29.1.07

Prólogo de Octavio Paz para Árbol de Diana




Árbol de Diana de Alejandra Pizarnik. (Quím.): cristalización verbal por amalgama de insomnio pasional y lucidez meridiana en una disolución de realidad sometida a las más altas temperaturas. El producto no contiene una sola partícula de mentira. (Bot.): el árbol de Diana es transparente y no da sombra. Tiene luz propia, centelleante y breve. Nace en las tierras resecas de América. La hostilidad del clima, la inclemecia de los discursos y la gritería, la opacidad general de las especies pensantes, sus vecinas, por un fenómeno de compensación bien conocido, estimulan las propiedades luminosas de esta planta. No tiene raíces; el tallo es un cono de luz ligeramente obsesiva; las hojas son pequeñas, cubiertas por cuatro o cinco líneas de escritura fosforescente, peciolo elegante y agresivo, márgenes dentadas; las flores son diáfanas, separadas las femeninas de las masculinas, las primeras axilares, casi sonámbulas y solitarias, las segundas en espigas, espoletas y, más raras veces, púas. (Mit. y Etnogr.): los antiguos creían que el arco de la diosa era una rama desgajada del árbol de Diana. La cicatriz del tronco era considerada como el sexo (femenino) del cosmos. Quizá se trata de una higuera mítica (la savia de las ramas tiernas es lechosa, lunar). El mito alude posiblemente a un sacrificio por desmembración: un adolescente (¿hombre o mujer?) era descuartizado cada luna nueva, para estimular la reproducción de las imágenes en la boca de la profetisa (arquetipo de la unión de los mundos inferiores y superiores). El árbol de Diana es uno de los atributos masculinos de la deidad femenina. Algunos ven en esto una confirmación suplementaria del origen hermafrodita de la materia gris y, acaso, de todas las materias; otros deducen que es un caso de expropiación de la sustancia masculina solar: el rito sería sólo una ceremonia de mutilación mágica del rayo primordial. En el estado actual de nuestros conocimientos es imposible decidirse por cualquiera de estas dos hipótesis. Señalemos, sin embargo, que los participantes comían después carbones incandescentes, costumbre que perdura hasta nuestros días. (Blas.): escudo de armas parlantes. (Fís.): durante mucho tiempo se negó la realidad física del árbol de Diana. En efecto, debido a su extraordinaria transparencia, pocos pueden verlo. Soledad, concentración y un afinamiento general de la sensibilidad son requisitos indispensables para la visión. Algunas personas, con reputación de inteligencia, se quejan de que, a pesar de su preparación, no ven nada . Para disipar su error, basta recordar que el árbol de Diana no es un cuerpo que se pueda ver: es un objeto (animado) que nos deja ver más allá, un instrumento natural de visión. Por lo demás, una pequeña prueba de crítica experimental desvanecerá, efectiva y definitivamente , los prejuicios de la ilustración contemporánea: colocado frente al sol, el árbol de Diana refleja sus rayos y los reúne en un foco central llamado poema, que produce un calor luminoso capaz de quemar, fundir y hasta volatilizar a los incrédulos. Se recomienda esta prueba a los críticos literarios de nuestra lengua.

Octavio Paz
París, abril de 1962


***
Texto: prólogo para el poemario Árbol de Diana de Alejandra Pizarnik.

24.1.07

La Poeta Que Lloró Hasta Romperse: Alejandra Pizarnik

La Poeta Que Lloró Hasta Romperse: Alejandra Pizarnik
Enrique Vila-Matas


Poesía completa
Alejandra Pizarnik
Lumen. Barcelona, 2000
336 páginas .


Se reúne la obra lírica de una escritora desgarrada y solitaria.


