26.12.12
La única herida
¿Qué bestia caída de pasmo
se arrastra por mi sangre
y quiere salvarse?
He aquí lo difícil:
caminar por las calles
y señalar el cielo o la tierra.
***
Texto: Las aventuras perdidas (1958).
Imagen: Teseo luchando contra el Minotauro (1826), por Étienne-Jules Ramey, en el Jardín de las Tullerías, Francia.
14.12.12
Debajo está ella, Alejandra
¿Poeta maldita o libretista de su propio mito? A 30 años de su muerte, los nuevos rostros del nombre mas enigmático de la literatura argentina.
Por Raquel Garzon.
Cuentan que cuando Alejandra Pizarnik era ya una poeta de culto, un joven escritor quiso homenajearla con un ramo de lilas, flores emblemáticas de su literatura. Casi sin mirarlo, la autora lo apartó como se despeja al no iniciado de las puertas de un club exclusivo: su devoción por esas flores, se sabía, era puramente literaria. Episodios como éste, en los que el "personaje alejandrino" (mítico ropaje de ficción) se confunde con la mujer blanca, menuda y de ojos verdes de las fotografías, explican que a treinta años de su muerte, Alejandra Pizarnik (1936-25 de septiembre de 1972) siga siendo el nombre más enigmático de la literatura argentina. Un misterio que crece ante la constatación vergonzante de que hoy no existen ediciones de Pizarnik en el país, salvo remanentes en librerías de viejo, porque las recientes publicaciones españolas se agotaron o nunca fueron traídas. Actualmente un conflicto de derechos mantiene demorada la impresión local de su Prosa completa, aparecida en enero en España.
Su obra ("una escritura densa y llena de peligros a causa de su diafanidad excesiva", como ella la definió en un reportaje de 1964), su vida (que terminó una noche en que los barbitúricos, por error o voluntad, fueron demasiados) y su leyenda (alimentada por el ideal surrealista de fusionar vida y literatura) han sido recitadas por devotos en trance y analizadas con lupa por la crítica, que la ha encontrado genial o kitsch, según el viento. En Internet, sus señas disparan 3.107 ofertas entre websites en varias lenguas, reseñas y papers.
¿Quién fue Pizarnik? ¿La transgresora que coquetea con la obscenidad en La bucanera de Pernambuco o la poeta de las palabras "puras", aprendidas en la tradición francesa? ¿La seductora de conversación deslumbrante y dicción de metrónomo o la tímida que, tras sorprender con un beso apasionado al escritor Ricardo Zelarayán, alegaba que había sido "un beso por prescripción médica", para exorcizar deseos lésbicos? ¿La "pequeña náufraga" de la leyenda o la hábil libretista de su propio mito que pinta César Aira en una biografía española, jamás importada a la Argentina? ¿La posesa que escribía durante 14 horas, anotando con colores rabiosos cada libro (como revela su biblioteca, un tesoro escondido en el barrio de Barracas) o la que dudaba de "la importancia de ''ganarse la vida'' una misma"?
En su biografía de AP (Corregidor), Cristina Piña distingue no menos de tres Alejandras adolescentes: la desenvuelta entre amigos; la silenciosa, que ya presiente un lazo con la escritura, y la que en los tiempos de la Facultad de Filosofía y Letras coteja hallazgos con Juan Jacobo Bajarlía, su mentor, mientras espera la aparición en 1955 de La tierra más ajena, su primer libro (del que luego renegará religiosamente). Están además los rostros de las infinitas cartas que escribió, mezclando poemas con dibujos, desde Buenos Aires, Miramar, París entre 1960 y 1964, quizá la época más feliz de su vida, y luego, al regreso. Reunidas por Ivonne Bordelois en Correspondencia Pizarnik (Seix Barral), revelan una Alejandra calidoscópica, tan dada al ruido y la bohemia como a la melancolía. Expurgado con celo —muchos de los nombrados aún caminan—, este epistolario testimonia amistades, blanquea pasiones —sus amores con Silvina Ocampo se llevan el primer puesto— y ofrece una bitácora de época.
A lo ya publicado y agotado, se sumaron de 2000 a esta parte textos que encarnan dos nuevas versiones: la Pizarnik sin cortes de Obra Completa (Lumen) y una breve biografía de César Aira (Omega), ambos publicados en España. La edición de la obra completa llevó veinticinco años. Esos avatares son contados por primera vez por la poeta Ana Becciú, protagonista de esa conjura positiva y factótum de las nuevas ediciones (pág. 3).
Poesía completa, el 1er. tomo, llegó a la Argentina en 2001, pero hoy es inconseguible. Sudamericana la reeditará en diciembre con pie de imprenta argentino. El 2ø, Prosa está demorado. A modo de anticipo, la escritora Ana María Moix lo "lee" para esta edición (pág. 4).
Del otro lado del mar, por la devaluación y la falta de olfato, quedó Alejandra Pizarnik, la biografía de Aira escrita para la colección de Vidas Literarias que dirige la novelista española Nuria Amat. Provocativa y personal, esta versión de Pizarnik garantiza comidilla cuando llegue al Plata. No porque sume información nueva o secreta (de hecho, Aira desestimó la chance de consultar los diarios de AP), sino por su punto de partida —la construcción deliberada del "personaje alejandrino"— y por el tono usado para narrar lo que se elige contar (cuando menos, ligero). En una maratón de 76 páginas se habla de fragilidad psíquica, plagio, adicción a pastillas de distinto tipo y "dificultad de vivir" como elementos usados por Pizarnik para armar su "mito de escritora" maldita (un concepto temprano del autor de Varamo).
Puesto a reconstruir la vida social de Pizarnik, Aira demuele a todo el campo poético de la época. En una operación provocativa típica de la vanguardia, donde resuenan los famosos "Epitafios" de la revista Martín Fierro, carga contra Raúl Gustavo Aguirre, fundador de Poesía Buenos Aires: "Uno de esos hombres angélicos que terminan volviéndose el centro de un amplio círculo porque nadie se decide a hablar mal de ellos". Oliverio Girondo y Norah Lange aparecen como dos divertidos empinadores del codo, Octavio Paz es una "pomposa mediocridad" y Roberto Juarroz, un mal alumno de Antonio Porchia. Luego, suma a Olga Orozco, Enrique Molina, J. J. Ceselli y los despacha en lote: "No eran jóvenes y llevaban apacibles vidas burguesas. (...) Pizarnik, con su cultivado aire de adolescente definitiva, su falta de empleo y sus vagas promesas de autodestrucción, fue adoptada por todos ellos con entusiasmo unánime. (Todos la sobrevivieron, y ninguno dejó pasar la ocasión de dedicarle un poema a su cadáver)."
Aunque la distinga como el último lujo de la literatura argentina, Aira presenta a Pizarnik como una niña eterna, mantenida de sus padres (inmigrantes judíos llegados de Rovne en el 34), torturada por el insomnio y el miedo a la locura. Un identikit de leyenda, incluso contra la intención declarada del autor, que en un brillante libro previo sobre la poesía de AP (Alejandra Pizarnik, Beatriz Viterbo), se había propuesto valorar la obra y erradicar el mito de la escritora suicida.
El personaje Pizarnik, por cierto, existía. Tomándose el pelo a sí misma, AP daba cuenta de él: "Me siento aún adolescente pero por fin cansada de jugar al personaje alejandrino", escribe en los 60 desde París a León Ostrov, su primer psicoanalista, con quien mantuvo una profusa correspondencia (ver pág. 12). De esa época data el proyecto Fragmentos de un diario, París 1962-1963, que se suma a los diarios que Pizarnik llevó entre 1954 y 1972. En ellos, la crítica Nora Catelli rastrea huellas de autores interpelados y asimilados en "bibliotecas paralelas. " Para Catelli, esta obra es única en nuestra lengua. (ver pág. 5)
El grueso de los papeles de Pizarnik se encuentra hoy en la Universidad de Princeton, EEUU. Pero en la Argentina quedan algunos tesoros. Pablo Ingberg, escritor y periodista, cuenta cómo en 1987 la biblioteca de Pizarnik llegó a su casa. "Yo trabajaba con Mario Nesis, sobrino de Pizarnik, en el Banco Central. Un día Mario me dice que había muerto su abuela, Rosa Brommiker, y que su madre —Myriam, única hermana de Alejandra— estaba pensando en donar la biblioteca. Me ofrecieron que eligiera algunos libros. Contraoferté: ''Elijan ustedes los que quieran donar, yo me llevo el resto''". Anotaciones de puño y letra , citas y comentarios son algunas de las sorpresas que depara esta joya en la que pueden rastrearse asombros y preferencias (Lautréamont, Ginsberg...).
Cada uno de estos textos aporta una pieza al rompecabezas Pizarnik, aún incompleto. Bromista lujosa, quizás AP reiría de quienes se debaten entre persona y personaje, encendería un cigarrillo para contrariar al asma que la acompañó toda la vida, y aguardaría el final del puzzle: en Diarios, hoy en suspenso a raíz de la salida de Esther Tusquets de Lumen, están los secretos y los nombres que faltan. Hasta entonces, la mejor tajada es del silencio.
***
Texto: escrito por Raquel Garzón y tomado del blog Escritores "malditos" de todos los tiempos.
Imagen: periódico de la época.
Por Raquel Garzon.
Cuentan que cuando Alejandra Pizarnik era ya una poeta de culto, un joven escritor quiso homenajearla con un ramo de lilas, flores emblemáticas de su literatura. Casi sin mirarlo, la autora lo apartó como se despeja al no iniciado de las puertas de un club exclusivo: su devoción por esas flores, se sabía, era puramente literaria. Episodios como éste, en los que el "personaje alejandrino" (mítico ropaje de ficción) se confunde con la mujer blanca, menuda y de ojos verdes de las fotografías, explican que a treinta años de su muerte, Alejandra Pizarnik (1936-25 de septiembre de 1972) siga siendo el nombre más enigmático de la literatura argentina. Un misterio que crece ante la constatación vergonzante de que hoy no existen ediciones de Pizarnik en el país, salvo remanentes en librerías de viejo, porque las recientes publicaciones españolas se agotaron o nunca fueron traídas. Actualmente un conflicto de derechos mantiene demorada la impresión local de su Prosa completa, aparecida en enero en España.
Su obra ("una escritura densa y llena de peligros a causa de su diafanidad excesiva", como ella la definió en un reportaje de 1964), su vida (que terminó una noche en que los barbitúricos, por error o voluntad, fueron demasiados) y su leyenda (alimentada por el ideal surrealista de fusionar vida y literatura) han sido recitadas por devotos en trance y analizadas con lupa por la crítica, que la ha encontrado genial o kitsch, según el viento. En Internet, sus señas disparan 3.107 ofertas entre websites en varias lenguas, reseñas y papers.
