30.11.13
Es un cerrar los ojos...
31
Es un cerrar los ojos y jurar no abrirlos. En tanto afuera se alimenten de relojes y de flores nacidas de la astucia. Pero con los ojos cerrados y un sufrimiento en verdad demasiado grande pulsamos los espejos hasta que las palabras olvidadas suenan mágicamente.
***
Texto: Árbol de Diana (1962).
Imagen: "La venganza de los peces dorados" (1980) de Sandy Skoglund.
29.10.13
Congreso Internacional Alejandra Pizarnik: ponencias
En esta página del sitio dedicado al Congreso Internacional Alejandra Pizarnik (1936-1972). Balances y perspectivas, celebrado en la Universidad de París, podrán escuchar todas las ponencias dadas durante los dos días (29 y 30 de noviembre de 2012).
www.congreso-pizarnik.paris-sorbonne.fr/programa.html
***
Fuente: tomada del sitio dedicado al Congreso: www.congreso-pizarnik.paris-sorbonne.fr/
24.10.13
has construido tu casa...
has construido tu casa
has emplumado tus pájaros
has golpeado al viento
con tus propios huesos
has terminado sola
lo que nadie comenzó
***
Texto: poema 16 de Árbol de Diana (1962).
Imagen: Emily Dickinson, fotografía tomada de la entrada de Wikipedia.
13.9.13
En un lugar para huirse
Espacio. Gran espera.
Nadie viene. Esta sombra.
Darle lo que todos:
significaciones sombrías,
no asombradas.
Espacio. Silencio ardiente.
¿Qué se dan entre sí las sombras?
***
Texto: Los trabajos y las noches (1965).
Imagen: arte de Giulio Paolini.
15.8.13
Había un payaso adolescente...
Había un payaso adolescente y yo le dije que en mis poemas
la muerte era mi amante y amante era la muerte y él dijo:
tus poemas dicen la justa verdad.
***
Texto: fragmento de "El sueño de la muerte o el lugar de los cuerpos poéticos" del libro Extracción dela piedra de locura (1968).
Imagen: "Arlequín sentado en un sofá rojo" (periodo rojo) de Pablo Picasso. La imagen fue tomada del sitio Missus S. Frances.
13.8.13
Mi sueño es un sueño sin alternativas...
Mi sueño es un sueño sin alternativas y quiero morir al pie de la letra del lugar común que asegura que morir es soñar.
***
Texto: frase de "Extracción de la piedra de locura" del libro Poesía completa (Lumen).
Imagen: tomada de Alejandra Pizarnik, una biografía de Cristina Piña.
21.7.13
Crepúsculo de domingo...
29 de julio [1961]
Crepúsculo de domingo. Las horas me arrastraron con una monotonía brutal. En principio: la palabra domingo es muy fea, no sólo por lo que evoca sino por su sonido, y sobre todo, por lo que no evoca. Pero aun dentro del domingo, aun comprimida dentro de una palabra muy fea, es preciso hacer lo siguiente:
1) Descalzarse; meterse en la cama con diligencia y vivacidad como una carta saltando dentro de un sobre; pasarse la lengua; cerrarse, estampillarse y partir.
2) A los cinco minutos te devuelven la carta. Destinatario desconocido.
3) Que se vayan a la mierda.
4) Comienza la agonía dominical. Qué hacer. Qué deshacer. ¿Qué libro leer, hypocrite lecteur?
***
Imagen: obra de Alicia Besada.
Texto: Alejandra Pizarnik. Diarios (Lumen).
8.7.13
Ojos primitivos
El color infernal de algunas pasiones, una antigua ternura. Los faltos de algo, de todo, al sol negro de sus deseos elementales, excesivos, no cumplidos.
Alguien canta una canción del color del nacimiento: por el estribillo pasa la loca con cu corona plateada. Le arrojan piedras. Yo no miro nunca el interior de los cantos. Siempre, en el fondo, hay una reina muerta.
***
Texto: Alejandra Pizarnik. Poesía completa (Lumen).
Imagen: foto de Leonora Carrington (tomada de Salud180).
