9.5.17

Apuntes sobre la colección Alejandra Pizarnik, por Daniel Canosa




Me permito una digresión. Hace poco estuve en la Sala Americana de la Biblioteca Nacional de Maestros, el motivo fue un llamado, no sabría describirlo de otro modo, que me llevó a consultar una selección de 12 libros pertenecientes a la poeta Alejandra Pizarnik, muchos de ellos subrayados y comentados por la autora. Se trata de ese tipo de decisiones que no responden a una lógica ni al trazado de un objetivo, decisiones que una vez tomadas, hay que tratar de entenderlas.

Ya se lo interrogaba Daniel Link en su feliz disertación sobre la colección Pizarnik:

¿Cómo usaremos esta biblioteca que llega hasta nosotros? ¿Como el fragmento vivo de una memoria muerta? ¿Como una reliquia? ¿Como una experiencia de videncia o como una historia de fantasmas?

Personalmente no sé muy bien que aporte puedo ofrecer como interpretación de aquellos textos marcados (configurados con un particular sistema de colores). Como bibliotecario pienso en el potencial de la colección, el gesto que se agradece –consultar libremente esos libros– sin otra finalidad que la curiosidad por abordar un material sin precedentes, en cuya compañía la poetisa construyó parte de su literatura.

El interés por la consulta de la colección surgió luego de haber conversado con el poeta y traductor Rodolfo Alonso, quien me había recomendado en una ocasión la lectura de los poemas de Georges Schehade. Como ya había leído parte de la poesía completa de Alejandra Pizarnik (edición a cargo de Ana María Becciu), encontré similitudes entre los textos de ambos poetas. Posteriormente consulto la Colección Personal en el catálogo de la BNM y encuentro el libro de Schehade en el campo de autor, situación que originalmente motivó mi visita a la biblioteca.

Para efectuar la selección tomé por criterio consultar el área de notas de los registros bibliográficos consignados por los responsables del catálogo, en especial aquellos libros que fueron intervenidos por la autora (notas, estudios críticos, subrayados) en detrimento de aquellos que simplemente figuraban con dedicatorias o sin comentarios. Hubo en la elección meras adscripciones estéticas, con la intención de encontrar proyecciones de las lecturas frecuentadas en algunas escrituras de Alejandra Pizarnik, especialmente en los libros Otros poemas (1959), Árbol de Diana (1962), Los trabajos y las noches (1965), Extracción de la piedra de locura (1968) y algunos poemas dispersos publicados póstumamente. La serendipia me llevó a consultar los libros de Octavio Paz, de ahí asomaron otras variables que intentaré devanar con inevitable precariedad.


Como se sabe, Alejandra Pizarnik (Buenos Aires 1936-1972) hizo de su obra un mito candente de la Literatura Argentina. Según consta en el sitio Web de la BNM, parte de sus libros fueron donados por su amiga y editora Ana María Becciú, constituyendo el espacio denominado Biblioteca Personal Alejandra Pizarnik, permitiendo realizar búsquedas por autor, título y tema, además de contar con índices temáticos y de autores, lo cual nos permite asomarnos al catálogo de las elecciones estéticas, inquietudes intelectuales y afinidades literarias que poblaron los textos literarios y críticos de Pizarnik.

En esa feliz ceremonia tardía, hubo algo que me llamó la atención, que fueran los libros de Octavio Paz –aquel gran escritor mexicano– los más “intervenidos” por Pizarnik, en especial uno de ellos: “Los signos en rotación”, conjunto de ensayos, artículos y notas que cultivan reflexiones en torno a la poesía, inusitadas muchas de ellas, lo cual me permitió trazar una precaria línea con respecto a la atmósfera que sobrevolaron algunos poemas escritos por Alejandra poco antes de morir (mientras estaba internada en la sala 18 del hospital Pirovano). Es como si los artefactos generados por la escritora estuvieran de algún modo embebidos del plano propiciado por aquellas lecturas. Me da la impresión que la prosa de Alejandra Pizarnik tiene un carácter tanto filosófico como confesional, heredado en parte por estos abordajes críticos. No puedo probarlo, se trata de una mera divagación que por alguna razón necesito compartir.

Mientras estuve analizando parte de la colección me detuve en los subrayados que Alejandra remarcó en los versos del poeta libanés-francés Georges Schehade (1905-1989), un “descubrimiento” personal reciente. Allí Alejandra traduce un verso del poeta de la melancolía:
“hay tanto adiós delante de tu rostro”. Lo llamativo es que en el libro “Puertas al campo” de Octavio Paz, hay un pequeño homenaje a la poética de Schehade, donde se encuentra aquel poema traducido, que Alejandra vuelve a remarcar en el mismo verso.

La lectura simple que alguien puede hacer es el impacto o representación de ese verso en la poetisa, un manojo de palabras que “dice” algo de lo que ella es, de lo que piensa con respecto a una situación de vida en donde se ve claramente reflejada: “hay tanto adiós delante de tu rostro” puede significar muchas cosas. Por alguna razón Alejandra lo marcó en dos oportunidades, “algo” de ella estaba en ese verso, “algo” que no merecía ser obviado.

