17.10.10

La inocente. Rubén Vela

                                      
                                            A Alejandra Pizarnik

Desnuda y victoriosa, da de comer
a los animales salvajes.

Ellos lamen sus muslos, le gastan
el sexo dulcemente, se alimentan
de esas aguas más profundas.

Al amanecer, ella cierra sus
sus piernas. Los animales gimen
al principio, rugen luego,
la despedazan con sus garras.

La bella indiferente dice: ¡hasta
mañana! y duerme.

Los animales protegen sus
despojos.

(1969)

Nota (imagen): Nicoletta Ceccoli.
Nota (texto): "La inocente" de Rubén Vela.

13.10.10

Dentro de muy poco me suicidaré...

Domingo, 1 [1961]

   Dentro de muy poco me suicidaré. Siento claramente que estoy llegando al final. Veo cerrado. Ni afuera ni adentro. Simplemente no tengo fuerzas y la locura me domina (una histeria atroz: imposibilidad absoluta de quedarme tranquila, quieta).
   Cuando entré en mi cuarto tuve miedo porque la luz ya estaba prendida y mi mano seguía insistiendo hasta que dije: Ya está prendida. Me saqué los pantalones y me subí a una silla para mirar cómo soy con el buzo y el slip; vi un cuerpo adolescente; después bajé de la silla y me acerqué al espejo nuevamente: Tengo miedo, dije. Revisé mis rasgos y me aburrí. Tenía hambre y ganas de romper algo. Me dirigí a la mesa con el mantel rojo con libros y papeles, demasiados libros y papeles y quise escribir pero me dio miedo aumentar el desorden y me pregunté para qué lo aumentaría con un poema más que luego exigiría ser pasado a máquina y guardado en una carpeta. Me mordía los labios y no sabía qué hacer con las manos. Yo misma me asustaba porque me miraba a mí misma en mi piecita desordenada, andando y viniendo en slip y pullover sin pensar, con la memoria petrificada, con la boca devorándose. Pasé junto a la silla y me subí de nuevo en el espejo pero mi cuerpo me dio rabia y me tiré en la carga creyendo confiada en el llanto vendría.


Imagen: extraída de la película Las Horas.
Texto: Diarios de Alejandra Pizarnik. Lumen.

27.9.10

Alejandra Pizarnik: 25 de setiembre de 1972

Y que de mí no quede más que la alegría de quien pidió entrar y le fue concedido.


Nota (imagen): Retrato de Alejandra Pizarnik por Silvina Ocampo.
Nota (texto): Fragmento de La extracción de la piedra de locura.

23.9.10

La familia literaria de Alejandra Pizarnik

Creo no exagerar si considero a Bajarlía [Juan Jacobo] una especie de Virgilio para la Alajandra de dieciocho años que, por primera vez, se aventuraba en lo que luego sería 'su' medio por derecho propio, pues además de revelarle algunos de los nombres fundamentales para la configuración de su "familia literaria" y su línea de filiación poética, fue la primera mirada 'autorizada' a quien le mostró sus poemas —en largas conversaciones y lecturas por los cafés donde circulaban los escritores de la época—, quien la ayudó a corregir todos los textos que después formarían parte de su primer libro, La tierra más ajena —pagado por su padre—, quien le presentó a su primer editor, Arturo Cuadrado, y quien la introdujo entre los primeros artistas con los que entró en contacto —Juan Batle Planas, Oliverio Girondo, Aldo Pellegrini—, es decir, algunas de las figuras centrales del grupo surrealista e invencionista argentino.


Nota (imagen): 'Beatriz intercede por Dante ante Virgilio" por Gutavo Doré.
Nota (texto): Alejandra Pizarnik por Cristina Piña.

12.8.10

5 de octubre de 1963: Espera del milagro...

Espera del milagro. Igualmente de niña, cuando caminaba dichosa, segura de que me seguía una presencia protectora, divina. Cuántas veces le ofrecí la ocasión de manifestarse... Me detenía con los ojos cerrados: "Va a suceder, háblame, está por suceder, háblame...".