4.7.13
La oscura
¿Y por qué hablaba como si el silencio fuera un muro y las palabras colores destinados a cubrirlo? ¿Y quién dijo que se alimenta de música y no puede llorar?
***
Nota dentro de Alejandra Pizarnik. Poesía completa (Lumen): “Densidad”, “En la oscuridad abierta” y “La oscura”, fueron publicados en 1969 como parte de “Nombres y figuras (aproximaciones)”, en la colección dirigida por Antonio Beneyto, La Esquina, Barcelona, 1969, cuyo contenido, menos estos tres poemas, luego formó parte de El infierno musical, Siglo XXI, Buenos Aires, 1971.
Imagen: fotograma en sepia del video de la canción "Every Single Night" de Fiona Apple.
20.6.13
Su rostro tan bello parecía soñado
28 de agosto [1962]
Su rostro tan bello parecía soñado. En la mitad de una descripción de Alejandría se desnudó. Dije que no quería hacer el amor. Sonrió, dijo que podíamos dormir en perfecta unión fraternal. Así fue. Creo que me sentía dichosa. Mais tu es un enfant, decía. Su rostro tan bello. Mis deseos confusos, difusos. Noche de amor demasiado sutil, y no obstante, nunca me sentí menos separada del universo.
***
Texto: entrada del diario de Pizarnik en Alejandra Pizarnik. Diarios (Lumen).
Imagen: "Amantes, hombre y mujer (1914)" de Egon Schiele.
6.6.13
Figuras y silencios
Manos crispadas me confinan al exilio.
Ayúdame a no pedir ayuda.
Me quieren anochecer, me van a morir.
Ayúdame a no pedir ayuda.
***
Texto: Extracción de la piedra de locura (1968).
Imagen: tomada de "Recordando a Alejandra Pizarnik" en la página Poemas del alma. Esta es una de las últimas fotografías de Alejandra Pizarnik.
22.5.13
Pizarnik en el recuerdo de Juan José Hernández
Pensando en ella
Aún tengo presente el departamento de la calle Montevideo donde ella vivía; el pequeño pizarrón en que escribía sus versos, su teléfono verde, su colección de muñecas rusas, el tablero que le servía de escritorio y las carpetas para guardar sus originales, sus dibujos con lápices de colores y su correspondencia. A mediados de los años sesenta nos hicimos amigos; ella acababa de publicar Los trabajos y las noches, que me lo dedicó con su letra diminuta, casi microscópica. En esa época obtuvimos el primer premio municipal de literatura, Alejandra en poesía, yo en narrativa; por ese motivo aparecíamos juntos en publicaciones literarias del país y del extranjero, y en una oportunidad mantuvimos una conversación sobre mis cuentos de El Inocente, que apareció luego en forma de reportaje en la revista venezolana Zona franca que dirigía el poeta Juan Liscano.
Teníamos algunos amigos en común, entre otros, Enrique Pezzoni, Silvina Ocampo, Edgardo Cozarinsky y Esmeralda Almonacid, en cuya casa de Boulogne solíamos reunirnos en verano para conversar a la sombra de una inmensa magnolia del jardín y bañarnos en un tanque de agua australiano.
Pero más allá de nuestras afinidades en cuestiones literarias y pictóricas (ambos admirábamos a Paul Klee y a Odilon Redon), había en Alejandra ciertos rasgos de su personalidad que me atraían: me refiero a su ironía incisiva, a su inteligencia no exenta de crueldad. Nunca olvidaré la vez que en una reunión se le acercó un joven poeta y le alcanzó los originales de unos poemas de su autoría. Ella los leyó detenidamente, y al devolvérselos exclamó, sonriendo: “Lo felicito, ¡qué buen tipo de letras tiene su máquina de escribir!”.
No puedo precisar en qué momento, sin proponérmelo, empecé a distanciarme de Alejandra. Olvidaba las citas que hacía con ella, pasaba semanas y meses sin llamarla por teléfono. Culpable y sin poder explicar mi comportamiento descortés, leía la tarjeta que ella había deslizado bajo la puerta de mi departamento y que todavía conservo entre mis papeles: “Juanjo querido ¿te olvidaste de nuestro rendez vous? Traía tantas cosas lindas para vos. Llamame cuando encuentres un segundo para tu Alejandra”.
