cómplice del suicidio.
II
Además, esa mujer no deja nunca de conversar con quien la lee. Es imposible poner distancia entre uno y sus poemas. Arma con la segunda persona una intimidad que lastima. Porque se ofrece, pero uno sabe que ya es tarde. Y no sólo porque ha muerto, sino porque siempre lo fue. Aún con el poeta en vida, la poesía lírica no deja de ser nunca un soliloquio, una prueba de sonido que estamos destinados a ver (antes que oír) separados por un blíndex grueso y mudo, sin otra posibilidad que la de participar a la distancia, interpretando signos ajenos, lisiados. Doblemente crueles son entonces esos mecanismos discursivos, tan frecuentes en ella, por los cuales uno se siente invitado a entrar en sus poemas, a salir de sí mismo, sin ser nunca recibido del todo.
III
La rebelión consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos
IV
Siento que la suya es una escritura quebradiza. No diría débil porque hay un grado de fortaleza sobrehumano, monstruoso, en la continua exposición de sí misma que lleva a cabo, sino sonoramente frágil: pienso en ese estruendo de las hojas caídas de los árboles cuando son pisadas por las suelas de los zapatos de los transeúntes. Los huesos de los poemas de Pizarnik crujen. También pienso en la escritura de Silvina Ocampo cuando la leo (y en cosas que adelgazan por propia voluntad).
V
Tú haces de mi vida esta ceremonia demasiado pura.
VI
pureza que espanta
no sé si su poesía vuelve helada a la materia, pero sí que materializa la helada o que coagula o cuaja materias heladas: horrores, insanía, soledad
le da vida a lo frío, a lo más feo, a lo más solo y vacío de nosotros mismos
y con dulzura, encima
sin medir jamás las consecuencias
debe ser la más gótica de nuestros poetas, la más Poe-ta de todos
VII
Del combate con las palabras ocúltame y apaga el furor de mi cuerpo elemental.
VIII
Tarkovski decía que lo suyo no era ser profeta, sino poeta, decidor de plegarias. Son muchas las veces en que los versos de Pizarnik tienen forma de petición. ¿Qué hace uno con eso, entonces, impotente oidor de rezos que enfatizan nuestra pequeñez, nuestra falibilidad? Porque ya no hay -ni hubo nunca, es cierto, debo recordármelo para eludir esa fantasía inmodesta del héroe salvador- posibilidad de responder a eso. Leyéndola se queda uno siempre con la conversación atravesada en la garganta.
IX
Hay veces que dan ganas de violarle los versos ("Hay vestidos femeninos tan bellos que se querría desgarrarlos", El oficio de vivir, Cesare Pavese). Ganas de ser Randolph Scott en una de Boetticher, pegarle un par de cachetazos secos como hacían las grandes figuras masculinas del western para volver a la realidad a las mujeres que sufrían un ataque de nervios, y sacarla del trance lírico en el que se mete y nos mete con elocuencia suicida. El yo lírico de Pizarnik reclama una violencia amorosa que le permita recuperar los bordes físicos del mundo, las texturas, los volúmenes, la materia: su propio cuerpo, al fin y al cabo (acaso el amor no debería ser otra cosa que eso capaz de traernos de nuevo al mundo concreto tangible, en lugar de ese viaje fantástico que nos aleja de ello tentados por la especulación. ¿El amor como principio de realidad? También me extraña un poco formularlo, pero sí).
X
tú me desatas los ojos
XI
El destino –la posibilidad de comunicación o comunión- de muchos de sus versos, se juega en el sonido de las ‘des’ y de las ‘eres’. O en una coma de más o de menos (pero el poeta argentino de las comas, creo, es Saer, esto dicho sin haber casi leído a Juan L., de quien desciende o, más bien, deriva como si de un delta se tratara. Ramificación de la poesía de Ortíz, quien acaso sea el poeta argentino de los puntos suspensivos).
XII
La poesía de Pizarnik es una trampa de la comunicación. Proclama una cercanía que no clausura la distancia, sino la acrecienta. Propone un abrazo incorpóreo como el de los personajes de Kiyoshi Kurosawa en Kairo, que rodean el aire reclamados por un recuerdo o por la presencia inasible de los muertos. Pizarnik es la muerta elocuente que solicita ‘ayuda’ desde el más allá, el poema es su abrazo de Medusa o médium, y nosotros los que vamos a ella afantasmándonos con los versos abiertos.
XIII
Hay dolor extremo, insalubre, en Pizarnik, un dolor que te atraviesa como las agujas de las que habla en Una traición mística, un dolor/silencio que se chupa al lector y lo desangra, lo deja seco como en Lifeforce, de Tobe Hopper, en las que una fuerza extraterrestre encarnada en una mujer desnuda le succiona la energía vital a los hombres, y sólo quedan de estos los cuerpos arrugados como pasas de uva o frutos secos. La suya es una especie de poesía vudú, versión poética de Yo caminé con un zombie.
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Texto: anotaciones de Marcos Vieytes tomadas del blog Hacerse la crítica.
Imagen: fotografía de Pizarnik por Sara Facio.
15.6.15
Moradas
A Théodore Fraenkel
En la mano crispada de un muerto,
en la memoria de un loco,
en la tristeza de un niño,
en la mano que busca el vaso,
en el vaso inalcanzable,
en la sed de siempre.
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Texto: poema del libro Los trabajos y las noches (1965).
Imagen: "La marcha de la Muerte" (1896) de Magnus Enckell.
6.6.15
Lazo mortal
Palabras emitidas por un pensamiento a modo de tabla del náufrago. Hacer el amor adentro de nuestro abrazo significó una luz negra: la oscuridad se puso a brillar. Era la luz reencontrada, doblemente apagada pero de algún modo más viva que mil soles. El color del mausoleo infantil, el mortuorio color de los detenidos deseos se abrió en la salvaje habitación. El ritmo de los cuerpos ocultaba el vuelo de los cuervos. El ritmo de los cuerpos cavaba un espacio de luz dentro de la luz.
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Texto: poema del libro El infierno musical (1971).
Imágenes: serie fotográfica "Dead Lovers" de Laura Makabresku (marionetas de Justyny Banasiak).