Crece imparable la leyenda de Alejandra Pizarnik, no porque se matara joven en 1972, sobredosis de seconal, a la edad de 36 años , sino porque las fuerzas de su lenguaje, unas "damas solitarias y desoladas", resisten el paso del tiempo. Esas damas solitarias eran las palabras, que a su vez para ella eran temas. Cada palabra un tema. Sueño, muerte, infancia, terror, noche. Combinó estos temas incansablemente con una gran confianza en el lenguaje, que paradójicamente acabó despertando en ella la sospecha de que sus palabras tenían una dimensión mortal y tal vez lo único que nombraban era la ausencia.
"Alejandra Pizarnik", escribe Luis Chitarroni. "Basta nombrarla para que en el aire vibren la poesía y la leyenda. Una lírica extrema y también una tragedia".
Crece imparable el mito de Alejandra Pizarnik, sobre todo entre los lectores jóvenes, que ven en ella a alguien de la estirpe de Lautréamont y Artaud, que ven en ella como ha dicho Ana María Moix a una poeta que se internó por infiernos raramente visitados por la poesía contemporánea escrita en castellano. Crece su leyenda entre los jóvenes porque éstos andan averiguando por su cuenta no porque se lo faciliten las editoriales: de ahora que hubo en la literatura unos tiempos en los que los escritores eran figuras envueltas en el misterio, personajes excéntricos e inexplicables. Gente de otro mundo, no como los escritores actuales que en su mayoría declaran ser gente común y corriente, que tiene en el banco una cuenta corriente y administra la literatura desde el burócrata escritorio de su despacho corriente.
Al encanto de Pizarnik de ser una figura envuelta en el misterio y una personalidad inexplicable, hay que añadir el hecho de que palabra por palabra ella escribía la noche, y el lector que se acerque a ella descubrirá que esa escritura nocturna, que tenía un alto sentido del riesgo, nacía de la más pura necesidad, como a pocos escritores del siglo XX se les ha visto: una lírica extrema y también una tragedia.
A Alejandra Pizarnik le gustaban las noches ilusorias o artificiosas, las condesas sangrientas, lo negativo ("mi horizonte de maldoror con su perro"), el castillo de la pureza asombrosa de sus versos, el arte combinatorio (que ya hemos dicho que, limitado a unas cuentas palabras poéticas prestigiosas, la fue llevando al silencio y al suicidio de las mismas), el surrealismo, el abandono repentino en que caían sus poemas minimalistas y que ella pensaba que el lector debía completar, Arthur Rimbaud, la idea de matar al sol para instalar el reino de la noche negra, las anfetaminas y los antidepresivos, Lewis Carroll a través de sus espejos, las chicas jóvenes que se abren y se cierran en un ritmo animal muy puro, la Inmadurez (de la que hablaba Gombrowicz) como potencia oscura, los poemas-aforismos de Antonio Porchia, las extracciones de una piedra llamada locura, y el arte de Janis Joplin, a la que se comparó en unos versos: "Hay que llorar hasta romperse / para crear o decir una pequeña canción, / gritar tanto para cubrir los agujeros de la ausencia / eso hiciste vos, / eso yo".
La potencia oscura de su Inmadurez produce una atracción irresistible, sorprende en estos aburridos tiempos de poesía de la experiencia o de lírica académica. Alejandra Pizarnik había nacido en Avellaneda, Argentina, hija de padres inmigrantes rusos y su biografía literaria comenzó muy pronto. En 1955, en Buenos Aires, la editorial Botella al Mar le publica su primer poemario, La tierra más ajena. Suele decirse que hizo de su vida y de su obra, a la manera de los poetas románticos o de un Antonin Artaud, una única aventura. Pero esto probablemente es discutible y además lleva a algunos comentaristas de su obra a llamarla "pequeña sonámbula en la cornisa de la niebla" y otras sandeces.
Entre 1960 y 1964 estudió en París, donde entró en contacto con Octavio Paz y Julio Cortázar, y con escritores franceses como, por ejemplo, Pieyre de Mandiargues, que le escribió con motivo de la publicación del que a mí me parece el más insomne y perturbador de sus libros, Extracción de la piedra de locura: "Tengo amor a tus poemas: querría que hicieras muchos y que tus poemas difundieran por todas partes el amor y el terror".
"La que murió de su vestido azul está cantando. Canta imbuida de muerte al sol de su ebriedad. Adentro de su canción hay un vestido azul, hay un caballo blanco, hay un corazón verde tatuado con los ecos de los latidos de su corazón muerto", puede leerse en 'Cantora nocturna', poema en prosa de Extracción de la piedra de locura, poema dedicado a Olga Orozco.
Amor y terror y tendencia al silencio y, sin embargo, Pizarnik canta. Regresó a Buenos Aires en 1964, donde escribiría obras maestras como El infierno musical al tiempo que hacían su aparición ciertos fantasmas mentales. Años de versos y de terapias psicoanalíticas y de frustrados intentos de suicidio con barbitúricos, y el insomnio peligroso siempre como telón de fondo, máscaras de la noche en lugares perdidos que sólo ella conocía: "Invitada a ir nada más que hasta el fondo".
La edición de su Poesía completa, a cargo de Ana Becciú, recoge la obra poética publicada en vida de Pizarnik, los poemas póstumos recogidos por Olga Orozco y la propia Ana Becciú, y publicados en 1982 en Argentina, y poemas que han permanecido inéditos hasta la fecha. Todo esto a la espera de un segundo volumen también en Lumen que recogerá su obra en prosa, y un tercero muy esperado en el que podremos leer sus Diarios, es decir, podremos acercarnos a la verdadera vida de la escritora, ya que, a pesar de que suele decirse que fundía literatura y vida en sus poemas, hay motivos para sospechar que su voz no era tan subjetiva como se ha venido pensando hasta ahora; hay motivos para creer que en realidad esta poeta se fue construyendo como soporte de sus versos una personalidad que, bajo la apariencia de continuidad de una voz poética torturada, en realidad estaba constituida por muchas voces, tantas como las voces de Antonio Porchia, un gran poeta hoy absurdamente olvidado, su más que probable faro literario.
Y es que tal vez como dice César Aira la obra de Alejandra Pizarnik no sea más que la investigación de las metamorfosis del sujeto en la poesía, realizada con espíritu científico sobre los hechos mismos. De ahí que los poemas inéditos que se incluyen en Poesía completa den la impresión de que ella se encontraba a las puertas de darle una nueva vuelta de tuerca a su engañosa pero rigurosa subjetividad. Lo digo para quien quiera escucharme: cuando veamos que vida y obra se funden en la figura de un escritor, pensemos que la vida de éste es deliberadamente falsa y ha sido inventada sólo para dar soporte a la obra, que sí es verdadera.
Encontraron un poema póstumo escrito con tiza en el pizarrón de su cuarto de trabajo: "Criatura en plegaria / rabia contra la niebla / escrito en el crepúsculo / contra la opacidad / no quiero ir nada más que hasta el fondo / oh vida / oh lenguaje / oh Isidoro". El conde de Lautréamont es Isidoro. Es como si este conde sangriento tuviera la llave que, al cerrarse la obra de ella para siempre, la abría al mismo tiempo al misterio del universo, lo que aseguraría la eterna juventud de esta dama solitaria y desolada de la poesía, hoy aparentemente parada. Está parada (diría Gombrowicz). Y está parada de modo tan absoluto y definitivo como si estuviese sentada.
Babelia, 3 de marzo de 2001