Puede haber muchas interpretaciones en las sucesivas lecturas, de hecho la atmósfera poética de los libros publicados por Alejandra entre 1959 y 1968 comparten un tono con el poeta francés, razón por la cual no pude evitar establecer semejanzas con algunos versos marcados de Schehade, una suerte de correspondencia íntima, de melancólica cercanía hacia una forma de escritura que de algún modo la representó.

La tarea ciclópea que queda por delante es analizar cuánto de esa influencia aparece en los cuadernos y poemas de Alejandra, el sistema de marcado, el criterio de los colores utilizados, y las anotaciones en lápiz, para luego contrastar con los diarios privados desde donde volcaba o elaboraba su propia poesía.

Sin embargo, más allá de no tener conocimiento de la influencia del poeta francés en la poética de Pizarnik, se podría decir que tanto Schehade como Alejandra comparten un plano, hay en ambos un precario hilo en la construcción de algunos versos, algo delicado y a la vez tembloroso, algo que parecen abandonar, visible en las marcas que la poetisa realizó sobre los versos del poeta nacido en Alejandría.


Pero si bien aquí aparecen mínimos subrayados y traducciones, en los libros de Octavio Paz se advierten estudios, análisis, breves cuestionamientos y citas de otros textos, el autor de Libertad bajo palabra ofrece ensayos sobre literatura en los cuales Alejandra se detiene, indagando, "preguntando", hilando conjeturas, y trasladándolas a su propia escritura, de hecho –y haciendo un salto en el tiempo–  los últimos poemas escritos por Alejandra dejan entrever un cuestionamiento metafísico a través de la prosa ¿Cuánto de lo profanado por Octavio Paz aparece en la prosa poética y en los diarios de Alejandra Pizarnik? acaso la respuesta descanse en el “Archivo Alejandra Pizarnik”, ubicado en la Universidad de Princeton, Estados Unidos, donde finalmente fueron a parar sus manuscritos, variantes y correcciones, correspondencias, cajitas y sobrecitos en los que guardaba palabras o frases recogidas en lecturas y conversaciones, cuadernos en donde anotaba poemas o fragmentos de otros autores (se sabe, luego de la muerte de Pizarnik, y por pedido expreso de su madre, las poetas Olga Orozco, Ana María Becciu y Elvira Orphée recibieron el encargo de proteger estos documentos).

Una opción alternativa es consultar los libros “Pizarnik: prosa completa” y “Alejandra Pizarnik: diarios” ambos publicadas bajo editorial Lumen con edición a cargo de Ana María Becciu.
Curioso destino de estos documentos, además de las publicaciones referidas –que recogen parte del abordaje hacia los mismos– existen pocos espacios donde consultar “objetos” pertenecientes a la escritora, dos de ellos fueron citados: la Universidad de Princeton (escrituras y documentos varios, de enorme valor) y la Biblioteca Nacional de Maestros (los libros adquiridos que conformaron su biblioteca personal).

Si bien en general los ensayos devanados por Octavio Paz provocaron en Pizarnik profundas intervenciones mediante notas y subrayados, es notable el interés que suscitó en Alejandra las ideas del ensayista mexicano sobre el concepto de otredad, relacionando el acto de "ver" en el poema, para lo cual basó sus estudios en extractos de poemas de Arthur Rimbaud (Pizarnik remarca lo siguiente "Para Rimbaud el nuevo poeta crearía un lenguaje universal, del alma para el alma, que en lugar de ritmar la acción la anunciaría", y luego "La novedad de la poesía, dice Rimbaud, no está en las ideas ni en las formas, sino en su capacidad de definir la quantité d'inconnu s'eveillant en son temps dans l'ame universelle (El poeta definirá la cantidad de desconocido despertándose en su tiempo, en el alma universal). Para el escritor mexicano este concepto es "ante todo percepción simultánea de que somos otros sin dejar de ser lo que somos y que, sin cesar de estar donde estamos, nuestro verdadero ser está en otra parte. Somos otra parte" (es posible advertir similitudes con el concepto rimbaudiano "yo es otro", asimismo Pizarnik remarca en otro texto la palabra "simultaneidad" perteneciente al mismo cuerpo de ensayos).

"No soy, no hay yo, siempre somos nosotros, la vida es otra, siempre allá, más lejos, fuera de ti, de mí, siempre horizonte..." Para Octavio Paz la imagen poética es la otredad, para luego remarcar "La imaginación poética no es invención sino descubrimiento de la presencia”. Es en este tramo donde la poetisa se pregunta "¿y entonces, cómo la imaginación tiene que proponerse su descubrimiento?" más adelante consideraría como “dudoso” el tema del descubrimiento y la proyección en el poema, dos conceptos desarrollados por el poeta mexicano.