Y ahora. Llueve y lo espero y tal vez no venga y lo amo.



Nota (imagen): Tomada de Echomolise. La niña no es Alejandra Pizarnik.
Nota (texto): Diarios. Alejandra Pizarnik.

27.5.10

Diarios: 2 de enero [1961]


Vi una vieja mendiga durmiendo en el suelo abrazada a una muñeca. (Yo no la vi. Mis ojos la vieron). Por qué esta mujer en el suelo frío, por qué duerme y hace la noche en ella y por qué necesita en su gran oscuridad abrazar a una mueca (sic.) [muñeca] enorme, nueva, bella, y por qué no duerme sin abrazarse a nada, así como vino a este mundo y por qué la gente necesita abrazarse a algo en particular esta vieja a una muñeca. Las muñecas no necesitan abrazar viejas para dormir…

Vi una vieja mendiga durmiendo en el suelo abrazada a una muñeca. Yo no la vi. Mis ojos la vieron. Y tuve miedo porque me dije por qué tantos pies y paraguas y perros y árboles y esta mujer en el suelo frío y por qué duerme y hace la noche en ella y por qué necesita —en su gran obscuridad— abrazar una muñeca enorme, nueva, bella, y por qué la gente necesita abrazarse a algo, y en particular esta vieja a una muñeca.

Nota (imagen): Memento mori: niña con muñecas.
Nota (texto): Alejandra Pizarnik. Diarios. Editorial Lumen.

6.5.10

La Alejandra de Julio Cortázar

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… Por allá anda Alejandra Pizarnik, poeta argentina y encantador cronopio. Creo que algún día te llamará para darte noticias mías, y si tenés un rato me gustaría que te tomaras un café con ella, porque realmente vale la pena. Te mandaré apenas salga el ejemplar de Les Lettres Nouvelles donde Alejandra presentó admirablemente a los cronopios, como proemio a una pequeña selección de textos bastante bien traducidos…

Carta a Francisco Porrúa. París, 13 de febrero de 1964.

***

…¿La viste a alejandra? Es un bicho encantador a quien hemos llegado a querer mucho. Lo de bicho es el más alto elogio que yo puedo hacerle a alguien y ella lo merece…

Carta a Ana María Barrenechea. París, 19 de abril de 1964.

***

… Y me alegro que me hables de Alejandra, porque esta gorda infame (estás autorizado a mostrarle este pedazo, refregándoselo minuciosamente por la cara) no me escribe desde hace eones…

Carta a Francisco Porrúa. París, 4 de septiembre de 1965.

***

… Me alegro de que te gustaran los cuentos, y no me extraña que “El otro cielo” sea tu preferido. También lo es de Alejandra, de todos los que conocen París y se han asomado a su olor y a sus paredes mohosas…

Carta a Saúl Yurkievich. Saignon, 23 de junio de 1966.

***

…Hay dos poetas latinoamericanos que me hacen sentir lo que estoy tratando de decirle: Octavio Paz y usted. Otros a quienes amo —Pizarnik, Juárroz— tocan otros registros en mi sensibilidad; y qué maravilla que eso sea siempre poesía, como un agua que a veces viene desde la nube y otras veces desde el manantial…

Carta a Graciela de Sola. Saignon, 10 de agosto de 1968.

***

Nota (imagen): Collage Cortázar y Pizarnik.
Nota (texto): Julio Cortázar. Cartas 1964- 1968. Edición a cargo de Aurora Bernárdez. Editorial: Alfaguara. Biblioteca Cortázar.