¿Quién fue Pizarnik? ¿La transgresora que coquetea con la obscenidad en La bucanera de Pernambuco o la poeta de las palabras "puras", aprendidas en la tradición francesa? ¿La seductora de conversación deslumbrante y dicción de metrónomo o la tímida que, tras sorprender con un beso apasionado al escritor Ricardo Zelarayán, alegaba que había sido "un beso por prescripción médica", para exorcizar deseos lésbicos? ¿La "pequeña náufraga" de la leyenda o la hábil libretista de su propio mito que pinta César Aira en una biografía española, jamás importada a la Argentina? ¿La posesa que escribía durante 14 horas, anotando con colores rabiosos cada libro (como revela su biblioteca, un tesoro escondido en el barrio de Barracas) o la que dudaba de "la importancia de ''ganarse la vida'' una misma"?
En su biografía de AP (Corregidor), Cristina Piña distingue no menos de tres Alejandras adolescentes: la desenvuelta entre amigos; la silenciosa, que ya presiente un lazo con la escritura, y la que en los tiempos de la Facultad de Filosofía y Letras coteja hallazgos con Juan Jacobo Bajarlía, su mentor, mientras espera la aparición en 1955 de La tierra más ajena, su primer libro (del que luego renegará religiosamente). Están además los rostros de las infinitas cartas que escribió, mezclando poemas con dibujos, desde Buenos Aires, Miramar, París entre 1960 y 1964, quizá la época más feliz de su vida, y luego, al regreso. Reunidas por Ivonne Bordelois en Correspondencia Pizarnik (Seix Barral), revelan una Alejandra calidoscópica, tan dada al ruido y la bohemia como a la melancolía. Expurgado con celo —muchos de los nombrados aún caminan—, este epistolario testimonia amistades, blanquea pasiones —sus amores con Silvina Ocampo se llevan el primer puesto— y ofrece una bitácora de época.
A lo ya publicado y agotado, se sumaron de 2000 a esta parte textos que encarnan dos nuevas versiones: la Pizarnik sin cortes de Obra Completa (Lumen) y una breve biografía de César Aira (Omega), ambos publicados en España. La edición de la obra completa llevó veinticinco años. Esos avatares son contados por primera vez por la poeta Ana Becciú, protagonista de esa conjura positiva y factótum de las nuevas ediciones (pág. 3).
Poesía completa, el 1er. tomo, llegó a la Argentina en 2001, pero hoy es inconseguible. Sudamericana la reeditará en diciembre con pie de imprenta argentino. El 2ø, Prosa está demorado. A modo de anticipo, la escritora Ana María Moix lo "lee" para esta edición (pág. 4).
Del otro lado del mar, por la devaluación y la falta de olfato, quedó Alejandra Pizarnik, la biografía de Aira escrita para la colección de Vidas Literarias que dirige la novelista española Nuria Amat. Provocativa y personal, esta versión de Pizarnik garantiza comidilla cuando llegue al Plata. No porque sume información nueva o secreta (de hecho, Aira desestimó la chance de consultar los diarios de AP), sino por su punto de partida —la construcción deliberada del "personaje alejandrino"— y por el tono usado para narrar lo que se elige contar (cuando menos, ligero). En una maratón de 76 páginas se habla de fragilidad psíquica, plagio, adicción a pastillas de distinto tipo y "dificultad de vivir" como elementos usados por Pizarnik para armar su "mito de escritora" maldita (un concepto temprano del autor de Varamo).
Puesto a reconstruir la vida social de Pizarnik, Aira demuele a todo el campo poético de la época. En una operación provocativa típica de la vanguardia, donde resuenan los famosos "Epitafios" de la revista Martín Fierro, carga contra Raúl Gustavo Aguirre, fundador de Poesía Buenos Aires: "Uno de esos hombres angélicos que terminan volviéndose el centro de un amplio círculo porque nadie se decide a hablar mal de ellos". Oliverio Girondo y Norah Lange aparecen como dos divertidos empinadores del codo, Octavio Paz es una "pomposa mediocridad" y Roberto Juarroz, un mal alumno de Antonio Porchia. Luego, suma a Olga Orozco, Enrique Molina, J. J. Ceselli y los despacha en lote: "No eran jóvenes y llevaban apacibles vidas burguesas. (...) Pizarnik, con su cultivado aire de adolescente definitiva, su falta de empleo y sus vagas promesas de autodestrucción, fue adoptada por todos ellos con entusiasmo unánime. (Todos la sobrevivieron, y ninguno dejó pasar la ocasión de dedicarle un poema a su cadáver)."
Aunque la distinga como el último lujo de la literatura argentina, Aira presenta a Pizarnik como una niña eterna, mantenida de sus padres (inmigrantes judíos llegados de Rovne en el 34), torturada por el insomnio y el miedo a la locura. Un identikit de leyenda, incluso contra la intención declarada del autor, que en un brillante libro previo sobre la poesía de AP (Alejandra Pizarnik, Beatriz Viterbo), se había propuesto valorar la obra y erradicar el mito de la escritora suicida.
El personaje Pizarnik, por cierto, existía. Tomándose el pelo a sí misma, AP daba cuenta de él: "Me siento aún adolescente pero por fin cansada de jugar al personaje alejandrino", escribe en los 60 desde París a León Ostrov, su primer psicoanalista, con quien mantuvo una profusa correspondencia (ver pág. 12). De esa época data el proyecto Fragmentos de un diario, París 1962-1963, que se suma a los diarios que Pizarnik llevó entre 1954 y 1972. En ellos, la crítica Nora Catelli rastrea huellas de autores interpelados y asimilados en "bibliotecas paralelas. " Para Catelli, esta obra es única en nuestra lengua. (ver pág. 5)
El grueso de los papeles de Pizarnik se encuentra hoy en la Universidad de Princeton, EEUU. Pero en la Argentina quedan algunos tesoros. Pablo Ingberg, escritor y periodista, cuenta cómo en 1987 la biblioteca de Pizarnik llegó a su casa. "Yo trabajaba con Mario Nesis, sobrino de Pizarnik, en el Banco Central. Un día Mario me dice que había muerto su abuela, Rosa Brommiker, y que su madre —Myriam, única hermana de Alejandra— estaba pensando en donar la biblioteca. Me ofrecieron que eligiera algunos libros. Contraoferté: ''Elijan ustedes los que quieran donar, yo me llevo el resto''". Anotaciones de puño y letra , citas y comentarios son algunas de las sorpresas que depara esta joya en la que pueden rastrearse asombros y preferencias (Lautréamont, Ginsberg...).
Cada uno de estos textos aporta una pieza al rompecabezas Pizarnik, aún incompleto. Bromista lujosa, quizás AP reiría de quienes se debaten entre persona y personaje, encendería un cigarrillo para contrariar al asma que la acompañó toda la vida, y aguardaría el final del puzzle: en Diarios, hoy en suspenso a raíz de la salida de Esther Tusquets de Lumen, están los secretos y los nombres que faltan. Hasta entonces, la mejor tajada es del silencio.
***
Texto: escrito por Raquel Garzón y tomado del blog Escritores "malditos" de todos los tiempos.
Imagen: periódico de la época.
2.12.12
Alejandra Pizarnik revisitada por Luis Benítez
Uno de mis amigos de mayor edad tuvo con ella una relación sentimental: la describe como adorable, extraordinaria e insoportable. Había que turnarse para lograr que se durmiera en el departamento de la calle Charcas, en Buenos Aires, siempre aterrorizada por la posibilidad de que su madre viniera a invadir su espacio. Había que estar atento al teléfono aguardando la repetida noticia: "Alejandra se suicidó" de vuelta, hasta que un día de 1972 la casi rutinaria advertencia se volvió realidad. La conocí en el bar de la Sociedad Argentina de Escritores, ese mismo año. Fue la única vez que la vi: medía un metro y medio y no dejaba de hacer citas literarias hasta el hartazgo. Cuando murió, empezó a ser canonizada lentamente y hoy es una leyenda explotada hasta el límite: todos la trataron, todos fueron sus amigos íntimos, todos tienen la clave de su poesía. Era una poeta auténtica y le tocó la suerte que se puede esperar cuando el talento es ”reconocido”: la incorporación al panteón, previa desfiguración ritual.
La hija del “cuentenik” de Avellaneda
Fernando es hoy un hombre que pasó de la madurez. Hace más de veinticinco años podía tomar vodka toda la noche, en su departamento del barrio de Congreso, en el centro de Buenos Aires. Tiene todavía un don, Fernando: puede uno instalarse frente a él, sintonizarlo, y escuchar por vía directa la verdad respecto de cómo era la vida literaria cuando tenía 30 años y frecuentaba a Alejandra Pizarnik.
Explicaba Fernando hace más de dos décadas, a las dos de la mañana, que su relación con Alejandra era bastante difícil. Para empezar, la Pizarnik era alguien imprevisible y muy escurridizo.
Alejandra era la hija menor de un cuentenik de Avellaneda, una ciudad pegada a la de Buenos Aires hasta el punto de parecer su misma continuación.
Esta palabra cuentenik, en yiddish, designaba a uno que vendía mercancía de puerta en puerta, en varias cuotas. Hoy ese oficio ha desaparecido, gracias a que nadie le abre la puerta a nadie en Avellaneda ni en ninguna otra parte, pero en los ´30 y en Avellaneda, eso era algo habitual. El señor Pizarnik había emigrado de la URSS buscando barrios mejores y en el exilio, lo mejor era encontrar un sitio donde la colectividad judía no fuera demasiado ultrajada.
Esa Avellaneda, donde la colectividad era lo suficientemente abundante y poderosa como para no ser molestada por las fuerzas en movimiento en el resto del mundo, era el sitio adecuado. El señor Pizarnik se estableció allí e incluso prosperó: vendiendo puerta a puerta ropa barata y manteles de ocasión, alcanzó a establecerse y hasta a comprar un departamento en la calle Lambaré, a una cuadra de la avenida Mitre, donde nació su primera hija, Miriam, que sigue casi tan pelirroja como entonces y tiene 75 años y vive en Buenos Aires. Curiosamente, apunto, la casa de Alejandra Pizarnik distaba pocas cuadras de la de la infancia de otro bienaventurado de la poesía argentina, Néstor Perlongher, hijo de un taxista de Avellaneda.