Hubo otra variable que se sumó a este triángulo, en la colección figura un libro de Rodolfo Alonso dedicado a la autora. Se sabe que este poeta argentino tradujo a Schehade (Los poemas, Hilos Editora, 2012) y siendo el miembro más joven de la agrupación Poesía Argentina, había conocido a Alejandra en tertulias literarias, sin embargo, consultando personalmente al autor obtuve por respuesta que no compartió charlas sobre Schehade, como tampoco hablaron de los ensayos de Octavio Paz, que le dedica a la autora sendas dedicatorias de sus libros.


Es interesante detenerse en las prácticas lectoras de Pizarnik, el modo en cómo frecuenta los textos, en ocasiones con remarcados que remiten a escrituras propias ["ver mi diario 24/2"], textos que traen citas o ideas de otros escritos y pequeños ejercicios de literaturas comparadas. En muchos casos las notas de importancia son resaltadas con colores, incluyendo comentarios en lápiz.

Otra característica que se advierten en las lecturas es la demarcación de conceptos:
Metafísica, Misticismo, Dualidad, Pluralidad, Erotismo y religiosidad (John Donne)
Lenguaje natural, Melancolía, Lenguaje y cuerpo, lo indecible (Artaud, De Quincey)
Soledad, Transfiguración, Videncia, Simultaneidad, (Octavio Paz) o como cuando un simple verso se asocia con escrituras de otros autores (de Octavio Paz "toca mi piel, de barro, de diamante" (que en lápiz Alejandra asocia con Mallarmé, Elliot y sobretodo Lorca).

No deja de ser interesante la dedicatoria de este libro:

Alejandra:
"Hay que salvar al viento"
Alejandra
Las palabras se queman en el viento
Hay que salvarlas
Octavio
París, a 18 de febrero de 1961

Ya que Octavio Paz (único Premio Nobel mexicano de Literatura) lo que hace es citar un verso que Alejandra Pizarnik publicó en 1956 en un libro titulado “La última inocencia”, allí se puede leer en el poema “Origen” lo siguiente:

Hay que salvar al viento
Los pájaros queman el viento
En los cabellos de la mujer solitaria
Que regresa de la naturaleza
Y teje tormentos
Hay que salvar al viento.

Como se ve, la importancia de la colección es enorme. El responsable de Sala Americana, Ariel Fort, licenciado en Ciencias Políticas, comenta que la colección Pizarnik es de las más consultadas por investigadores. Siempre consideré que las bibliotecas deberían tener un carácter dinámico e interrogativo con respecto al potencial de sus fondos bibliográficos, es lo que ocurre con esta colección, genera documentos desde los documentos mismos, un verdadero patrimonio cultural al alcance de la mano, solo se necesita tiempo, y dedicar un espacio a la lectura crítica, al análisis de las intervenciones semánticas, al estudio literario de las sucesivas interpretaciones motivadas por ese encanto particular de estar sosteniendo los libros que Alejandra sostuvo. Si nada de esto genera interés, al menos quedará el consuelo, como me ha ocurrido, de poder acceder a otras lecturas por el simple hecho de que la autora les dedicó sus marcados y reflexiones. La literatura es inagotable, y la curiosidad debería ser, como alguna vez lo remarcó el gran bibliotecario argentino Hugo García “inagotable, continua, paciente y persistente…”

Acceder a un libro por intermedio de un comentario o una recomendación es acaso una experiencia que puede cambiar la vida de una persona, el hecho mínimo suscita una inmensa gratitud. Es por las lecturas de Alejandra Pizarnik que terminé comprando el libro de ensayos de Octavio Paz. Es por las apreciaciones de Pizarnik que tomaré un lápiz y trazaré las mismas líneas en los textos frecuentados, como una guía, acaso será un modo de agradecer el intermediario que ella fue, donde arroja con sus anotaciones un poco de claridad conceptual (arbórea, siempre iridiscente) como relámpagos en medio de una noche, o como dice Luis Chitarroni, quien recupera en Siluetas (un gran libro sobre biografías literarias), este texto de Arno Schmidt, de su Dialoge:

Un hombre con pericia y tacto ha hecho de verdad el trabajo duro “leyendo = previamente”, conquistando y desmalezando mil volúmenes de material anticuado para usted. No hacer un uso agradecido de estas sugerencias significaría que mi propia arrogante falta de pensamiento dejaría de lado las horas preciosas, irremplazables que un predecesor venerable pasó leyendo por mí.

Se dice que todos los días se suben en Youtube 100 horas de vídeo por minuto, que en Facebook se publican alrededor de 3.000 millones de fotos al mes (sí, cerca de 3 mil por segundo), que en este momento la humanidad lleva almacenado alrededor de un Zettabyte (el equivalente a más de mil billones de disquetes), que los usuarios de Internet seremos más de 5.000 millones en unos ocho años, y sin embargo en los estantes de las bibliotecas están los libros, esperando lectores, la probabilidad de agregar nuevas páginas a la inmensa construcción, aunque más no sea una divagación, como finalmente ha sido este caso.



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Texto e imágenes: escrito por Daniel Canosa y tomado del blog Libros Vivientes.

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