10.4.15

Casa de citas


       "J'en parle afin de traduire un etat de terreur".
                                       Georges Bataille


--Hay como chicos mendigos saltando mi cerca mental, buscando aperturas, nidos, cosas para romper o robar.
--Alguien se maravillaba de que los gatos tuvieran dos agujeros en la piel, precisamente en el sitio de los ojos.
--"Odio a los fantasmas"-- dijo, y se notaba claramente por su tono que sólo después de haber pronunciado estas palabras comprendía su significado.
--Abrí la boca un poco más, así se notará que estás hablando.
--Me siento como si no fuera capaz de hablar más en la vida.
--Hablá en voz muy baja. Y sobre todo, recordá quién sos.
--¿Y si me olvido?
--Entonces bramá.


--Estoy pensando que.
--No es verdad. Cosas desde la nada a ti confluyen.


--A lo lejos sonaba indistintamente la voz de una muchacha que cantaba canciones de su tiempo de muchacha.
--¿En qué pensás mientras cantás?
--En que aquel sueño de ir en bicicleta a ver unas cascada rodeada de hojas verdes no era para mí.
--Sólo quería ver el jardín.
--¿Y ahora?
--Siento deseos de huir hacia un país más hospitalario y, al mismo tiempo, busco bajo mis ropas un puñal.
--Como vos, quisiera ser una cosa que no puede sentir el paso de los años.
--Supongo que el envejecimiento del rostro ha de ser una herida de espantoso cuchillo.
--La vida nos ha olvidado y lo malo es que uno no se muere de eso.
--Sin embargo, cada vez nos va peor.
--Entonces la vida no nos ha olvidado.


--Perras palabras. ¿Cómo han de poder mis gritos determinar una sintaxis? Todo se articula en el cuerpo cuando el cuerpo dice la fuerza inadjetivable de los deseos primitivos.
--Apenas digo el espacio donde se escribe el signo del reflejo de un pensar que emana gritos.

--Soy real-- dijo. Y se puso a llorar.
--¿Real? Andate de aquí.
--Algo fluye, no cesa de fluir.
--Dije que te fueras.
--Dijiste que me fuera. Intento hacerlo desde que me parió mi madre.
--Vos no existís, ni tu madre, ni nada, salvo el diccionario.


--Alcancé el maravilloso poder de simpatizar con cualquier cosa que sufriese.
--No entiendo. Fui al prostíbulo, y esa bella constelación de divinas difuntas.
--Entiendo. La crítica de la puta razón.
--Quedé asombrada con cantidad de asombro pues vi a una mujer montada sobre un animal en estado bruto.
--Mi miedo al dar a la vida un solo adjetivo.
--Siempre tropiezo en mi plegaria de la infancia.
--Siempre así: yo estoy a la puerta; llamo; nadie abre.
--Le dije cuanto había en mi corazón.
--Por eso huyó, ¿verdad?
--A la hora de morir uno canta para sí, no para los demás.
--Sólo en su canto podía reconocerse al amante silencioso.
--Dispersados serán por el mundo las mujeres que cantan y los hombres que cantan y todos los que cantan.


--Y entonces se vestirá tranquilamente con el hábito de la locura.
--De nuevo la sombra.
--Y entonces me alejé o llegué. ¿Tendré tiempo de hacerme una máscara para cuando emerja de las sombras?
--La sombra, ella está aquí. Casa de sal volcada, de espejos rotos. Yo había encontrado un pequeño lugar solitario, propicio para llorar. Esta vez la sombra vino a la tarde, y no como siempre por la noche. Yo ya no encuentro un nombre para esto.
--Esta vez vino por la tarde, y no como siempre por la noche. Volvió a venir, más ya no hallé, aun siendo día, un nombre para aquello. Esta vez parecía amarillo. Yo estaba sentada en la cocina con un fósforo quemado entre los dedos.


                                                     1971


***
Texto: legajo de dos hojas y media, papel tipo avión, corregido a mano por A. P. Versión publicada en Textos de Sombra y últimos poemas, Sudamericana, Buenos Aires, 1982.
Imagen: foto de Alejandra Pizarnik (fecha desconocida).

5.4.15

Las uniones posibles


La desparramada rosa imprime gritos en la nieve. Caída de la noche, caída del río, caída del día. Es la noche, amor mío, la noche caliginosa y extraviada, hirviendo sus azafranadas costumbres en la inmunda cueva del sacrosanto presente. Maravillosa ira del despertar en la abstracción mágica de un lenguaje inaceptable. Ira del verano. Ira del invierno. Mundo a pan y agua. Sólo la lluvia se nos dirige con su ofrenda inimaginable. La lluvia al fin habla y dice.

Meticulosa iniciación del hábito. Crispados cristales en jardines arañados por la lluvia. La posesión del pretendido pasado, del pueblo incandescente que llamea en la noche invisible. El sexo y sus virtudes de obsidiana , su agua flameante haciéndose en contra de los relojes. Amor mío, la singular quietud de tus ojos extraviados, la benevolencia de los grandes caminos que acogen muertos y zarzamoras y tantas sustancias vagabundas o adormiladas como mi deseo de incendiar esta rosa petrificada que inflige aromas de infancia a una criatura hostil a su memoria más vieja. Maldiciones eyaculadas a pleno verano, cara al cielo, como una perra, para repudiar el influjo sórdido de las voces vidriosas que se estrellan en mi oído como una ola en una caracola.

Véate mi cuerpo, húndase su luz adolescente en tu acogida nocturna, bajo olas de temblor temprano, bajo alas de temor tardío. Véate mi sexo, y que haya sonidos de criaturas edénicas que suplan el pan y el agua que no nos dan.

¿Se cierra una gruta? ¿Llega para ella una extraña noche de fulgores que decide guardar celosamente? ¿Se cierra un paisaje? ¿Qué gesto palpita en la decisión de una clausura? ¿Quién inventó la tumba como símbolo y realidad de lo que es obvio?

Rostros vacíos en las avenidas, árboles sin hojas, papeles en las zanjas: escritura de la ciudad. ¿Y qué haré si todo esto lo sé de memoria sin haberlo comprendido nunca? Repiten las palabras de siempre, erigen las mismas palabras, las evaporan, las desangran. No quiero saber. No quiero saberme saber. Entonces cerrar la memoria: sus jardines mentales, su canto de veladora al alba. Mi cuerpo y el tuyo terminando, recomenzando, ¿qué cosa recomenzando? Trepidación de imágenes, frenesí de sustancias viscosas, noches caníbales alrededor de mi cadáver, permisión de no verme por una horas, alto velar para que nada ni nadie se acerque. Amor mío, dentro de las manos y de los ojos y del sexo bulle la más fiera nostalgia de ángeles, dentro de los gemidos y de los gritos hay un querer lo otro que no es otro, que no es nada...




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Texto: relato publicado en la revista Sur, Buenos Aires, núm, 284, 1963.
Imágenes: fotografías de la serie "El ojo del amor" de René Groebli.