La esposa del señor Pizarnik, mientras él era tan querido y afable, demostraba un carácter hostil en general: para la época en que nació su segunda hija, Flora Alejandra, todo el barrio le temía -más o menos- hasta que la relación de esposo bien recibido/señora terrible explotó. La mujer comenzó a exacerbar su batalla contra el entorno y especialmente contra sus vecinos inmediatos, los del mismo edificio, a quienes acusó de robarles el agua a ella y a su familia, mientras unas irregularidades en el suministro del líquido municipal atormentaban a toda Avellaneda.
El reparo por lo que fueran a decir sus vecinos llevó al señor Pizarnik a poner tierra de por medio entre tanta discordia: se mudaron al cercano barrio de Barracas, a un departamento en la avenida Montes de Oca. Para ese entonces el antiguo cuentenik había prosperado bastante más, pues alquilaba algunos locales propios de la calle Vélez Sarsfield, en Avellaneda. Cuando sus inquilinos se llegaban a la casa de Montes de Oca a pagarle la renta, eran recibidos por el propietario con el dedo índice sobre los labios y una advertencia: “Shhh, hable por favor en voz baja, que Alejandrita está al lado con los profesores”. Aquel inmigrante modestamente enriquecido, así prevenía sobre molestar a su desgarbada, huraña y hasta extraña hija menor, que recibía en la habitación contigua a gente mayor que ella: poetas, narradores, ensayistas -Alejandra aún no había terminado la secundaria- que la iban formando en aquella no menos extraña afición que no terminaba de comprender: la de escribir versos.
A esas reuniones sigilosas acudía también su terapeuta desde hacía años, León Ostrov, dejándose ganar por el magnetismo de aquella adolescente que, desde entonces, quería ser poeta.
Sin embargo, en aquel entonces susurrado entre inquilinos y propietario, éste -porque nuestros padres, a su manera y leal entender, lo que quieren para nosotros es lo mejor aunque a su propia escala siempre- lo único que deseaba al despedir a sus inquilinos y confidentes era “que Alejandrita, Dios lo quiera, se case cuanto antes”.
Alejandrita se convierte en Pizarnik
Para la memoria de los vecinos de Avellaneda la imagen un poco desdibujada de Alejandra Pizarnik no es demasiado agradable: una chica decididamente fea, pero además antipática, tímida hasta el exceso, “rara”. Rara porque no se daba casi con nadie y cuando se fue a Europa nadie volvió a saber de ella. Más o menos por ahí, por esa época, Alejandrita comenzó a ser Alejandra Pizarnik.
De hecho, precisaba alejarse definitivamente de todo aquello que constituía su historia y su barrio. Para Alejandra, este paso estuvo dado por su ingreso, en 1954, a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, donde acudía tomándose el colectivo para atravesar el Rubicón entre el pasado y lo que hoy podemos llamar su posteridad.
Primeros libros y amistades literarias
Un año después de ingresar a la facultad la abandona y publica su primer libro: La Tierra Más Ajena, en Ediciones Botella al Mar, aquella que dirigía el poeta español Arturo Cuadrado. Se trata de un libro pequeño en páginas e intenso en versos, ilustrado con grabados de Seoane. En su tapa rústica y rojiza, se leen los nombres de Pizarnik completos: Flora Alejandra, y sería la última vez que firmaría así sus libros.
Aunque sea de ella, es un primer libro, donde aquellos elementos que la llevarían a ser una de las voces más importantes de la poesía argentina del siglo pasado aún están en ciernes. Leerlo es como verla detrás de un espejo empañado. Inclusive, la autora luego le negará a La Tierra Más Ajena el más mínimo reconocimiento, aunque sí, ella ya está en sus páginas.
Abandonada la carrera de Letras, Alejandra se entregará al estudio de la pintura, acudiendo con sus óleos y sanguinas al taller del maestro Juan Battle Planas: no se destacó precisamente como artista plástica, es cierto, pero también es cierto que conservó toda su vida -como André Breton- el gusto por el dibujo y la pintura. Internada años después en el Moyano, se hizo amiga de una artista plástica cabal: Aída Carballo, y conservó aquella amistad labrada en circunstancias trágicas hasta el mismo día de su muerte.
Por otra parte, el conocimiento de la pintura le reportó a Pizarnik un beneficio para su obra literaria: contribuyó a perfeccionar su modo de distribuir el texto -entendido como imagen- sobre la página, al estilo de los célebres Caligramas de Guillaume Apollinaire; un recurso del que abusarían luego los poetas concretistas.
En 1956 publicaría La Ultima Inocencia, un nuevo volumen de versos -más depurados, más suyos- dedicado a su terapeuta, León Ostrov.
Las Aventuras Perdidas se editó en 1958, coincidiendo con el inicio de su amistad con Olga Orozco, también prolongada hasta su desaparición. Por entonces ya frecuentaba asiduamente a otros poetas, como Rubén Vela y Raúl Gustavo Aguirre, este último director de la revista Poesía Buenos Aires, donde habían aparecido publicados algunos poemas de Alejandra. También se relacionó por aquellos años con Susana Thénon, H.A. Murena (seudónimo de Héctor Alvarez), Eduardo Romano, Elizabeth Azcona Cranwell, Horacio Salas, José “Pepe” Bianco -secretario de redacción de la revista Sur- y Alberto Girri. Para ese entonces el tema de la desesperación y el de la muerte ya se iban marcando decididamente en su poesía, aunque sin jugar con estas ideas desde el humor negro, como lo haría después, sino reducida su óptica todavía a una visión trágica de los mismos.
Por esa época se produjo la muerte del poeta colombiano Jorge Gaitán Durán, por quien la autora sentía una pasión muy honda, y el hecho no dejó de acentuar su depresión y pesimismo, que luego se volverían extremos.
París, 1960-1964
Los cuatro años que Pizarnik residió en Francia parecen haber sido los de un florecimiento personal: de hecho, algunos de sus mejores poemas los escribió en París, mientras se las arreglaba para sobrevivir con estrecheces, gracias a un mínimo aporte de su familia y a colaboraciones en Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura, Les Lettres Nouvelles, la Nouvelle Revue Française y otras publicaciones donde su presencia era más esporádica. Es en la capital francesa donde establece sólidos vínculos amistosos con el mexicano Octavio Paz y el argentino Julio Cortázar, así como con la esposa de este último, Aurora. También frecuenta el trato de los poetas Yves Bonnefoy y Henri Michaux. Recordemos que la primera y hoy inconseguible edición de Arbol de Diana, editado durante la etapa francesa de Pizarnik (1962) lleva un prólogo del propio Paz.
La fatal Buenos Aires
Vuelta a Buenos Aires a finales de 1964, ya su ánimo se ensombrece y de ello da cuenta su siguiente volumen poético, Los Trabajos y los Días (1965), donde el clima desesperado se plasma en versos de un gran rigor y factura, de los mejores que escribió Pizarnik. La concisión que es una marca de su obra alcanza en Los Trabajos y los Días una de sus cumbres y no es extraño que ya tres generaciones literarias hayan “abrevado” de este libro con resultados tan dispares como los que marca el talento necesario para elegir una influencia y vérselas con el logro de la propia obra después.
Por aquel entonces, los poemas de Pizarnik ya iban alcanzando una notable difusión, no sólo a través de sus contactos en Europa, sino también por la publicación de poemas suyos en revistas de varios países latinoamericanos.
Con Los Trabajos y las Noches -un juego, su título, con el del clásico Los Trabajos y los Días, de Hesíodo- Pizarnik alcanza el Primer Premio Municipal de Literatura en la categoría Poesía Edita, así como el Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes. El Premio Municipal de Poesía significó para ella algún ingreso constante, al estar dotado de una pensión vitalicia, pero de todos modos sus problemas económicos, aunque amenguados, continuaron hasta el final.
Por esos tiempos, cuando ya vivía en el departamento de la calle Charcas donde iba a poner fin a sus días y que era propiedad de su madre, Alejandra colgaba de las paredes disfraces que de tanto en tanto lucía -frente a amigos y dicen que también a solas-. En esta nueva etapa la poeta fue agudizando el desorden de su personalidad, en una caída atenuada de tanto en tanto por súbitos fogonazos de aquello que llamamos -a falta de una descripción mejor- “estar en la realidad”. De todos modos, se produjeron tres internaciones siquiátricas en siete años, jalonadas por la publicación de Extracción de la Piedra de la Locura (1968), El Infierno Musical (1971) y en este mismo año, La Condesa Sangrienta, un texto prosístico que evoca como pre-texto a Madame Bathory, la versión femenina de Drácula, personaje presuntamente histórico que le sirve a Alejandra para realizar una fantástica proyección sobre páginas cargadas de vampirismo, alienación, sadomasoquismo.
De esta época, mi amigo Fernando recuerda que el grupo de sus conocidos se turnaba para hacer dormir a Alejandra, para lo cual había que contarle cuentos o leerle poemas, para retirarse después como del cuarto de un niño. Siempre según la fuente, lo que más temía Alejandra era la irrupción de su madre, aquella señora que en la infancia de la poeta había logrado que toda la familia se mudara por mantener ella reyertas con todo el vecindario.
También recuerda Fernando que los intentos de suicidio de Alejandra no fueron pocos: algunos ya no le creían cuando los anunciaba. Como en Pedro y el lobo, aquella narración infantil, finalmente el lobo apareció el 25 de septiembre de 1972, con una garra llena de seconal. Una semana después, en Buenos Aires, todavía varias personas descreían de que Alejandra Pizarnik, en una salida de su última internación, se había suicidado para siempre en primavera.
***
Texto: escrito por Luis Benítez y tomado de Espacio latino.com.
Imagen: tomada del libro Biografía. Alejandra Pizarnik de Cristina Piña.
La hija del “cuentenik” de Avellaneda
Fernando es hoy un hombre que pasó de la madurez. Hace más de veinticinco años podía tomar vodka toda la noche, en su departamento del barrio de Congreso, en el centro de Buenos Aires. Tiene todavía un don, Fernando: puede uno instalarse frente a él, sintonizarlo, y escuchar por vía directa la verdad respecto de cómo era la vida literaria cuando tenía 30 años y frecuentaba a Alejandra Pizarnik.
Explicaba Fernando hace más de dos décadas, a las dos de la mañana, que su relación con Alejandra era bastante difícil. Para empezar, la Pizarnik era alguien imprevisible y muy escurridizo.
Alejandra era la hija menor de un cuentenik de Avellaneda, una ciudad pegada a la de Buenos Aires hasta el punto de parecer su misma continuación.
Esta palabra cuentenik, en yiddish, designaba a uno que vendía mercancía de puerta en puerta, en varias cuotas. Hoy ese oficio ha desaparecido, gracias a que nadie le abre la puerta a nadie en Avellaneda ni en ninguna otra parte, pero en los ´30 y en Avellaneda, eso era algo habitual. El señor Pizarnik había emigrado de la URSS buscando barrios mejores y en el exilio, lo mejor era encontrar un sitio donde la colectividad judía no fuera demasiado ultrajada.