Ahora pienso que ella estaría pasando por una de sus frecuentes postraciones nerviosas y que yo, bastante propenso al contagio de los depresivos, de manera inconsciente me ponía al resguardo de su aura angustiante y mortecina.
En Textos de sombras y últimos poemas (libro póstumo de Alejandra) se hace sentir aquella crisis con el lenguaje a la que me referí anteriormente. De paso, vale la pena señalar el desconcierto que provocó la aparición de este libro en nuestro ambiente literario, escandalizado por el uso que hay en él de vocablos prohibidos obssenitatis causa (en criollo, de malas palabras). Algunos críticos se preguntaron si era lícito, por parte de los responsables de la edición (Olga Orozco y Ana Becciú), dar a luz esos poemas que desmerecían la imagen de Alejandra sin agregar nada importante a su obra poética. Argumentos igualmente represores y falaces suelen todavía esgrimirse para condenar la libertad de lenguaje en la poesía erótica de Paul Verlaine.
En ese último libro de Alejandra, a las palabras, en vez de hacerles el amor, como quería Breton, se las violenta semánticamente para dar lugar a engendros verbales, a mutaciones perversas que hacen pensar en la pintura de Jerónimo Bosch. Poseída por lo que Octavio Paz llama “el demonio de la aliteración”, Alejandra se complace lúdicamente en otorgar significaciones inquietantes a lugares comunes del habla cotidiana, o de la cultura. En el terreno de la verbalización de lo sexual, las imágenes escatológicas generadas por la inminencia de la muerte alcanzan por momentos una obscenidad alucinante.
El gran NO de la muerte, con su irradiación obscena y su color emblemático, el azul, que era el color de los ojos del padre de Alejandra, acaba por imponerse. Curiosamente, el azul tiene una connotación análoga en estos versos de Jean Cocteau: La poèsie ressemble la mort./ Je connais son oeil bleu,/ Il donne la nausèe (“La poesía se parece a la muerte. Conozco su ojo azul. Provoca náusea”).
Volviendo al principio de esta evocación personal y literaria de Alejandra Pizarnik, a su patético esfuerzo por disipar el aura mortuoria que la acechaba, transcribo a continuación fragmentos de uno de sus últimos textos, Tangible ausencia, donde aparecen como pérdidas irreparables su infancia, su seguridad en el lenguaje y la mirada azul del padre, pérdidas que de algún modo configuraron su destino y la acercaron sin que ella pudiera encontrar la salida afanosamente buscada:
“Que me dejen con mi voz nueva, desconocida. No, no me dejen. Oscura y triste la infancia se ha ido, y la gracia, y la disipación de los dones... Hablo...
A unos ojos azules que daban sentido a mis sufrimientos en las noches de verano de mi infancia... A la luz de una mirada que engalanaba mi vocabulario como a un espléndido palacio de papel.
Me embriaga la luz. No nombro más que la luz. Quiero verla. Quiero ver en vez de nombrar.
...El lenguaje es vacuo y ningún objeto parece haber sido tocado por manos humanas. Ellos son todos y yo soy yo. Mundo despoblado, palabras reflejas que sólo solas se dicen. Ellas me están matando. Yo muero en poemas muertos que no fluyen como yo...
Vida, mi vida, ¿qué has hecho de mi vida?
Hemos consentido visiones y aceptado figuras presentidas según los temores y los deseos del momento, y me han dicho tanto sobre cómo vivir que la muerte planea sobre mí en este momento que busco la salida, busco la salida”.
***
Texto: memoria de de Juan José Hernández publicada en Escritos irreberentes de Adriana Hidalgo (editora). Tomado de Alejandra Pizarnik: pública y secreta.
Teníamos algunos amigos en común, entre otros, Enrique Pezzoni, Silvina Ocampo, Edgardo Cozarinsky y Esmeralda Almonacid, en cuya casa de Boulogne solíamos reunirnos en verano para conversar a la sombra de una inmensa magnolia del jardín y bañarnos en un tanque de agua australiano.
