30.8.12

Ana María Barrenechea habla de Alejandra Pizarnik


 
“En ese momento, aun cuando a veces tuviera dolores, sufrimiento, era capaz de olvidarlos y de sentir una especie de plenitud, de juego, de diálogo con los demás, de estar constantemente en el caso de la relación […], de estar constantemente trabajando sobre la palabra y la capacidad inventiva de la palabra. En ese sentido, yo no [había] tenido nunca una experiencia de relación de amistad profunda con alumnas mías que tuvieran una posibilidad creativa tan grande [como Alejandra] y que esa posibilidad creativa les diera, les abriera, caminos increíbles que les ofreciera el mismo lenguaje”, Ana María Barrenechea en Vértigos o la contemplación de algo que cae de Vanessa Ragone.

Primera parte de Vértigos o la contemplación de algo que cae:


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28.8.12

Diario de Alejandra Pizarnik: Huida de mi casa en 1955....



11 de noviembre, sábado [1960]

Huida de mi casa en 1955. Mamá me buscó en lo de Arturo Cuadrado. La imaginé angustiada como en mis peores momentos, en mis estados horribles. No sé si durmió las noches de mi ausencia. ¿Pensó que tal vez me iba para siempre? ¿O conocía mi poca seriedad? Pero ¿por qué estoy tan segura de su angustia? ¿No se habrá sentido, más bien, culpable? No. Nunca se sintió culpable respecto a mí. Y todo lo que hice toda mi vida no fue más que una larga demostración —ante ella: la sorda, la ciega— de su enorme culpa. Pero tal vez no es ella a quien quise convencer sino a mí. Tal vez necesito de culpables para no morir de absurdo, para no aceptar la realidad, la verdad desnuda: no hay culpables, no hay causas malignas ni monstruos preocupados en perseguirte y hacerte daño, lo único que hay es nada. Ada. Nada. ¿Es que acaso lo comprendes?

Casi lloré al pensar en su rostro lloroso a causa de mi huida. Y la segunda fue venirme a Francia. Esta vez no podía tomar el tren a las seis de la mañana y buscarme en lo de Arturo Cuadrado. Pero tal vez mi triunfo de esclava sería que me viniera a buscar a París. Si lo hiciera creo que me pondría yo tan idiota que hasta perdería el habla. Me veo a los cuarenta años en una plaza con ella, yo jugando (como los idiotas) con una flor rota o una piedra y ella gritando, diciendo que me voy a ensuciar y le voy a dar más trabajo aún del que le doy.

Debo releer El retorno del hijo pródigo.

Muchas veces  me imaginé cómo me expresaría si fuera pintora. Lo sé: como Emil Nolde. Hoy vi las bailarinas (rojas, malvas, deformes como seres no nacidos aún) huyendo y danzando entre velas y cirios enloquecidos por el viento lila y azul y celeste y violeta. También vi algo de Minch, que asocio fuertemente con Kafka. Esos rostros vacíos a causa del miedo paralizador, avanzados por una avenida transitada por seres-sombras, cuerpos sin caras. Esos rostros fijos, “con el miedo pegado a la piel como una máscara de cera”. Lo más impresionante es la perfección fúnebre de la vestimenta. (Mi sueño con mi padre que se viste con más elegancia que nunca, cinco minutos antes de acudir a su cita con la muerte).

Entonces, después de mi deseo de llorar de miedo por el miedo improbable de mi madre a causa de mi evasión pensé en esa persona de la que no quiero enamorarme. Y las ganas de llorar subieron porque supe, más que siempre, que esa persona puede salvarme, si tan sólo me amase. Lo cual es imposible porque si me ama desaparece su imposibilidad y mi amor, por consiguiente.



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Imagen 1: Candle dancers (1912) de Emil Nolde
Texto: entrada del diario de Alejandra Pizarnik, editorial Lumen.


25.8.12

Alejandra Pizarnik por Sara Facio


"[Alejandra Pizarnik] Llegó a mi estudio para conocerme. Quería que le tomara fotos, pero antes tenía que saber cómo era... bastante insólito, pero ya me habían advertido que era una persona diferente. Hablaba con un acento ruso (?), modulando las palabras muy lentamente.

A los pocos minutos de estar conversando sonó el timbre y entró Silvina Ocampo. No hubo necesidad de presentarla. Al verla, Alejandra se transformó; perdió el personaje que había compuesto hasta ese momento y sucumbió al encanto de Silvina. Después me contó que lo que más deseaba en el mundo era conocerla....

Obviamente esa tarde las fotos no se hicieron.

Pasamos la sesión a la semana siguiente en la casa de sus padres, en un barrio muy modesto, donde vivía provisionalmente".  Sara Facio.



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Texto e imagen: Sara Facio. Tomados de Sara Facio, homenaje a la gran fotógrafa argentina.

22.8.12

A modo de tregua


                      A Francisco Porrúa

si no entiendo,
si vuelvo sin entender,
habré sabido qué cosa es
no entender


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Texto: poema de "Los pequeños cantos" publicado en la revista Árbol de fuego, n° 45, Caracas, 1971.
Imagen: fotografía de Sara Facio y tomada de Sara Facio fotografías, página de Facebook.