Esa Avellaneda, donde la colectividad era lo suficientemente abundante y poderosa como para no ser molestada por las fuerzas en movimiento en el resto del mundo, era el sitio adecuado. El señor Pizarnik se estableció allí e incluso prosperó: vendiendo puerta a puerta ropa barata y manteles de ocasión, alcanzó a establecerse y hasta a comprar un departamento en la calle Lambaré, a una cuadra de la avenida Mitre, donde nació su primera hija, Miriam, que sigue casi tan pelirroja como entonces y tiene 75 años y vive en Buenos Aires. Curiosamente, apunto, la casa de Alejandra Pizarnik distaba pocas cuadras de la de la infancia de otro bienaventurado de la poesía argentina, Néstor Perlongher, hijo de un taxista de Avellaneda.
La esposa del señor Pizarnik, mientras él era tan querido y afable, demostraba un carácter hostil en general: para la época en que nació su segunda hija, Flora Alejandra, todo el barrio le temía -más o menos- hasta que la relación de esposo bien recibido/señora terrible explotó. La mujer comenzó a exacerbar su batalla contra el entorno y especialmente contra sus vecinos inmediatos, los del mismo edificio, a quienes acusó de robarles el agua a ella y a su familia, mientras unas irregularidades en el suministro del líquido municipal atormentaban a toda Avellaneda.
El reparo por lo que fueran a decir sus vecinos llevó al señor Pizarnik a poner tierra de por medio entre tanta discordia: se mudaron al cercano barrio de Barracas, a un departamento en la avenida Montes de Oca. Para ese entonces el antiguo cuentenik había prosperado bastante más, pues alquilaba algunos locales propios de la calle Vélez Sarsfield, en Avellaneda. Cuando sus inquilinos se llegaban a la casa de Montes de Oca a pagarle la renta, eran recibidos por el propietario con el dedo índice sobre los labios y una advertencia: “Shhh, hable por favor en voz baja, que Alejandrita está al lado con los profesores”. Aquel inmigrante modestamente enriquecido, así prevenía sobre molestar a su desgarbada, huraña y hasta extraña hija menor, que recibía en la habitación contigua a gente mayor que ella: poetas, narradores, ensayistas -Alejandra aún no había terminado la secundaria- que la iban formando en aquella no menos extraña afición que no terminaba de comprender: la de escribir versos.
A esas reuniones sigilosas acudía también su terapeuta desde hacía años, León Ostrov, dejándose ganar por el magnetismo de aquella adolescente que, desde entonces, quería ser poeta.
Sin embargo, en aquel entonces susurrado entre inquilinos y propietario, éste -porque nuestros padres, a su manera y leal entender, lo que quieren para nosotros es lo mejor aunque a su propia escala siempre- lo único que deseaba al despedir a sus inquilinos y confidentes era “que Alejandrita, Dios lo quiera, se case cuanto antes”.
Alejandrita se convierte en Pizarnik
Para la memoria de los vecinos de Avellaneda la imagen un poco desdibujada de Alejandra Pizarnik no es demasiado agradable: una chica decididamente fea, pero además antipática, tímida hasta el exceso, “rara”. Rara porque no se daba casi con nadie y cuando se fue a Europa nadie volvió a saber de ella. Más o menos por ahí, por esa época, Alejandrita comenzó a ser Alejandra Pizarnik.
De hecho, precisaba alejarse definitivamente de todo aquello que constituía su historia y su barrio. Para Alejandra, este paso estuvo dado por su ingreso, en 1954, a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, donde acudía tomándose el colectivo para atravesar el Rubicón entre el pasado y lo que hoy podemos llamar su posteridad.
Primeros libros y amistades literarias
Un año después de ingresar a la facultad la abandona y publica su primer libro: La Tierra Más Ajena, en Ediciones Botella al Mar, aquella que dirigía el poeta español Arturo Cuadrado. Se trata de un libro pequeño en páginas e intenso en versos, ilustrado con grabados de Seoane. En su tapa rústica y rojiza, se leen los nombres de Pizarnik completos: Flora Alejandra, y sería la última vez que firmaría así sus libros.
Aunque sea de ella, es un primer libro, donde aquellos elementos que la llevarían a ser una de las voces más importantes de la poesía argentina del siglo pasado aún están en ciernes. Leerlo es como verla detrás de un espejo empañado. Inclusive, la autora luego le negará a La Tierra Más Ajena el más mínimo reconocimiento, aunque sí, ella ya está en sus páginas.
Abandonada la carrera de Letras, Alejandra se entregará al estudio de la pintura, acudiendo con sus óleos y sanguinas al taller del maestro Juan Battle Planas: no se destacó precisamente como artista plástica, es cierto, pero también es cierto que conservó toda su vida -como André Breton- el gusto por el dibujo y la pintura. Internada años después en el Moyano, se hizo amiga de una artista plástica cabal: Aída Carballo, y conservó aquella amistad labrada en circunstancias trágicas hasta el mismo día de su muerte.
Por otra parte, el conocimiento de la pintura le reportó a Pizarnik un beneficio para su obra literaria: contribuyó a perfeccionar su modo de distribuir el texto -entendido como imagen- sobre la página, al estilo de los célebres Caligramas de Guillaume Apollinaire; un recurso del que abusarían luego los poetas concretistas.
En 1956 publicaría La Ultima Inocencia, un nuevo volumen de versos -más depurados, más suyos- dedicado a su terapeuta, León Ostrov.
Las Aventuras Perdidas se editó en 1958, coincidiendo con el inicio de su amistad con Olga Orozco, también prolongada hasta su desaparición. Por entonces ya frecuentaba asiduamente a otros poetas, como Rubén Vela y Raúl Gustavo Aguirre, este último director de la revista Poesía Buenos Aires, donde habían aparecido publicados algunos poemas de Alejandra. También se relacionó por aquellos años con Susana Thénon, H.A. Murena (seudónimo de Héctor Alvarez), Eduardo Romano, Elizabeth Azcona Cranwell, Horacio Salas, José “Pepe” Bianco -secretario de redacción de la revista Sur- y Alberto Girri. Para ese entonces el tema de la desesperación y el de la muerte ya se iban marcando decididamente en su poesía, aunque sin jugar con estas ideas desde el humor negro, como lo haría después, sino reducida su óptica todavía a una visión trágica de los mismos.
Por esa época se produjo la muerte del poeta colombiano Jorge Gaitán Durán, por quien la autora sentía una pasión muy honda, y el hecho no dejó de acentuar su depresión y pesimismo, que luego se volverían extremos.
París, 1960-1964
Los cuatro años que Pizarnik residió en Francia parecen haber sido los de un florecimiento personal: de hecho, algunos de sus mejores poemas los escribió en París, mientras se las arreglaba para sobrevivir con estrecheces, gracias a un mínimo aporte de su familia y a colaboraciones en Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura, Les Lettres Nouvelles, la Nouvelle Revue Française y otras publicaciones donde su presencia era más esporádica. Es en la capital francesa donde establece sólidos vínculos amistosos con el mexicano Octavio Paz y el argentino Julio Cortázar, así como con la esposa de este último, Aurora. También frecuenta el trato de los poetas Yves Bonnefoy y Henri Michaux. Recordemos que la primera y hoy inconseguible edición de Arbol de Diana, editado durante la etapa francesa de Pizarnik (1962) lleva un prólogo del propio Paz.
La fatal Buenos Aires
Vuelta a Buenos Aires a finales de 1964, ya su ánimo se ensombrece y de ello da cuenta su siguiente volumen poético, Los Trabajos y los Días (1965), donde el clima desesperado se plasma en versos de un gran rigor y factura, de los mejores que escribió Pizarnik. La concisión que es una marca de su obra alcanza en Los Trabajos y los Días una de sus cumbres y no es extraño que ya tres generaciones literarias hayan “abrevado” de este libro con resultados tan dispares como los que marca el talento necesario para elegir una influencia y vérselas con el logro de la propia obra después.
Por aquel entonces, los poemas de Pizarnik ya iban alcanzando una notable difusión, no sólo a través de sus contactos en Europa, sino también por la publicación de poemas suyos en revistas de varios países latinoamericanos.
Con Los Trabajos y las Noches -un juego, su título, con el del clásico Los Trabajos y los Días, de Hesíodo- Pizarnik alcanza el Primer Premio Municipal de Literatura en la categoría Poesía Edita, así como el Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes. El Premio Municipal de Poesía significó para ella algún ingreso constante, al estar dotado de una pensión vitalicia, pero de todos modos sus problemas económicos, aunque amenguados, continuaron hasta el final.
Por esos tiempos, cuando ya vivía en el departamento de la calle Charcas donde iba a poner fin a sus días y que era propiedad de su madre, Alejandra colgaba de las paredes disfraces que de tanto en tanto lucía -frente a amigos y dicen que también a solas-. En esta nueva etapa la poeta fue agudizando el desorden de su personalidad, en una caída atenuada de tanto en tanto por súbitos fogonazos de aquello que llamamos -a falta de una descripción mejor- “estar en la realidad”. De todos modos, se produjeron tres internaciones siquiátricas en siete años, jalonadas por la publicación de Extracción de la Piedra de la Locura (1968), El Infierno Musical (1971) y en este mismo año, La Condesa Sangrienta, un texto prosístico que evoca como pre-texto a Madame Bathory, la versión femenina de Drácula, personaje presuntamente histórico que le sirve a Alejandra para realizar una fantástica proyección sobre páginas cargadas de vampirismo, alienación, sadomasoquismo.
De esta época, mi amigo Fernando recuerda que el grupo de sus conocidos se turnaba para hacer dormir a Alejandra, para lo cual había que contarle cuentos o leerle poemas, para retirarse después como del cuarto de un niño. Siempre según la fuente, lo que más temía Alejandra era la irrupción de su madre, aquella señora que en la infancia de la poeta había logrado que toda la familia se mudara por mantener ella reyertas con todo el vecindario.
También recuerda Fernando que los intentos de suicidio de Alejandra no fueron pocos: algunos ya no le creían cuando los anunciaba. Como en Pedro y el lobo, aquella narración infantil, finalmente el lobo apareció el 25 de septiembre de 1972, con una garra llena de seconal. Una semana después, en Buenos Aires, todavía varias personas descreían de que Alejandra Pizarnik, en una salida de su última internación, se había suicidado para siempre en primavera.
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Texto: escrito por Luis Benítez y tomado de Espacio latino.com.
Imagen: tomada del libro Biografía. Alejandra Pizarnik de Cristina Piña.