Pero más allá de nuestras afinidades en cuestiones literarias y pictóricas (ambos admirábamos a Paul Klee y a Odilon Redon), había en Alejandra ciertos rasgos de su personalidad que me atraían: me refiero a su ironía incisiva, a su inteligencia no exenta de crueldad. Nunca olvidaré la vez que en una reunión se le acercó un joven poeta y le alcanzó los originales de unos poemas de su autoría. Ella los leyó detenidamente, y al devolvérselos exclamó, sonriendo: “Lo felicito, ¡qué buen tipo de letras tiene su máquina de escribir!”.
No puedo precisar en qué momento, sin proponérmelo, empecé a distanciarme de Alejandra. Olvidaba las citas que hacía con ella, pasaba semanas y meses sin llamarla por teléfono. Culpable y sin poder explicar mi comportamiento descortés, leía la tarjeta que ella había deslizado bajo la puerta de mi departamento y que todavía conservo entre mis papeles: “Juanjo querido ¿te olvidaste de nuestro rendez vous? Traía tantas cosas lindas para vos. Llamame cuando encuentres un segundo para tu Alejandra”.
Ahora pienso que ella estaría pasando por una de sus frecuentes postraciones nerviosas y que yo, bastante propenso al contagio de los depresivos, de manera inconsciente me ponía al resguardo de su aura angustiante y mortecina.
En Textos de sombras y últimos poemas (libro póstumo de Alejandra) se hace sentir aquella crisis con el lenguaje a la que me referí anteriormente. De paso, vale la pena señalar el desconcierto que provocó la aparición de este libro en nuestro ambiente literario, escandalizado por el uso que hay en él de vocablos prohibidos obssenitatis causa (en criollo, de malas palabras). Algunos críticos se preguntaron si era lícito, por parte de los responsables de la edición (Olga Orozco y Ana Becciú), dar a luz esos poemas que desmerecían la imagen de Alejandra sin agregar nada importante a su obra poética. Argumentos igualmente represores y falaces suelen todavía esgrimirse para condenar la libertad de lenguaje en la poesía erótica de Paul Verlaine.
En ese último libro de Alejandra, a las palabras, en vez de hacerles el amor, como quería Breton, se las violenta semánticamente para dar lugar a engendros verbales, a mutaciones perversas que hacen pensar en la pintura de Jerónimo Bosch. Poseída por lo que Octavio Paz llama “el demonio de la aliteración”, Alejandra se complace lúdicamente en otorgar significaciones inquietantes a lugares comunes del habla cotidiana, o de la cultura. En el terreno de la verbalización de lo sexual, las imágenes escatológicas generadas por la inminencia de la muerte alcanzan por momentos una obscenidad alucinante.
El gran NO de la muerte, con su irradiación obscena y su color emblemático, el azul, que era el color de los ojos del padre de Alejandra, acaba por imponerse. Curiosamente, el azul tiene una connotación análoga en estos versos de Jean Cocteau: La poèsie ressemble la mort./ Je connais son oeil bleu,/ Il donne la nausèe (“La poesía se parece a la muerte. Conozco su ojo azul. Provoca náusea”).
Volviendo al principio de esta evocación personal y literaria de Alejandra Pizarnik, a su patético esfuerzo por disipar el aura mortuoria que la acechaba, transcribo a continuación fragmentos de uno de sus últimos textos, Tangible ausencia, donde aparecen como pérdidas irreparables su infancia, su seguridad en el lenguaje y la mirada azul del padre, pérdidas que de algún modo configuraron su destino y la acercaron sin que ella pudiera encontrar la salida afanosamente buscada:
“Que me dejen con mi voz nueva, desconocida. No, no me dejen. Oscura y triste la infancia se ha ido, y la gracia, y la disipación de los dones... Hablo...
A unos ojos azules que daban sentido a mis sufrimientos en las noches de verano de mi infancia... A la luz de una mirada que engalanaba mi vocabulario como a un espléndido palacio de papel.
Me embriaga la luz. No nombro más que la luz. Quiero verla. Quiero ver en vez de nombrar.
