Sábado, 7
Ayer visité a M. He perdido. No sólo estoy más enamorada sino que es imposible que me ame. Me odio por amarla. Me odio y la amo sin esperanza.
Su temor de anoche cuando la quise llevar a mi cuarto. Me hacía sentir tan miserable. Y yo sólo quería verla en el sitio en que tanto la soñé: soñada y sonriéndome. He perdido.
Todo lo que le decía ella lo arrojaba como inservible. Mi amor en harapos volaba como un paquete absurdo y nauseabundo.
¿De qué vale anotar esto? Si al menos mi caída perdurara, si mi esperanza se mantuviera, si mi estado de golpeada (como si me hubieran dado anestesia) no cambiara esta noche o mañana.
Mi boca se cierra furiosamente, como si hubiera jurado no sonreír ya nunca más. Sospecho que ayer no hice sino cobrar mi cuota periódica de golpes y humillaciones. Pero creo que se me fue la mano.
Domingo, 8
No hice más que llorar y pensar en M. Anoche tomé diez pastillas para el insomnio. Pero no eran pastillas contra M. Nada puede sacarla de mí, como si yo fuese su prisión a pesar mío. Quién me eligió para llevarla dentro, por qué culpa lo merezco. Pienso en ella y lloro. Es la primera vez que
lloro después de tantos años. La última vez fue, creo, cuando mi amor por Ostrov, hace dos o tres años.
Tratar de ser simple y objetiva.
Este diario no expresa la verdad. Debo decirla. Ser exacta y lúcida y no temer la verdad porque ya no tengo nada que perder.
¿La amo o la odio?
¿La amo porque la odio?
¿La amo porque me odia?
¿La amo porque le soy indiferente?
Repetición de mis juegos antiguos: ir a donde me rechazan. Abstenerme de ir a donde me aceptan.
¿Por qué elegí a M. y no a otra?
En la rue Gay-Lussac un coche viejo lleno de cajones o de cajas de cartón. Me pareció ver adentro sentado a un anciano de abrigo y sombrero negro, pelo blanco, rostro hermoso y tristísimo. Me impresionó su soledad y me dije que nadie en el mundo sabe que este anciano está solo y triste en un auto muy viejo en una calle desierta. Pero de pronto me dije: ¿y si no fuera un anciano? Me acerqué y en efecto no había nadie.
En el cine me senté junto a una muchacha que me rozaba las piernas con gestos furtivos. Me emocioné y lloré en silencio. Después vino otra, su amiga, a buscarla y se fueron. Lloré hasta el final de la película.
En verdad, desde el viernes no hago más que llorar.
Me estoy consumiendo. Siento que me muero como El niño que enloqueció de amor.
¿Y si M. me envidiara mi amor por ella?
Creo que bebí tanto para no verla tal como es. Para ser libre con ella tal como yo la he creado.
Lunes, 9, 8 h
Noche de insomnio a pesar de que tomé diez pastillas. Lloré. Me odio más que nunca y odio mi cara y mi cuerpo pues los miro a través de sus ojos. Odio mi cara que no supo fascinarla.
Amo y no sé qué hacer. ¿Qué se hace en este mundo civilizado cuando se ama así?
***
Texto: Diario, enero de 1961 (Lumen, nueva edición 2013).
Imagen: escena de La vida de Adèle (2013),
El amor nos hace infinitamente débiles frente a nosotros mismos... E infinitamente desdichado frente al otro/a, no hay caso. A la felicidad le cuesta un poco más hacerse cargo de la situación.
ResponderBorrarSaludos,
J.