27.11.12
La noche, el poema
Alguien ha encontrado su verdadera voz y la prueba en el mediodía de los muertos. Amigo del color de las cenizas. Nada más intenso que el terror de perder la identidad. Este recinto lleno de mis poemas atestigua que la niña abandonada en una casa en ruinas soy yo.
Escribo con la ceguera desalmada con que los niños arrojan piedras a una loca como si fuese un mirlo. En realidad no escribo: abro brecha para que hasta mí llegue, al crepúsculo, el mensaje de un muerto.
Y este oficio de escribir. Veo por espejo, en oscuridad. Presiento un lugar que nadie más que yo conoce. Canto de las distancias, escucho voces de pájaros pintados sobre árboles adornados como iglesias.
Mi desnudez te daba luz como una lámpara. Pulsabas mi cuerpo para que no hiciera el gran frío de la noche, lo negro.
Mis palabras exigen silencio y espacios abandonados.
Hay palabras con manos; apenas escritas, me buscan el corazón. Hay palabras condenadas como lilas en la tormenta. Hay palabras parecidas a ciertos muertos, si bien prefiero, entre todas, aquellas que evocan la muñeca de una niña desdichada.
23/XI/69
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Texto: Alejandra Pizarnik. Poesía completa (Lumen).
Imágenes: fotografías "House 3, Providence, 1975-76" y "From Space 2, Providence, 1975-76" de Francesca Woodman. Las imágenes fueron tomadas del blog Hesitation Waltz Art Blog.
14.11.12
8 preguntas a escritoras, actrices, mujeres de ciencia, de las artes, del trabajo social y del periodismo*
1. ¿Cree que la mujer, en todos los planos, ha de tener los mismos derechos que el varón?
La mujer no ha tenido nunca los mismos derechos que el hombre. Debe llegar a tenerlos. No lo digo solamente yo. Rimbaud también lo dijo "Quand sera brisé l'infini servage de la femme, quand elle vivra pour elle et par elle, l'homme -jusqu'ici abominable-, lui ayant donné son renvoi, elle sera poète, elle aussi! La femme trouvera de l' inconnu. Ses modes d'idées différeront-ils des nôtres?- Elle trouvera des choses étranges, insondables, repoussantes, délicieuses; nous les prendons, nous les comprendrons." [Carta de Rimbaud a Paul Demeny (Chaleville, 15/V/1871).]
Inútil agregar que las exaltadas palabras del poeta conforman un razonamiento utópico. Es que nada temen tanto, mujeres u hombres, como los cambios.
2. ¿Cree que la sociedad actual necesita una reforma y que redundará en beneficios de la mujer?
No creo que la sociedad actual necesite una reforma. Creo que necesita un cambio radical, y es en ese sentido que pueden redundar beneficios para la mujer.
3. ¿Cree necesaria la educación sexual?
Por cierto, puesto que lo sexual es arduo.
4. Por el hecho de ser mujer, ¿ha encontrado impedimentos en su carrera? ¿Ha tenido que luchar? ¿Contra qué y contra quién?
La poesía no es una carrera; es un destino.
Aunque ser mujer no me impide escribir, creo que vale la pena partir de una lucidez exasperada. De este modo, afirmo que haber nacido mujer es una desgracia, como lo es ser judío, ser pobre, ser negro, ser homosexual, ser poeta, ser argentino, etc. Claro es que lo importante es aquello que hacemos con nuestras desgracias.
5. ¿Cree que las leyes que rigen el control de natalidad y el aborto deben estar en manos de la Iglesia y de los hombres que gobiernan o bien en el de las mujeres que, a pesar de ser las protagonistas del problema, no han tenido ni voz ni voto en algo que les concierne vitalmente?
Esta pregunta hace referencia a un estado de cosas absurdo. Cada uno es dueño de su propio cuerpo, cada uno lo controla como quiere y como puede. Es el demonio de las bajas prohibiciones quien, amparándose en mentiras "morales", ha puesto en manos gubernamentales o eclesiásticas las leyes que rigen el aborto. Esas leyes son inmorales, dueñas de una crueldad inaudita. Cabe agregar, a modo de ilustración, la sugerencia de Freud de que aquel que inventara el anticonceptivo perfecto o infalible sería tan importante para la humanidad como Jesucristo.
6. ¿Es partidaria del divorcio?
¿Acaso es posible no serlo?
7. ¿Dónde cree que está el problema más urgente de la mujer?
Los conflictos de la mujer no residen en un solo problema posible de señalar. En este caso, y en otros, la consigna sigue siendo: "Changer la vie".
8. ¿Está usted enterada de la lucha de la mujer por sus derechos en los siglos XIX y XX? ¿Sabe cuáles fueron los primeros en reconocerlos y hasta qué límites?
Ignoro estos temas.
*Reportaje a mujeres trabajadoras e intelectuales argentinas realizado por la revista Sur y publicado en el núm. 326 de septiembre de 1970-junio 1971. Las respuestas de Alejandra Pizarnik figuran en las páginas 327 a 328.
***
Texto: tomado de Alejandra Pizarnik. Prosa Completa (Lumen).
Imagen: fotografía tomada de documental Memoria iluminada (se le agregó una cita de esta entrevista a la imagen).
7.11.12
Invocaciones
Insiste en tu abrazo,
redobla tu furia,
crea un espacio de injurias
entre yo y el espejo,
crea un canto de leprosa
entre yo y la que me creo.
***
Texto: Los trabajos y las noches (1965).
Imagen: Nicoletta Ceccoli.
6.11.12
El miedo
En el eco de mis muertes
aún hay miedo.
¿Sabes tu del miedo?
Sé del miedo cuando digo mi nombre.
Es el miedo,
el miedo con sombrero negro
escondiendo ratas en mi sangre,
o el miedo con labios muertos
bebiendo mis deseos.
Sí. En el eco de mis muertes
aún hay miedo.
***
Texto: Las aventuras perdidas (1958).
Imagen: "Jardín o tiempo" del libro El eco de mis muerte de Santiago Caruso.
2.11.12
Los Pizarnik y Hitler
Habla Myriam Pizarnik de Nesis, hermana de Alejandra:
"Mi mamá fue la que cerró las puertas de su casa, ahí en Rovne. Fue la última en venir. Primero, pasaron por Francia. Mi padre tenía dos hermanos en parís. Y luego vinieron hacia la Argentina. Mi madre fue una persona más bien triste, porque recordaba su infancia, su adolescencia, su juventud. Qué bueno, que tenía amigos, que andaban en bicicleta; también iban a bailar. Cuando se congelaban los lagos, se patinaba. En el hospital Fiorito, de Avellaneda, tanto yo como Alejandra nacimos ahí. La vida de mis padres fue una lucha: sin idioma, sin trabajo. Cuando comenzó Alejandra, a los cuatro años, el colegio ídish, era ya una escuela llamada progresista.
Fue muy triste, porque si yo tenía cinco años y me enteraba de que Hitler estaba invadiendo así diversos países. Yo hasta tenía tal temor que pensaba que podía venir acá y me tapaba la cabeza por el temor de que eso siguiera avanzando. Y era una criatura de cinco años. Había ratos que uno se distraía. Se jugaba a las estatuas con prendas; después a la rayuela. Lo peor del día era cuando mi padre recibía todas las tardes el periódico enterándose de lo que sucedía en Europa. Cada vez recibíamos menos cartas de la familia. Fueron unos años muy duros, muy difíciles. A mi abuelo lo habían llevado a hacer caminos, construir caminos, y a mi abuela y a mis tías, ellas estuvieron en campos de concentración. […] Mis tíos de Francia sí pudieron salvarse, escondiéndose en las campiñas".
***
Texto: transcripción del documental “Memoria iluminada” de Virna Molina y Ernesto Ardito.
Imágenes: tomadas del documental "Memoria Iluminada" y del blog Hablo de mí. En las fotografías, Alejandra es la niña de cabello oscuro y su hermana Myriam, la rubia.
23.10.12
Los malditos: Alejandra Pizarnik (fragmento Bordelois)
[...] Las primeras semanas [en París] las pasó en casa de sus tíos, pero aguantó muy poco y alquiló una pequeña habitación frente a la iglesia de St. Sulpice. En ese barrio, en un pequeño restaurant, conoció a Ivonne Bordelois, que cuenta:
—Nos presentó mi tía. Alejandra se vino con todo, camionera, puteando. Se imaginaba que iba a encontrar a una niñita acartonada porque yo era de una familia francesa. Y a mí me causaba gracia porque había en ella un esfuerzo demasiado intenso, algo infantil, en tratar de chocarme. Pero cuando empezamos a hablar de literatura, entendí que ella sabía. Era menor que yo y sabía más que yo. Me di cuenta de que no debía dejarla pasar.
Ivonne empezó a alternar sus clases en La Sorbone con visitas al departamento de la rue de St. Sulpice.
—Alejandra destruyó su departamentito desde todo punto de vista, nunca limpió nada, era un caos de papeles, hacía frío. Era maravisollo escucharla hablar de poesía esas tardes y esas noches: decía cosas que yo no había escuchado antes, que ciertamente jamás había escuchado en la academia. Era agudísima en sus juicios. Tenía un humor increíble, negro, judío, delirante. Tampoco había conocido a nadie capaz de hacer lo que ella hacía con el castellano: la sonoridad que le encontró a la lengua es única. Yo creo que Alejandra es la Rimbaud del español: llevó el lenguaje a lugares donde nadie más llegó. Con una diferencia: fue más valiente que Rimbaud. Él abandonó la poesía, mientras que Alejandra luchó con el lenguaje hasta el final, puso el cuerpo. Era fascinante. Todos los que la conocían quedaban fascinados.
[...] Sus amigos recuerdan mucho más su humor que su desdicha.
—Yo lamento que haya trascendido con el halo trágico. Suicidarse se suicida mucha gente: ella era distinta, era una visionaria. Su humor tenía cantidad de matices y hacía cosas preciosas cuando conversaba —dice Ivonne Bordelois.
[...]
***
Texto: tomado del libro Los malditos de la editora Leila Guerriero, Ediciones Universidad Diego Portales. La biografía sobre Alejandra Pizarnik pertenece a Mariana Enríquez.
Imagen: tomada del documental Memoria iluminada del canal Encuentro e ilustrada con una frase de Ivonne Bordelois.
15.10.12
The understanding
Shadow didn't erase the name of Shadow. The firm was known under the trade name "Shadow and Shadow." Sometimes the new clients called Shadow Shadow; but Shadow answered to both names, as if she, Shadow, were in effect Shadow, who had died.
***
Texto: traducción del poema "El entendimiento". La traducción pertenece al libro Alejandra Pizarnik, a profile de Frank Graziano.