30.4.10

Carta a Elizabeth Azcona Cranwell


Para Elizabeth que sabe que las aventuras perdidas son:

Una niña en busca de su nombre secreto
Una muchacha corriendo detrás del amor
                                                                       o, tal vez,
una mano blanca que toca el cielo —ya está llegando—
si no fuera por una palabras que lo impide. Por eso tú pierdes las aventuras. Por eso yo las he perdido. Hemos perdido sin haber empezado. Es que no hay comienzo. Ni fin. Sólo hay palabra, la única palabra, la gran impedidora, la que nos encadena en una sed sin desenlace. No obstante, la única palabra por la que vale el vivir. Y ahora, elizabeth,
   PROHIBIDO OLVIDARSE
  de
  alejandra
  25 de agosto de 1958*

*En el mismo número, donde también aparece una evocación de Pizarnik del poeta Rodolfo Alonso, se incluye un dibujo de Alejandra con la siguiente inscripción:
            “Ne me quitte pas. Regarde moi avec mes yeux qui te regardent tour et nuit”.
Es decir: “No me abandones (éste es el título de una célebre canción de Jacques Brel). Mírame con mis ojos que te guardan día y noche”.
            Aparte del hermoso juego de palabras que asocia en francés a “regarder” con “garder” (mirar-guardar dos veces), este texto recuerda el del poema “En tu aniversario”, de Los trabajos y las noches:
                                               “… Recibe este amor que te pido
                                               Recibe lo que hay en mí que eres tú.”

Nota (imagen): Foto tomada del libro Alejandra Pizarnik. Una biografía de Cristina Piña.
Nota (texto): Correspondencia de Alejandra Pizarnik de Ivonne Bordelois. 

29.4.10

Aniversario 74 de Alejandra Pizarnik

22

he nacido tanto
y doblemente sufrido
en la memoria de aquí y de allá


Nota (imagen): Fondo de escritorio con fotos de Alejandra Pizarnik. Espero lo bajen y lo disfruten en su computadora.
Nota (texto): Poema número 22 de Árbol de Diana de Alejandra Pizarnik.

27.4.10

Carta de Julio Cortázar a Alejandra Pizarnik

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París, 14 de julio (ALLONS,
ENFANTS DE LA PATRE…) de 1965

Alejandrísima:

No estés enojada conmigo por este largo silencio. También los silencios atan y yo he visto más de cuatro paquetes de masitas atados con hilo negro; basta desmoronar el moñito para que aparezcan los merengues, los relámpagos y las religiosas, sin contar los horribles (3 fr. 25 les 100 gr.). Cosas así todos los días.
Bicho lejano, la semana pasada fuimos a Montmachoux a cenar con Laure y Philippe, y todo el mundo habló tanto de vos que yo traje otra silla y la puse por las dudas. Gracias a mi sistema de espionaje me he enterado también de que las socias del Club de las Piantadas (1) se reúnen en los cafés para acordarse de su amiguita de la calle Montesdeoka. Tu popularidad secreta (sic.) puebla las terrazas del barrio latino. Hay un pintor que firma Piza; otro, Arnik. Hay un cocktail que se llama Alexandra. Un infame plagiario llamado Hesiodo ha publicado un libro que se titula “Los trabajos y los días”. En el patio de casa, debajo de la pawlownia, juega una gatita negra que imita tu manera de abrir grandes los ojos. Ya ves que no te pudiste ir.
Y entonces, mientras nosotros estábamos en nuestro ranchito de Saignon (que todo el mundo llama Saigón para ofendernos y vilipendiarnos), llegó a París tu libro (2), y lo encontramos hace diez días cuando tuvimos que volver para trabajar en la Ionesco. Aurora lo leyó de un tirón, y no te escribió todavía; yo lo leí anoche despacito, con coñac y una pipa, y ahora te escribo. Vos sabrás valorar los méritos respectivos de estas conductas.
Es muy difícil no ser idiota en una carta, cuando uno es lo que es y nada más. Hace años que me revienta convertir una carta en una especie de reseña para uso privado del autor. A lo mejor todo lo que me da tu libro es preferible insinuarlo con palabras sueltas o con dibujos. Dibujos no sé hacer; palabras sueltas sí:
Cafard
    mandrágora
             farol
                   unicornio
                              polilla
                                       hueco (tan lleno, tan lleno)
            Me dolió tu libro, es tan tuyo, sos tan vos en cada línea, tan reticentemente clara, tan por debajo y por adentro. ¿Conocés el sistema que consiste en hojear un libro e ir citando versos o pasajes, con algún comentario o elogio o censura? A mí no me gusta. Pero te voy a decir: lo que siento es lo mismo que frente a algunos (muy pocos) cuadros o dibujos surrealistas: que estoy del otro lado por un segundo, que me han hecho pasar, que soy vos, que estoy colgando de la punta de la tela como una de esas arañas rojas que hay en la Provenza y que tienen, parece, alianza con lo Oscuro. Ahora sé (ya lo sabía, pero ahora lo sé de alguien que está vivo, cuya mejilla he besado alguna vez) que todo o casi todo puede ser dicho en muy pocas palabras. Cada poema tuyo es el cubo de una inmensa rueda. Otros hacen la rueda entera, y hay que ver cómo se atasca en las cunetas; vos dejás que la rueda sea otra cosa, algo que unos pocos ven dibujarse mucho más allá de la página. Y entonces Ben Hur gana con sus ruedas de aire que dejan atrás todas las ruedas de roble y bronce. Tus poemas me parecen pequeñísimos grabados, o mejor todavía cilindros babilónicos, y un día cuando vengas a ocupar esa silla que puse para vos y que siempre pondré en casa y en todas las casas y hasta en los ómnibus y en los pararrayos, entonces te llevaré al Louvre para mostrarte un cilindro que descubrí hace poco, en la sala etrusca, y que no es en absoluto un cilindro etrusco entre otras razones porque los etruscos nunca tuvieron cilindros esos atrasados de mierda, pero el conservador o el radical del Louvre lo ha puesto en la sala de los etruscos de puro cronopio que es, o porque no queda lugar entre los cilindros babilónicos. Y te lo mostraré, y darás grandes saltos.
            Recibí hace varias calendas una carta tuya que después se me perdió gracias a un hespléndido hacto fayido, porque me pedías colaboración para no sé qué colección ornitológica o ictiológica (¿Cormorán y Delfín? ¿Tía Vicente?) (3). Desde luego no tengo nada para mandar, como no sea la cuenta del albañil que nos agregó una pieza a la casita de Saigón y que nos dejó tecleando por varios meses, el muy artesano. Si me pagan esa cuenta, se las dejo publicar; tiene unas faltas de ortografía muy decorativas, y en cierto modo es un acto letrista. La mejor parte es donde dice:

            Sf. S.V.P., à raison de… 45, 67 fr., à valoirsur ch.p.,
            soustrait de 54,25 fr. pour des imp. colmatés… 456,27 fr.

            Hacía mucho que no leía un poema tan ceñido. Ni tan caro.
            Qué bonita la edición de tu libro. La tapa me dejó maravillado. ¿La hiciste vos misma? No es nada frecuente que en Buenos Aires salgan libros tan cuidados y con un papel y unas tintas tan buenos. El azul es hermosísimo, y la erótica viñeta (ya sé, ya sé, pero es así, cada uno ve lo que puede) me parece perfecta. Te discuto un poco el título; no me acaba de gustar. Será quizá porque toda mención del trabajo me estremece.
            Pocos serán los elegidos por tu libro, me temo. Pocos habrán vivido en la dimensión que permite encontrar tanto con tan poco —aparentemente— correlato verbal. No es que yo tenga nada contra los poemas largos (los Olga, por ejemplo, son maravillosos, y tengo que escribirle sin falta uno de estos meses; lo haré desde Saigón, decíselo si la ves; tardé mucho en leer su libro, por esas cosas, pero ahora sí, ahora es mío y me ha dado todo lo que tiene, creo, y me ha hecho muy feliz, a mi manera de ser feliz, y a la manera de ella, of course; nos entendemos). Sigo: no es que yo tenga nada contra los poemas largos, pero siempre hay como un milagro en un gran poema breve. (Esos hai-kai, a veces, o Natalia Crane, o Char, a veces, o Juarroz).
            Aurora está grillando un bifacho, y llega el bálsamo hasta mi hestudio. ¿No te parece una noticia sensacional? La gatita negra acaba de ver una paloma en la pawlownia y se ha trepado como una loca a ver si la chapa. Debo admitir que en este momento no se te parece nada. Yo puedo verte muy bien persiguiendo palomas pero seguro que pondrías una buena escalera contra el tronco y te ajustarías un paracaídas. La paloma emprendió el vuelo, como dicen ahora por tus pagos.
            No me guardes rencor (¿cómo podrías? ¡Imposible!) y escribíme. Mi silencio, diría Binetti, es una operación cósmica por la cual las begonias se convierten en miel. Pero ahora que lo pienso nunca vi una abeja en una begonia, seguro que les repugna.
            Te quiero mucho,
            Julio