...El lenguaje es vacuo y ningún objeto parece haber sido tocado por manos humanas. Ellos son todos y yo soy yo. Mundo despoblado, palabras reflejas que sólo solas se dicen. Ellas me están matando. Yo muero en poemas muertos que no fluyen como yo...
Vida, mi vida, ¿qué has hecho de mi vida?
Hemos consentido visiones y aceptado figuras presentidas según los temores y los deseos del momento, y me han dicho tanto sobre cómo vivir que la muerte planea sobre mí en este momento que busco la salida, busco la salida”.
***
Texto: memoria de de Juan José Hernández publicada en Escritos irreberentes de Adriana Hidalgo (editora). Tomado de Alejandra Pizarnik: pública y secreta.
14.5.13
Contemplación
Con miedo antiguo se lamentan o lloran las voces. Formas fugitivas venidas para la ceremonia en que arrancarán de ti el corazón de tu lejana figura. La noche relampaguea dentro de tu máscara. Te agujerean con graznidos, te martillean con pájaros negros. Colores enemigos se unen en la tragedia.
Cuando llegamos al centro de la oscuridad el bosque se abrió. Murieron las formas despavoridas de la noche y no hubo más un afuera ni un adentro. Te precipitaron, desapareciste con la máscara en la mano. Y ya nada se pareció a un corazón.
***
Texto: poema incluido en Poesía Argentina de Hoy, Editorial Aguilar, 1971, álbum y disco, y en Alejandra Pizarnik. Poesía completa (Lumen).
Imagen: fotografía del sitio Aokigahara (青木ヶ原?), conocido como Mar de Árboles, un bosque en Japón donde muchos llegan a terminar con su vida.
2.5.13
Las promesas de la música
Detrás de un muro blanco la variedad del arco iris. La muñeca en su
jaula está haciendo el otoño. Es el despertar de las ofrendas. Un jardín
recién creado, un llanto detrás de la música. Y que suene siempre, así
nadie asistirá al movimiento del nacimiento, a la mímica de las
ofrendas, al discurso de aquella que soy anudada a esta silenciosa que
también soy. Y que de mí no quede más que la alegría de quien pidió
entrar y le fue concedido. Es la música, es la muerte, lo que yo quise
decir en noches variadas como los colores del bosque.
***
Texto: "Las promesas de la música" del libro Extracción de la piedra de locura (1968).
Imagen: "Armonía" de Remedios Varo. Imagen tomada de Mon musée imaginaire.
29.4.13
Natalicio de Alejandra Pizarnik 2013
no más las dulces metamorfosis de una niña de seda
***
Texto: fragmento del poema 12 del libro Árbol de Diana (1962).
Imagen: Alejandra Pizarnik de niña, tomada de Librería del Centro y alterada en "pincel seco".
16.4.13
nadie me conoce yo hablo la noche...
I
nadie me conoce yo hablo la noche
nadie me conoce yo hablo mi cuerpo
nadie me conoce yo hablo la lluvia
nadie me conoce yo hablo los muertos
nadie me conoce yo hablo la noche
nadie me conoce yo hablo mi cuerpo
nadie me conoce yo hablo la lluvia
nadie me conoce yo hablo los muertos
***
Texto: incluido en "Los pequeños cantos", poemas dedicados a Pablo Azcona y Víctor Richini, y publicados, por primera vez, en la revista Árbol de Fuego, nº 45, Caracas, 1971.
Imágenes: de la película The Pillow Book y tomadas de la página de Peter Green.
12.4.13
Cuadro
Ruidos de alguien subiendo una escalera. La de los tormentos, la que regresa de la naturaleza, sube una escalera de la que baja un reguero de sangre. Negros pájaros quema la flor de la distancia en los cabellos de la solitaria. Hay que salvar, no a la flor, sino a las palabras.
***
Texto: poema incluido en el apartado "1962-1972" de Alejandra Pizarnik. Poesía Completa (Lumen).
Imágenes: artes de Santiago Caruso para la novela policial El sermón de la Victoria de Eduardo Belgrano, publicada por El Clarín.
4.4.13
me he empavorecido...
me he empavorecido, me he engrisado,
me he atardecido,
mi lengua no sabe.