Imagen: fotografía "memento mori" tomada del blog Memento Mori, remember that you are mortal.
10.10.12
Esperando a Alejandra
Hay que armarse de temeridad y paciencia para valorar críticamente la obra o la vida de Alejandra Pizarnik (1936-1972). Temeridad: estamos ante una escritura obsesiva, en la que una serie de figuras y motivos recurrentes son sometidos a un intenso bombardeo, como una muestra de uranio bombardeada con neutrones lentos.
El resultado es uno de los experimentos de fisión poética más poderosos llevados a cabo en el siglo XX. Infancia idealizada y violada, inefabilidad del lenguaje, encarnación de la vida en el verbo, la sexualidad como pompa degradada del lenguaje, la muerte como acechanza y añoranza, la fantasía y sus trampas letales, la imaginación y sus promesas incumplidas.
Estas son algunas de las pepitas de material radioactivo que se desprenden del experimento Pizarnik. Perder de vista los elementos de partida o las violentas reacciones a que son llevados es exponerse a “contaminarse”, es decir, a prodigar glosas en cadena a su vez cuajadas de élans más o menos tanáticos o eróticos.
Una abrumadora mayoría de comentarios inspirados en esta obra lleva la huella de la fisión pizarnikiana. Como del cuerpo de algunos monstruos mitológicos, de este corpus crítico brotan varias cabezas, de las que dos sobresalen: la que afirma la naturaleza “maldita” de la vida y obra de la poeta, y la que proclama la radicalidad de una escritura que aspira a la casi mística transmutación de la vida en lenguaje. Todas apuntan hacia un mismo horizonte: la mitificación de Pizarnik.
Paciencia también es preciso tener para separar, en la madeja de la recepción de la obra, los hilos de la autenticidad de los alambres de la idealización. Con Pizarnik sucede –sigue sucediendo– lo que durante largo tiempo sucedió con Arthur Rimbaud, figuras ambas envueltas en la bruma metaforizante de la genialidad precoz y el suicidio real o figurado, y en las que ha encarnado el mito romántico de la eterna juventud maldita del poeta vidente.
Con la obra sucede otro tanto. Es cierto que la de Pizarnik no ha tenido (¿aún?) el honor de verse enriquecida con la edición de algún falso original, como sucedió con la de Rimbaud al publicarse La Chasse spirituelle.
Pero otras peripecias póstumas han marcado la obra de la poeta argentina y alentado una suerte de suspense cabalístico: todo ha sido publicado, pero... ¿y los Diarios? ¿Acaso no faltan los Diarios?
Pues bien, ha llegado el tan esperado y temido momento de su publicación. Esperado por quienes sufrían pensando en la irreparable mutilación para el sentido de la obra que suponía esta ausencia; temido por quienes se niegan a considerar la de Pizarnik como una obra más, forzosamente clausurada. Pero seamos optimistas: tras la publicación de los Diarios se abrirá sin duda otro compás de espera y temor, hasta que se editen los cuadernos de notas o la obra pictórica o la correspondencia completa... Al infinito.
No estará de más, para evitar los efectos de las radiaciones sobre las margaritas de la luna, poner un poco los pies en la tierra y recordar dos o tres cosas de la vida de Alejandra Pizarnik, nacida el 29 de abril de 1936 en Avellaneda, provincia de Buenos Aires, y hallada muerta de una sobredosis de Seconal, el 25 de septiembre de 1972, en su apartamento porteño de la calle Montevideo.
Flora Alejandra Pizarnik, fue la segunda hija de un matrimonio de judíos llegados a Argentina dos años antes del nacimiento de ella, originarios de Rovne, ciudad que fue polaca y hoy es ucraniana.
El apellido de su padre era Pozarnik, y si se transformó en Pizarnik al poner los pies en Argentina, en ello nada hay de extraordinario: los funcionarios de inmigración de este país registraban lo que buenamente entendían. Otro tanto sucedió con el nombre de la madre de Alejandra, que de llamarse Rejzla Bromiker pasó a llamarse Rosa.
Las dos familias, Pozarnik y Bromiker, con la excepción de un hermano del padre de Pizarnik, instalado en París y de una hermana de la madre también emigrada a Argentina, fueron exterminadas por los nazis.
Al llegar a Argentina, el padre y la madre de Pizarnik tenían 27 y 26 años, respectivamente, y no hablaban una palabra de castellano. Durante su infancia y la de su hermana Myriam, nacida veinte meses antes que ella, Alejandra oía a sus padres hablar yiddish en casa, y aunque algunos biógrafos afirman que ninguna de las dos hijas aprendió esta lengua, no cabe duda de que el “oído” de Alejandra se formó en buena medida al contacto con ella.
César Aira sostiene que los orígenes judíos influyeron poco o nada en Pizarnik. No pocas ni poco sustanciosas entradas del Diario (he contado hasta catorce, sólo en un periodo que va de 1955 a 1971), cargadas de ambigüedad como casi todo lo que de sí misma consignaba la poeta, deberían servir por lo menos para matizar este juicio. Sin mencionar la veta humorística y escatológica en la que no es descabellado ver la huella de una tradición oral muy característica de las formas populares de transmisión cultural del shtetl.
Con 19 años, cuando aún era Flora Alejandra, Pizarnik publicó su primer libro de poesía, La tierra más ajena (1955). Hacía un año que había iniciado estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
Este libro lleva en epígrafe una cita de Rimbaud, que empieza: “¡Ah! El infinito egoísmo de la adolescencia...”. Asunto aparentemente anecdótico, en realidad fundamental: la adolescencia de Pizarnik, y no sólo cuando publica su primer libro, sino su eterna adolescencia, preservada por ella misma con sangre, sudor y lágrimas hasta el día de su muerte.
No tardó en abandonar los estudios universitarios, y durante un tiempo estudió pintura con Juan Batlle-Planas. Los dibujos y pinturas de Pizarnik son sorprendentes; algunos delatan su admiración por Paul Klee (Las aventuras perdidas, su tercer libro de poemas –de 1958–, lleva como ilustración un cuadro de Klee), su pintor favorito junto con el Bosco, en una de cuyas más conocidas obras se inspiró para La extracción de la piedra de locura.
En 1956 publicó su segundo poemario, La última inocencia, dedicado a León Ostrov, su psicoanalista y –cómo no– amor platónico durante años. En esta época Pizarnik inició una vida social y literaria muy intensa. De hecho, siempre tuvo una vida intensamente social (y sexual), con excepción del último año y medio de su vida, cuando se produce el tan esperado y temido derrumbe psíquico.
En estos primeros años de actividad literaria frecuentaba a los poetas Rubén Vela, Raúl Gustavo Aguirre y Clara Silva, y también inició su amistad con Olga Orozco, que habría de perdurar. Pizarnik, que ya era una lectora desordenada y voraz, constituye su panteón literario, dominado por Rimbaud, Trakl y Artaud, y visitado por Virginia Woolf, Katherine Mansfield y Marcel Proust.
También son años de fracasos amorosos, marcados por la desaparición de Jorge Gaitán Durán, por quien concibió una pasión que se prolongó más allá de la muerte del poeta colombiano.
La etapa creativa y vital más importante de Pizarnik coincide con su estancia en París, de 1960 a 1964. A pesar de auténticas penurias económicas y frecuentes brotes depresivos, trabajó para Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura, fue miembro del comité de colaboradores extranjeros de Les Lettres Nouvelles, asistió a clases en la Sorbona y frecuentó a escritores franceses (Yves Bonnefoy, André Pieyre de Mandiargues, Henri Michaux) e hispanoamericanos, como Octavio Paz y Julio Cortázar. A éste y a Aurora Bernárdez la unió mucho más que una amistad literaria, casi una relación de proximidad familiar.
De este periodo son los extraordinarios poemas de Árbol de Diana (1962), publicado con prólogo de Paz, y el inicio de su colaboración en prestigiosas revistas literarias (Nouvelle Revue Française, Mito, Zona Franca, Papeles de Son Armadans). París fue su “patria secreta”, y en esta ciudad ingresaron en su panteón por la puerta grande Kafka, Kierkegaard, Lautréamont, Nerval, Reverdy, Cervantes. Y Dostoievsky, el escritor a quien más hondamente sintió próximo.
De vuelta a Buenos Aires publicó Los trabajos y las noches (1965), con el que obtuvo el Primer Premio Municipal y el Premio Fondo Nacional de las Artes. A contracorriente de la leyenda maldita de la poeta sumida en las ansias de la muerte y los tormentos de la soledad, la verdad es que, además de acceder a una intensa vida social, Pizarnik fue una poeta aplaudida, querida, aun idolatrada, que recibió el reconocimiento institucional al que muchos poetas argentinos de su generación aspiraban, y si bien es cierto que nunca vivió holgadamente, llegó a recibir sendas becas Guggenheim y Fulbright.
Ese año también es el de su único texto extenso en prosa, La condesa sangrienta, recogido en volumen en 1971. Extracción de la piedra de locura (1968) –con poemas escritos entre 1962 y 1966– y El infierno musical (1971) concluyen la obra publicada en vida.
En los dos últimos años exploró su vertiente más salaz, obscena y grotesca. Hasta enero de 1972, durante cinco meses estuvo internada en un psiquiátrico. Acabó viviendo plenamente de noche, bebiendo té e ingiriendo grandes dosis de psicotrópicos. Una de estas ingestas le fue fatal.
La publicación de los Diarios de Pizarnik, ¿qué agrega a la comprensión de su obra y del “personaje alejandrino”? Es difícil decirlo, ya que estamos ante una edición censurada.
El prolongado proyecto editorial que ahora llega a término ha estado en todo momento sometido a las condiciones impuestas por Myriam Pizarnik, derechohabiente de la obra de su hermana, notablemente la de que se hiciera una selección de fragmentos de contenido estrictamente literario en los que se evitaran las referencias a la vida privada de Pizarnik y de las personas mencionadas.
Ahora bien, ¿cómo segregar en un Diario lo personal y privado de lo público (o publicable) y literario? La selección de un corpus diarístico puede hacerse, claro está –un ejemplo célebre es A writer"s diary, la versión expurgada del Diario de Virginia Woolf editada por su marido en 1953–, pero a condición de explicar los criterios de selección con claridad meridiana.
El mismo Leonard Woolf incluía en su prólogo, junto con las razones para dar una primera versión censurada, una crítica razonada de este método de edición.
Transformar en criterios editoriales las prevenciones de terceras personas, impuestas bajo la amenaza de sanciones legales, es lo bastante grave. La afirmación de que los Diarios que ahora se publican no son un “relato de vida” sino un “diario literario”, aun una obra que posee el mismo valor que los poemas y prosas de Pizarnik, además de ser una racionalización de la señalada censura previa, es una tergiversación que la lectura de los textos seleccionados desmiente en más de un lugar.