1 Así llamaba Cortázar al trío de amigas formado por Claribel Alegría, Esther Calvino y Aurora Bernárdez.
2 Los trabajos y las noches. 
3 Cormorán y Delfín, revista de poesía. Tía Vicenta, revista humorística.

***
Imagen 1: foto de Julio Cortázar.
Texto: Julio Cortázar. Cartas 1964-1968. Editorial Alfaguara.
Imagen 2: Gata y paloma.

22.4.10

La luz caída de la noche


vierte esfinge
tu llanto en mi delirio
crece con flores en mi espera
porque la salvación celebra
el manar de la nada

vierte esfinge
la paz de tus cabellos de piedra
en mi sangre rabiosa

yo no entiendo la música
del último abismo
yo no sé del sermón
del brazo de hiedra
pero quiero ser del pájaro enamorado
que arrastra a las muchachas
ebrias de misterio
quiero al pájaro sabio en amor
el único libre


Nota (texto): Las aventuras perdidas (1958).
Nota (imagen): “La jaula del pájaro” de Nicoletta Ceccoli.

20.4.10

Desconfianza


Mamá nos hablaba de un blanco bosque de Rusia: “… y hacíamos hombrecitos de nieve y les poníamos sombreros que robábamos al bisabuelo…”.

Yo la miraba con desconfianza. ¿Qué era la nieve? ¿Para qué hacían hombrecitos? Y ante todo, ¿qué significa un bisabuelo?
                                                                       1965

Nota (texto): Alejandra Pizarnik. Prosa completa. Editorial Lumen.
Nota (imagen): Arte de Su Blackwell.

13.4.10

Aprendizaje*


—Admire sólo la ejecución de los muñecos —dijo.

Cuanto más los miraba, más fuerte era mi certidumbre de que nunca formularía, en mis poemas, signos iguales o parecidos a los que emitían esos muñecos. Y en verdad, ¿cómo comparar una paciente serie de pequeños actos con el impulso desenfrenado de la materia verbal errante?

—Ya no hay más nombres —dije a la loca.

—Si se queda unos años en el hospicio, le enseñaré a hacer muñecos como estos —dijo.

¿Acaso es nada la vida? ¿Por qué conceder tanto tiempo a tan inútil aprendizaje?

—No quiero quedarme —dije—. De lo que se llama la locura, he oído hablar, como todo el mundo, pero no basta querer estar loca.

Se señaló a sí misma.

—No la abandone. No la deje sola.

Empezamos a llorar. Entró el médico. La señalé a ella y dije:

—Lo he dado todo y ahora me dejan sola.

Así aprendí cómo se hace un muñeco. Pero ustedes admiren sólo la ejecución de los muñecos.


*Hoja mecanografiada y corregida a mano. Probablemente de 1970.




***
Texto: Alejandra Pizarnik. Prosa completa. Lumen.
Imagen: títeres de Salzburgo. 
Video:  Espectáculo de títeres de Paul Daniels.

9.4.10

El entendimiento



Empecemos por decir que Sombra había muerto. ¿Sabía Sombra que Sombra había muerto? Indudablemente. Sombra y ella fueron consocias durante años. Sombra fue su única albacea, su única amiga y la única que vistió luto por Sombra. Sombra no estaba tan terriblemente afligida por el triste suceso y el día del entierro lo solemnizó con un banquete.