***
Texto: poema incluido en la carpeta titulada "En esta noche en este mundo" y publicado en Alejandra Pizarnik. Poesía completa (Lumen).
Imagen: "Mujer con la garganta cortada" (1932) de Alberto Giacometti en The Artchive.
30.3.13
Se cerró el sol...
Se cerró el sol, se cerró el sentido del sol, se iluminó el sentido de cerrarse.
***
Texto: "Pequeños poemas en prosa" en La Nación, Buenos Aires, 21 de marzo de 1965.
Imagen: "La noche estrellada" del pintor Vincent van Gogh.
22.3.13
Yo voces...
Yo voces.
Yo el gran salto.
Cuando la noche sea mi memoria
mi memoria será la noche
***
Texto: Alejandra Pizarnik. Poesía completa (Lumen).
Imagen: "Segunda versión del tríptico 1944" de Francis Bacon en Artchive.
16.3.13
La noche y yo hemos perdido...
La noche y yo hemos perdido.
Así hablo yo, cobardes.
La noche ha caído y ya se ha pensado en todo
Septiembre de 1972
***
Texto: Alejandra Pizarnik. Poesía completa (Lumen).
Imagen: "Janis Joplin" (2011) de José Miguel Rojas.
8.3.13
Me adueñé de mi persona...
Me adueñé de mi persona, la arranqué del hermoso delirio, la anonadé a fin de serenar el terror que alguien tenía a que me muriera en su casa.
***
Texto: fragmento del poema "Extracción de la piedra de locura" (1964) en Alejandra Pizarnik. Poesía completa (Lumen).
Imagen: Alejandra Pizarnik, tomada de Google.
4.3.13
He aquí que se estremece el espacio...
He aquí que se estremece el espacio como un gran loco.
***
Nota de la editora: "Copia corregida y mecanografiada por AP, 17-IX-72".
Texto: parte del poema "La mesa verde" de Poesía completa de Alejandra Pizarnik (Lumen).
Imagen: "Sin título" (1977-1978) de Francesca Woodman, tomada de Galería Massimo Minini.
21.2.13
Te hablo
A H.M.
estoy con pavura.
hame sobrevenido lo que más temía.
no estoy en dificultad:
estoy en no poder más.
No abandoné el vacío y el desierto.
vivo en peligro.
tu canto no me ayuda.
cada vez más tenazas,
más miedos,
más sombras negras.
***
Texto: poema inédito (no publicado en vida de la autora). Alejandra Pizarnik. Poesía completa (Lumen).
Imagen: fotografía tomada de Librería del Centro y alterada por alejandrapizarnik.blogspot.com
20.2.13
habla al gran espacio vacío...
habla al gran espacio vacío
en donde corre una niña
que ya no reconoces
en donde corre una niña
que ya no reconoces
sólo deseo no tener nada con nada
***
Texto: tomado de "Aproximaciones, Buenos Aires 1956-1958", Alejandra Pizarnik. Poesía completa (Lumen).
Imagen: fotografía de Alice Liddell, tomada de la entrada "The real Alice in Wonderland" del blog I love History... And Research.
15.2.13
Querer quedarse...
querer quedarse queriendo irse
***
Texto: tomado de "Aproximaciones, Buenos Aires 1956-1958", Alejandra Pizarnik. Poesía completa (Lumen).
Imagen: fotografía de Jeanne Hébuterne, tomada de la entrada sobre Hébuterne de Wikipedia.
10.2.13
siempre habrá el miedo de otras voces...
siempre habrá el miedo de otras voces
el miedo de otras voces
***
Texto: tomado de "Aproximaciones, Buenos Aires 1956-1958", Alejandra Pizarnik. Poesía completa (Lumen).
Imágen: "Entre el amor y la muerte" (1994), serigrafía de José Miguel Rojas.
11.1.13
No querer más vivir...
No [poder] querer más vivir sin saber qué vive en lugar mío ni escribir si para herirme la vida toma formas tan extrañas.
***
Nota de la editora de Poesía completa: la palabra entre corchetes figura escrita a lápiz por AP encima de “querer”, que no está tachada.
Texto: Alejandra Pizarnik. Poesía completa (Lumen).
Imagen: "Fantasmas y espíritus", Remedios Varo.