Por sólo citar uno de ellos:
“Puede ser también, que, dada mi escasa facilidad de expresión oral, apele al papel para no atragantarme, para escupir el fuego de mis angustias. Por eso, quizá, amo tanto estos cuadernillos de quejas, cuyo valor es exclusivamente psicológico, pero nunca literario” (página 65).
¿Y qué necesidad hay de afirmar categóricamente que Pizarnik es “la primera escritora latinoamericana que escribe un diario concibiéndolo como parte de su proyecto de obra literaria”?
Aparte de que resultaría difícil citar ejemplos de escritores que escriban un diario divorciado de su “proyecto de obra literaria”, la afirmación no pasa de ser una petición de principio que se sostiene, únicamente, si reducimos su aplicación al género femenino. ¿O es que Julio Ramón Ribeyro no era escritor y además latinoamericano?
En otro plano, el del establecimiento del texto y el aparato de notas, la presente edición se rige por criterios de difícil comprensión. Así, se ofrecen en el texto las siglas onomásticas, pero rara vez se aclaran en nota. Esto hace que las escasas notas referenciales (Arturo Cuadrado, Olga Orozco, Cristina Campo, Alberto Manguel) parezcan meramente caprichosas. El lector se ve confrontado en no pocas entradas, sobre todo en los años 1969-1971, a una verdadera sopa de letras.
Es cuando menos una falta de consideración infligirle al lector no argentino y ajeno al microcosmos de las letras de este país tan cansino juego de adivinanzas. A. M. B. puede ser Ana María Barrenechea; E. P., Enrique Pezzoni; S. O., Silvina Ocampo; I. B., Ivonne Bordelois. Pero, como diría afrancesadamente Pizarnik, ¿“qui sait”? ¿Quiénes son J. y E. en Buenos Aires en 1958; T., Z., F., G. en París en 1961, y en 1963, Y., Q., M. L., A. D., M. J., A. P. de M. (seguramente André Pieyre de Mandiargues, pero ¿no se merece, tanto como Manguel o Campo, una humilde nota?)?
Lo mismo puede decirse de los lugares donde vivió o los trabajos que realizó en París para mantenerse, además de las menciones en el texto a obras de Pizarnik, todos ellos sin referenciar. ¿Qué cuesta, por ejemplo, decirle al lector (página 419) que Fragmentos para dominar el silencio es uno de los poemas de Extracción de la piedra de locura? Máxime tratándose de uno de los poemas capitales del último periodo, importancia que se refleja en que Pizarnik anote el día en que “cree” haberlo finalizado.
¿Que el lector puede leer esta selección de los Diarios y leerla con deleite (y también con una permanente sensación de “déjà lu”)? Sin duda. Quien conozca la obra de Pizarnik hallará en estas páginas muchas de las obsesiones y modismos de la escritora, desde su humor gnómico hasta espléndidos elogios de la lectura, con la sombra de la muerte y la soledad y el silencio y el valiente esfuerzo de la poeta por avanzar en el dominio de sus herramientas, aun a riesgo de poner en peligro su equilibrio psíquico.
Destaco el corrosivo humor paródico que la lleva, en una mezcla de autocompasión y autocrítica, a incluir en una larga anotación de julio de 1955 el siguiente “diagnóstico”: “De pronto me admiro de todo lo que hice. De mis papeles. Algún día van a estar en el museo (de algún Instituto Psiquiátrico). A su lado habrá un cartel: Poemas de una enferma de diecinueve años. Imposibilidad de razonar. Nunca meditó. Jamás reflexionó. Ninguna vez pensó. Parece ser que es sensible. Propensión a considerarse genial. Agresiva. Acomplejada. Viciosa. No muerde”.
No, Alejandra. A pesar de que tus Diarios hayan visto la luz respetando un riguroso protocolo digno de la mejor institución psiquiátrica, los originales están hoy depositados no en un hospital, sino en la biblioteca de una liberal universidad estadounidense. Cabe esperar que alguien menos respetuoso de los tabúes familiares y nacionales que tanto contribuyeron a enfermarte logre editarlos en su integralidad y con el debido respeto al lector.
***
Texto: artículo por Ana Nuño, publicado en La vanguardia en su edición del miércoles 31 de diciembre de 2003. Tomado del blog Alejandra Pizarnik: pública y secreta.
Imagen: fotografía del libro Poesía completa (editorial Lumen) hallada en Internet.
9.10.12
dice que no sabe del miedo de la muerte del amor...
20
a Laure Bataillon
dice que no sabe del miedo de la muerte del amor
dice que tiene miedo de la muerte del amor
dice que el amor es muerte es miedo
dice que la muerte es miedo es amor
dice que no sabe
***
Imagen: fotografía de Sylvia Plath tomada de Rai.
Texto: tomado del poemario Árbol de Diana. El poema está dedicado a Laure Bataillon, traductora francesa y amiga de Alejandra Pizarnik.
6.10.12
Al poeta nicaraguense Francisco Valle; exhortándolo a no escribir su correspondiente elegía a Alejandra Pizarnik
I
No es indispensable, poeta, que la escriba.
Su elegía.
No va a ayudarla a morir con eso.
No va a enterrarla más.
Si acaso a medio desenterrarla. Un pie
sólo entre terrones de humus en el Museo de Cera.
Deje que escriban otros su obituario.
Un redactor de la revista Gente dice:
"gozó de la amistad de Octavio Paz y Julio Cortázar".
Seguramente ellos –y otros
menos célebres pero considerables,
que también fueron sus amigos, escribirán.
Y los que no lo fueron ni cruzaron palabra con ella,
pero dirán, ahora que no puede desmentirlos: Ah, sí,
Alejandra, Sacha, siempre sin un real, "fauchee".
Cuantas veces nos encontramos se sentó a mi mesa
y le invité a tostadas y té verde.
II
Tendría que encontrar primero un buen epígrafe.
Luego, ¿qué género emplearía?
El coloquial: Cuando enlazados
bajo un solo abrigo, el tuyo, los pies helados,
volvíamos a la pensión desde la plaza de Saint
Germain a la rue de l’Ambre… o: Subías hacia mi
ágilmente los peldaños del Metro, sin aliento,
porque se hacía tarde y nos perdíamos de ver
"L’ Age d’Or…"?
III
No vale la pena.
Como los intimistas malolientes, traperos
de poemas hediondos a ropa sucia, cuando hay
que revolverla toda hurgando
para buscar en un bolsillo algo extraviado?
Nunca.
Las sábanas de los suicidas están siempre limpias.
Se duchan antes del acto. Una ducha corta y enérgica.
Yo sé algo de ellos.
Seres que invocan el silencio y ruido reciben
en respuesta.
Y los más allegados, los primeros en hacer más ruido.
¿Qué podría decirnos de esta muchacha, apenas humana
para lo demasiado demasiado humana que ella quería ser?
¿Qué va usted a decirle a quien quiso entrar en el silencio?
IV
Poeta, he venido a exhortarle induciéndole
con palabras y ruegos a no escribir ninguna elegía
por su amiga Alejandra Pizarnik.
Le expuse mis razones.
Ahora, con su permiso, me retiro.
Imagen: foto de Alejandra Pizarnik. Tomada de Librería del Centro.
Texto: poema de Carlos Martínez Rivas (1924- 1998).
No es indispensable, poeta, que la escriba.
Su elegía.
No va a ayudarla a morir con eso.
No va a enterrarla más.
Si acaso a medio desenterrarla. Un pie
sólo entre terrones de humus en el Museo de Cera.
Deje que escriban otros su obituario.
Un redactor de la revista Gente dice:
"gozó de la amistad de Octavio Paz y Julio Cortázar".
Seguramente ellos –y otros
menos célebres pero considerables,
que también fueron sus amigos, escribirán.
Y los que no lo fueron ni cruzaron palabra con ella,
pero dirán, ahora que no puede desmentirlos: Ah, sí,
Alejandra, Sacha, siempre sin un real, "fauchee".
Cuantas veces nos encontramos se sentó a mi mesa
y le invité a tostadas y té verde.
II
Tendría que encontrar primero un buen epígrafe.
Luego, ¿qué género emplearía?
El coloquial: Cuando enlazados
bajo un solo abrigo, el tuyo, los pies helados,
volvíamos a la pensión desde la plaza de Saint
Germain a la rue de l’Ambre… o: Subías hacia mi
ágilmente los peldaños del Metro, sin aliento,
porque se hacía tarde y nos perdíamos de ver
"L’ Age d’Or…"?
III
No vale la pena.
Como los intimistas malolientes, traperos
de poemas hediondos a ropa sucia, cuando hay
que revolverla toda hurgando
para buscar en un bolsillo algo extraviado?
Nunca.
Las sábanas de los suicidas están siempre limpias.
Se duchan antes del acto. Una ducha corta y enérgica.
Yo sé algo de ellos.
Seres que invocan el silencio y ruido reciben
en respuesta.
Y los más allegados, los primeros en hacer más ruido.
¿Qué podría decirnos de esta muchacha, apenas humana
para lo demasiado demasiado humana que ella quería ser?
¿Qué va usted a decirle a quien quiso entrar en el silencio?
IV
Poeta, he venido a exhortarle induciéndole
con palabras y ruegos a no escribir ninguna elegía
por su amiga Alejandra Pizarnik.
Le expuse mis razones.
Ahora, con su permiso, me retiro.
***
Texto: poema de Carlos Martínez Rivas (1924- 1998).
3.10.12
Diario: Increíble cómo necesito de la gente para saberme yo...
28 de julio [1962]
Increíble cómo necesito de la gente para saberme yo.
Pero hay una manera de sentir el tiempo que odio con todas mis fuerzas porque en esos instantes u horas me odio a mí y a los demás y a todo. Después de una sesión de "tiempo odiado" apenas logro reponerme. Regreso como una enferma y tengo miedo de mi fragilidad como una enferma. Así hoy, después de cuatro horas en el Departamento de Policía donde estuve parada, esperando, con un ensayo sobre "arte revolucionario o arte imaginario", que leí como una esquimal, sin reconocer el sentido de las palabras. Luego tomé un taxi y cuando pasé por la plaza muy bella casi lloro porque sentí que también había entrado en el engranaje absurdo del trabajo y de los papeles y que me habían robado mi tiempo. Porque después de todo mi tiempo es mío y yo debiera ser dueña de gastarlo y malgastarlo según mis ganas. Quiero decir: me pasé la mañana buscando papeles justificativos para que me dejen robarme el tiempo en paz. La verdad: trabajar para vivir es más idiota que vivir. Me pregunto quién inventó la expresión "ganarse la vida" como sinónimo de "trabajar". En dónde está ese idiota.