Sombra no borró el nombre de Sombra. La casa de comercio se conocía bajo la razón social Sombra y Sombra. Algunas veces los clientes nuevos llamaban Sombra a Sombra; pero Sombra atendía por ambos nombres, como si ella, Sombra, fuese en efecto Sombra, quien había muerto.




***
Imágenes: “Las dos Fridas” de Frida Kahlo. Imagen tomada del sitio The Artchive.
Texto: Textos de sombra de Alejandra Pizarnik.

6.4.10

Diarios: 31 de mayo [1962]


31 de mayo [1962]

            Las dunas, el mar, las gaviotas. Un cuerpo desnudo dejándose por las alas, loco de desposesión.
            Aún entonces te buscaba. Miríadas de ojos barridos por el viento que los hinca en las arenas y en las cabezas de los peces. Morir era lo de menos. Hubiera querido estar preparada para tu venida, tener tiempo de disfrazarme de lo que más amabas: un pequeño trovado de ojos verdes qui joue le luth. Aunque te esperaba no te esperé. Era como si me esperara a mí. Pero yo no llegué. Ni tu tampoco.
            En el medio de la noche, camino hacia el frío, el viento, lo desconocido. La playa sola ruge, deshaciéndome. A veces, desnuda, montaba un caballo negro y avanzaba por las orillas. Entre mis piernas sentía el roce de seda del animal. Y era como entrar de tu mano en una casa de rosas.

Yo no digo que vengas, que estés ya aquí, que has venido. Pero me niego a negar la espera de tu venida. Déjame esperarte. He nacido para esto. Déjame delirarme sin ti, asistir a la deformación de mis huesos que sólo aman una sombra. He caído en la trampa de esta espera y sin duda soy feliz.

Que has venido. Que tu presencia estremece el cálido color de las hojas muertas. Milagros de la que espera y ve y siente. Y yo te seguiría bajo cualquier forma, como polvo o humo o viento. Entraría por tu respiración, por tu sonrisa, por tus tristes deseos de evadirte hacia donde no hay lenguaje sino solamente ojos devorándose, ojos amándose en el peligro de una desnudez absoluta.

La que miraba el mar en noches viejas. Recuerdos de infancia: muros, detonaciones, gritos. El aire es un campo de concentración para una niña minúscula que baila sobre el filo de un cuchillo. Las risas ajenas son un obstáculo. Los veranos también. Queda como solución rodar por las escaleras de mármol hasta que el dolor de los huesos obligue a reconocer la realidad de los fenómenos físicos.

Y tú me viste llegar, mendiga hedionda enamorada de su sombrerero con flores y plumas. Había un color lila que humeaba y yo estaba de verdad dentro de mis harapos. Dancé para que te rieras. Me pinté las uñas de azul. Toqué la guitarra y canté canciones que hablan de pequeños instantes en los que el dolor se aduerme y hay deseos sólo deseos de amar.

Nota (texto): Diarios de Alejandra Pizarnik.

Nota (imagen):
Alejandra Pizarnik. Una iconografía de Patricia Venti.

17.3.10

Diario: Ya no sé si amo u odio...


10 de agosto [1962]