***
Texto: Enrique Vila-Matas, tomado de Solo literatura.
Imagen: Alejandra Pizarnik.

16.1.07

Aquí Alejandra



Bicho aquí,
aquí contra esto,
pegada a las palabras
te reclamo.

Ya es la noche, vení,
no hay nadie en casa


Salvo que ya están todas
como vos, como ves,
intercesoras,


llueve en la rue de l'Eperon
y Janis Joplin.


Alejandra, mi bicho,
vení a estas líneas, a este papel de arroz
dale abad a la Zorra,
a este fieltro que juega con tu pelo


(Amabas, esas cosas nimias
aboli bibelot d'inamité sonore


       las gomas y los sobres
       una papelería de juguete
       el estuche de lápices
       los cuadernos rayados)


Vení, quedate,
tomá este trago, llueve,
te mojarás en la rue Dauphine,
no hay nadie en los cafés repletos,
no te miento, no hay nadie.


Ya sé, es difícil,
es tan difícil encontrarse


       este vaso es difícil,
       este fósforo,


y no te gusta verme en lo que es mío,
en mi ropa en mis libros
y no te gusta esta predilección
por Gerry Mulligan,


quisieras insultarme sin que duela
decir cómo estás vivo, cómo
se puede estar cuando no hay nada
más que la niebla de los cigarrillos,


Cómo vivís, de qué manera
abrís los ojos cada día


No puede ser, decís, no puede ser.
 