***
Imagen: "Elementary school" de Alfred Eisenstaedt.
Texto: fragmento de la entrada del día 28 de julio de 1962, tomada de Diarios (Lumen).
2.10.12
Donde el mal no bebe
Cuando los niños secuestrados por el viento
adheridos a su cintura sembrada de melodías
estallan en vagidos amarillos
mi corazón quiere asesinar.
He viajado muchas vidas montada en el viento.
Por eso canto sobre el ayer y el hoy
y mi voz tiene el hastío dulcísimo
de lo que aún no nació.
Recuerdo los sermones del viento
y sus lentos secretos robados a la bruja
-ella, la que ahora alimenta el fuego maldito
con mis cabellos-.
Recuerdo cuando el tren con alas se detuvo
y yo debí descender
y llorar en medio de multitudes.
Nostalgia del viento,
del candor, de la melodía.
Anhelo de volver
y de volver a ser.
No consuelos,
no cantos a los fantasmas,
no algodones rosados en las venas,
sino la lenta ternura lunar
y también el último beso
del viento.
***
Texto: poema publicado en revista Serpentina (Buenos Aires, 1957) y tomado del blog Alejandra Pizarnik: pública y secreta.
Imagen: Autorretrato en el albergue del caballo de Alba de Leonora Carrington.
24.9.12
Proyecto "Sólo un nombre": cuarenta traducciones para Alejandra Pizarnik en el cuarenta aniversario de su partida
* El proyecto "Sólo un nombre" fue publicado el viernes 21 de setiembre de 2012 en la revista digital Fronterad y puede ser consultado en el siguiente enlace: Fronterad: Sólo un nombre. Aprovechamos nuestro espacio para agradecer al señor Alfonso Armada, editor de Fronterad.
Cuarenta traducciones para el poema "Sólo un nombre" en el cuarenta aniversario de la muerte de Alejandra Pizarnik
Por alejandrapizarnik.blogspot.com
La muchacha halla la máscara del infinito
y rompe el muro de la poesía
"Salvación", Alejandra Pizarnik.
Este proyecto nació con un objetivo en mente: obtener cuarenta traducciones del poema "Sólo un nombre" en el cuarenta aniversario de la muerte de su autora. Para lograrlo, necesitaríamos de traductores, hablantes nativos y amigos, quienes donaron su tiempo. Muchos de ellos no se dedican a la interpretación de manera profesional, pero, como acto de buena fe, todos dieron su nombre para respaldar su trabajo.
Otras traslaciones o comentarios podrían surgir de este dispositivo y esto solamente continuaría la dinámica original y demostraría, además, que el texto es un tejido vivo. En el mes del cuarenta aniversario de la partida física de Alejandra Pizarnik, nos complace celebrarla con su poesía; en específico, con este poema de su libro La última inocencia, publicado en 1956.
ESPAÑOL (Alejandra Pizarnik)
Sólo un nombre
alejandra alejandra
debajo estoy yo
alejandra
1. AFRIKÁANS (Alicia Isaacs)
Net 'n naam
alejandra alejandra
ek is onder
alejandra
2. ALEMÁN (Ricardo Bada)
Nur ein Name
alejandra alejandra
darunter bin ich
alejandra
3. ÁRABE (Carmen Ruiz)
مجرّد اسم
الكْسنْدرا .. الكْسنْدرا
ومن تحته أنا
الكْسنْدرا
4. BRIBRI (Alí García)
Kiè ë
alejandra alejandra
e’ tkĩ̀ ã ye’ tso’
alejandra
5. CATALÁN (Viviana Nieto)
Només un nom
alejandra alejandra
abaix estic jo
alejandra
6. CHICHEWA (Mason R. Hults)
Ndi dzina chabe
alejandra alejandra
mkati mwanga ndine
alejandra
7. CROATA (Dav)
Samo jedno ime
alejandra alejandra
ja sam ispod
alejandra
8. DANÉS (Marianne Rasmussen)
Kun et navn
alejandra alejandra
nedunder er jeg
alejandra
9. ESLOVENO (Lucía Ramallo)
Samo eno ime
alejandra alejandra
spodaj sem jaz
alejandra
10. ESPERANTO (Guido Hernández)
Nur unu nomo
alehandra alehandra
sube mi estas
alehandra
11. EUSKERA (Idoia Gillena)
Izen bat besterik ez
alejandra alejandra
azpian ni nago
alejandra
12. FINÉS (Heli Pessala)
Vain yksi nimi
alejandra alejandra
sen alla olen minä
alejandra
13. FRANCÉS (Manuel I. Morales)
Rien qu'un prénom
alejandra alejandra
je suis en dessous
alejandra
14. GALÉS (Brione)
Dim ond enw
alejandra alejandra
o dan rydw i yn
alejandra
15. GALLEGO (Daniel Otero)
Só un nome
alexandra alexandra
debaixo estou eu
alexandra
16. GRIEGO (Ángel García)
μóνo τo óνoμα
αλεξάνδρα αλεξάνδρα
απo κατω είμαι εγώ
αλεξάνδρα
Móno to ónoma
alejandra alejandra
apo kato eímai egó
alejandra
17. GUARANÍ (Ana Carmen Espinosa)
Peteî téra añónte
alejandra alejandra
iguýpe aime che
alejandra
18. HAUSA (Mason R. Hults)
Suna kadai
alejandra alejandra
ina kalkashin
alejandra
19. HEBREO (Luis D. Marín)
רק שם אחד
אלחנדרה אלחנדרה
מתחת אני
אלחנדרה
Rak shem ejád
alejandra alejandra
metaját aní
alejandra
20. HINDI (Javier Zamora)
सिर्फ एक नाम
आलेहान्द्रा आलेहान्द्रा
अन्दर मैं हूँ
आलेहान्द्रा
Sirf ek naam
alejandra alejandra
andar main hoon
alejandra
21. HÚNGARO (Iris Meléndez)
Csak egy név
alejandra alejandra
allat vagyok
alejandra
22. INGLÉS (Laura Solano)
Only a name
alexandra alexandra
underneath i am
alexandra
23. ITALIANO (Ricardo Bada)
Soltanto un nome
alejandra alejandra
sotto sono io
alejandra
24. JAPONÉS (Marlon Arce)
一つの名前だけ
アレハンドゥラ アレハンドゥラ
私は下にいる
アレハンドゥラ
Tada hitotsu no namae (Blanca Miosi)
alejandora alejandora
watashi wa shita ni iru
alejandora
25. KIMERU (Mason R. Hults)
Riitwa rionka
alejandra alejandra
ndi riungu rwa
alejandra
26. KINYARWANDA (Mason R. Hults)
Izina gusa
alejandra alejandra
hasi ndi
alejandra
27. KISWAHILI (Mason R. Hults)
Jina peke yake
alejandra alejandra
niko ciini
alejandra
28. LATÍN (Ángel García Ronda)
Solum modo nomen
alejandra alejandra
subsum
alejandra
29. MANDARÍN (Manuel I. Morales)
《只以名之名》
雅丽山德拉,雅丽山德拉,
我在你名之下,
雅丽山德拉。
30. NEERLANDÉS (Ricardo Bada)
Slechts een naam
alejandra alejandra
daaronder ben ik
alejandra
31. NORUEGO (Marianne Rasmussen)
Bare ett navn
alejandra alejandra
under er jeg
alejandra
32. POLACO (Blanca Miosi)
Tylko jedno nazwisko
alejandra alejandra
jestem pod
alejandra
33. PORTUGUÉS (Ricardo Bada)
Apenas um nome
alejandra alejandra
debaixo só eu
alejandra
34. RUSO (Maria Dyukova)
Только одно имя
Александра Александра
Ниже нахожусь я
Александра
Tol'ko odno imya
alexandra alexandra
nizhe nahozhus' ya
alexandra
35. SERBIO (Snezana Stanojevic)
Samo jedno ime
alehandra alehandra
ispod sam ja
alehandra
36. SUECO (Marianne Rasmussen)
Bara ett namn
alejandra alejandra
nedan är jag
alejandra
37. TSWANA (Sibongile Mashinini)
Leina fela
alejandra alejandra
ke ka fo tlase ga
alejandra
38. TURCO (Fuad Alican)
Yalnızca bir isim
alejandra alejandra
altında ben varım
alejandra
39. XHOSA (Sibongile Mashinini)
UAlejandra alejandra ligama lodwa, ndingaphantsi koalejandra
40. ZAZAKI (Hassan Yildiz)
Teyna ju nameo
alejandra alejandra
bine lingane tode ez esta
alejandra
***
Flora Alejandra Pizarnik nació el 29 de abril de 1936 en Avellaneda, Buenos Aires. Fue la segunda hija de un matrimonio judío de inmigrantes de Europa Oriental. Publicó su primer libro de poemas, La tierra más ajena, cuando contaba apenas con 19 años. Antes de cumplir los 23 años, tenía dos publicaciones más: La última inocencia y Las aventuras perdidas.
En la década de los sesenta, vivió una temporada en París, donde comenzó una amistad profunda con grandes figuras literarias, como Julio Cortázar y Octavio Paz. Asimismo, desarrolló otra de sus pasiones: la traducción. Ella tradujo, entre otros, a Paul Eluard, André Bretón, Antonin Artaud, Henry Michaux, Aimé Césaire e Yves Bonnefoy. Durante su estancia en Francia, Árbol de Diana, su cuarto poemario, circuló por las calles porteñas.
De regreso a su país natal, publicó el resto de sus libros: Los trabajos y las noches (Primer Premio Municipal de Poesía de Buenos Aires), Extracción de la piedra de locura, Nombres y Figuras (antología de poemas), El infierno musical, La condesa sangrienta (prosa basada en el libro Erzébet Báthory, la comtesse sanglante de Valentine Penrose) y Los pequeños cantos (antología). Expuso, además, algunas de sus acuarelas y pinturas en la galería de arte El Taller y ganó, gracias a su trabajo escritural, dos prestigiosas becas: la Guggenheim y la Fulbright.
Murió en Buenos Aires el 25 de setiembre de 1972 a los 36 años de edad. Sus restos mortales fueron sepultados, junto a los de su padre, en el cementerio judío de La Tablada.
***
Nota para citas: para citar este artículo recurra a la fuente principal: revista Fronterad. Cita: Solano, Laura. 2012. "'Sólo un nombre', cuarenta traducciones de un poema de Alejandra Pizarnik". En: revista Fronterad, semana del 21 al 26 de setiembre de 2012.
Nota para idiomas: cada lengua posee un enlace que dirige a la página del idioma en Wikipedia.