7.1.13
Piedra fundamental
No puedo hablar con mi voz sino con mis voces.
Sus ojos eran la entrada del templo, para mí, que soy errante, que amo y muero. Y hubiese cantado hasta hacerme una con la noche, hasta deshacerme desnuda en la entrada del tiempo.
Un canto que atravieso como un túnel.
Presencias inquietantes,
gestos de figuras que se aparecen vivientes por obra de un lenguaje
activo que las alude,
signos que insinúan terrores insolubles.
Una vibración de los cimientos, un trepidar de los fundamentos, drenan y barrenan,
y he sabido dónde se aposenta aquello tan otro que es yo, que espera que
me calle para tomar posesión de mí y drenar y barrenar los cimientos, los fundamentos,
aquello me es adverso desde mí, conspira, toma posesión de mi terreno baldío,
no,
he de hacer algo,
no,
no he de hacer nada,
algo en mi no se abandona a la cascada de cenizas que me arrasa dentro de mí con ella que es yo, conmigo que soy ella y que soy yo, indeciblemente distinta de ella.
En el silencio mismo (no en el mismo silencio) tragar noche, una noche inmensa inmersa en el sigilo de los pasos perdidos.
No puedo hablar para nada decir. Por eso nos perdemos, yo y el poema, en la tentativa inútil de trancribir relaciones ardientes.
¿A dónde la conduce esta escritura? A lo negro, a lo estéril, a lo fragmentado.
Las muñecas desventradas por mis antiguas manos de muñeca, la
desilusión al encontrar pura estopa (pura estepa tu memoria): el padre,
que tuvo que ser Tiresias, flota en el río. Pero tú, ¿por qué te dejaste
asesinar escuchando cuentos de álamos nevados?
Yo quería que mis dedos de muñeca penetraran en las teclas. Yo no quería rozar, como una araña, el teclado. Yo quería entrar en el teclado para entrar adentro de la música para tener una patria. Pero la música se movía, se apresuraba. Solo cuando un refrán reincidía, alentaba en mi la esperanza de que se abasteciera algo parecido a una estación de trenes, quiero decir: un punto de partida firme y seguro; un lugar desde el cual partir, desde el lugar, hacia el lugar, en unión y fusión con el lugar. Pero el refrán era demasiado breve, de modo que yo no podía fundar una estación pues no contaba más que con un tren salido de los rieles que se contorsionaba y se distorsionaba. Entonces abandoné la música y sus traiciones porque la música estaba más arriba o más abajo, pero no en el centro, en el lugar de la fusión y del encuentro. (Tú que fuiste mi única patria ¿en dónde buscarte? Tal vez en este poema que voy escribiendo).
Una noche en el circo recobré un lenguaje perdido en el momento que los jinetes con antorchas en la mano galopaban en ronda feroz sobre corceles negros. Ni en mis sueños de dicha existirá un coro de ángeles que suministre algo semejante a los sonidos calientes para mi corazón de los cascos contra las arenas.
(Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas.)
(Es un hombre o una piedra o un árbol el que va a comenzar el canto...)
Y era un estremecimiento suavemente trepidante (lo digo para aleccionar a la que extravió en mí su musicalidad y trepida con más disonancia que un caballo azuzado por una antorcha en las arenas de un país extranjero).
Estaba abrazada al suelo, diciendo un nombre. Creí que me había muerto y que la muerte era decir un nombre sin cesar.
No es esto, tal vez, lo que quiero decir. Este decir y decirse no es grato. No puedo hablar con mi voz sino con mis voces. También este poema es posible que sea una trampa, un escenario más.
Cuando el barco alternó su ritmo y vaciló en el agua violenta, me erguí como la amazona que domina solamente con sus ojos azules al caballo que se encabrita (¿o fue con sus ojos azules?). El agua verde en mi cara, he de beber de ti hasta que la noche se abra. Nadie puede salvarme pues soy invisible aún para mí que me llamo con tu voz. ¿En dónde estoy? Estoy en un jardín.
Hay un jardín.
***
Texto: El infierno musical (1971).
Imagen: "Broken Eggs", Jane Fulton.