            Bicho, de acuerdo,
vaya si sé pero es así, Alejandra,
acurrucate aquí, bebé conmigo,
mirá, las he llamado,
vendrán seguro las intercesoras,
el party-para vos, la fiesta entera,

            Erszebet,
            Karen Blixen


ya van cayendo, saben
que es nuestra noche, con el pelo mojado
suben los cuatro pisos, y las viejas
de los departamentos las espían


       Leonora Carrington, mirala,
       Unica Zorm con un murciélago
       Clarice Lispector, aguaviva,


burbujas deslizándose desnudas
frotándose a la luz, Remedios Varo
con un reloj de arena donde se agita un láser
y la chica uruguaya que fue buena con vos
sin que jamás supieras
su verdadero nombre,
 

qué rejunta, qué húmedo ajedrez,
qué maison close de telarañas, de Thelonius,
qué larga hermosa puede ser la noche
con vos y Joni Mitchell
con vos y Hélène Martin
              con las intercesoras


animula      el tabaco
vagula
        Anaïs Nin
blandula
    vodka tónic

No te vayas, ausente, no te vayas,
jugaremos, verás, ya están llegando
con Ezra Pound y marihuana
con los sobres de sopa y un pescado
que sobrenadará olvidado, eso es seguro,
en una palangana con esponjas
entre supositorios y jamás contestados telegramas.


Olga es un árbol de humo, cómo fuma
esa morocha herida de petreles,


       y Natalía Ginzburg, que desteje
       el ramo de gladiolos que no trajo.


¿Ves, bicho? Así. Tan bien y ya. El scotch,
Max Roach
, Silvina Ocampo,
alguien en la cocina hace café

 
              su culebra cantando
              dos terrones   un beso

              Léo Ferré


No pienses más en las ventanas
el detrás        el afuera


Llueve en Rangoon
                Y qué.


Aquí los juegos. El murmullo
 

               (consonantes de pájaro
               vocales de heliotropo)


Aquí, bichito. Quieta. No hay ventanas ni afuera
y no llueve en Rangoon. Aquí los juegos.



 

***
Texto e imagen inferior: apartado "La noche de las amigas" del poemario Salvo el crepúsculo de Julio Cortázar.

5.1.07

Los perturbados entre lilas (fragmento)

Seg: La realidad nos ha olvidado y lo malo es que uno no se muere de eso.
Car: Ya no existe la realidad.
Seg: Sin embargo cumplimos años, perdemos frescura, las ganas... Perdemos... Car, ¿no es eso la realidad?
Car: Entonces la realidad no nos ha olvidado.
Seg: ¿Y por qué decís que ya no existe?
Car: ¿Puede darse algo más triste que esta conversación?
Seg: Quizá es triste porque no hacemos nada.
Car: No hacemos nada pero lo hacemos mal.




(Pausa)







Seg: Creés que sos el único que sufre en este mundo porque quisiste un triciclo y no te lo dieron. Te creés muy importante, ¿verdad?
Car: Muy.
Seg: Esto no anda. Pensé que criticarte me divertiría.
Car: Te dejo.
Seg: ¿Tenés que hacer?
Car: Tengo.
Seg: ¿Hacer qué?
Car: Mirar el montón de manos de muñecas que hay en la azotea de Ángelo, el que fabrica muñecas.
Seg: ¿Y para qué mirar manos sin brazos?
Car: Miro manos chiquitas para que se apaguen mis rumores. (Canturrea) "Araca, corazón, callate un poco..."
Seg: ¿Para qué diablos querés apagar tus rumores?
Car: Me hablás con desprecio.
Seg: Perdón. (Pausa. Más fuerte.) Que conste en los complejos anales de nuestra historia que dije perdón. Y vos, como si nada. No sabés cuánto desprecio a los que no se interesan por mí.
Car: Te oigo, te oí.


Nota
(imágenes): Fotografías de Ehekatl Hernández. Títulos, según orden de aparición: "Inmolación", "Redención", "Fe" y "Salvación".
Nota (texto): Pizarnik, Alejandra. Prosa completa. Barcelona: Lumen.

1.1.07

Propósito de año nuevo

1 de enero, viernes [1960]

Que este año me sea dado vivir en mí y no fantasear ni ser otras, que me sea dado ponerme buena y no buscar lo imposible sino la magia y extrañeza de este mundo que habito. Que me sean dados los deseos de vivir y conocer el mundo. Que me sea dado el interesarme por este mundo.

***

Nota (imagen): Foto tomada de shine_the_light.com
Nota (texto): Pizarnik. Diarios. Barcelona: Lumen.