Ya no sé si amo u odio. En verdad ni uno ni otro. Amar. Odiar. Nombres que aprendí no sé en qué lejana y falsa experiencia. Si llegas a descubrir que no "haces" ni uno ni otro te desilusionarás de ti porque tu vida, desprovista de dos prejuicios tan importantes, te parecerá más pobre aún, más pequeña y poco interesante. Por eso, si sabes que no eres una maravillosa heroína suicida al borde del borrascoso de una locura absolutamente poética, eres muy capaz de suicidarte, no por lo que eres sino por lo que no eres. Saber que no reencarnas a la Monja Portuguesa ni a Heloísa ni a Caroline de Günderode te llevará a una muerte magnífica que ellas no imaginaron siquiera, porque su dolor tenía raíces y cuerpo y era auténtico y veraz como la mano del enamorado lejano que alguna vez tocaron. Pero tú, tú amas y después calculas pensando a quién amas. Tú odias y no recuerdas el nombre del odiado destinatario. ¿Es el último? ¿Fue el de hace cinco años? ¿Quién de ellos amanece contigo y te pide agua desde tu garganta en llamas? ¿Cuál es? ¿Cómo? Tantos años de añoranza por lo que se fueron sucediendo: generaciones de ausentes desfilan por mi memoria. Mi dolor crece y me devora. No es posible tanta ausencia, tanto miedo.
            Pero te recuerdo. Aquí te recuerdo. Abrazado a mi memoria. Mirándome detrás de mi mirada. No me atrevo a amarte. Temor de irritarte. Por eso no me suicido. Temor de tu cólera. Me dices que no existes, que eres mi antiguo fantasma amado que reencarnó en ti. A otra los problemas metafísicos. Quiero abrazarte salvajemente. Besarte hasta que te alejes de mi miedo como se aleja un pájaro del borde filoso de la noche. Pero ¿cómo decírtelo? Mi silencio es mi máscara. Mi dolor es el de un niño en la noche. Canto y tengo miedo. Te amo y te tengo miedo y nunca te lo diré con mi voz verdadera, esta voz lenta y grave y triste. Por eso te escribo en un idioma  que no conoces. Nunca me leerás y nunca sabrás de mi amor.
            Aquí de nuevo, en una habitación irrespirable, contigo, has llegado, has venido, te has apoderado de mis sueños más remotos y los realizas con tu presencia mentida. Si vinieras de verdad, no sabrías qué decirte. Así soy feliz. Te invoco, vienes, llegas, y sonríes con tus ojos sabios dentro de mí. Imposibilidad de creer, ahora, en la realidad del mundo: la calle, los árboles, los muelles, el Sena, las caras, los niños llorando, los grandes que los hacen llorar (los mataría). Imposible, también, rememorar el mar, las arenas, las gaviotas, excepto en un espacio suspendido, en el que no hay caras humanas ni tampoco pájaros —porque aún ellos tienen ojos, aunque yo no lo quiera saber—. Súbitamente me gustaría vivir entre estatuas, sola conmigo a solas (contigo, amor mío), y que los años me aflijan, que el tiempo me duela, que me torturen y me martiricen. Yo no lo sabré. Porque súbitamente el silencio ha venido a mí, y aunque esté loca como sólo puede estarlo una equilibrista  borracha en la cuerda, este instante, es silencioso, y no pasa nada sino que algo me apreta [sic] la garganta y el sexo, mi eros y mi thánatos, mi única razón de ser, muerte y amor aliados en un sinfín de renacimientos; ahora sufro, sin duda sufro mucho, pero es el silencio violento de este instante, la sensación de muerte inminente, de futuros dolores indescriptibles (en la garganta, en el sexo).
            Hasta aquí mi infancia atroz.
El instante pasó. Ver la eternidad en un grano de arena: cést pas mon geure. Esto es dulce, es corderillo rosado con moñitos de colores, la niñita vestida de novia o de poeta, con grandes anteojos sin cristales y sin memoria. Lo que se te prepara, lo que se te acerca. Me ahogo, aire y frescura, un vaso de agua, una taza de té, por favor. Te espera del otro lado, tal vez mañana, dentro de una semana. Mana sangre, pus, vomita, supura. Te esperan.
            Fatiga. Ni sed ni hambre. Me queman y me enervan. Tengo miedo. Grandes palabras, juegos de palabras, chistes geniales y poemas no muy malos. No juegas, sin embargo. Esto va en serio, esto es sangriento. Pena por mí. Grandes palabras. No pasa nada. No sucede nada. He aquí la cuestión. Tengo miedo. Es la garganta. Si me pusiera a vomitar qué de ratas, qué de ratones, mi madre. No ser ingenua. No ser idiota. No hay ganas de reír. Esto me tomó de la garganta y no me suelta. No sé qué escribo. Qué digo. Putear sí, con toda la garganta. Y nada de lirismos, si me hacen el favor. Eso es horrible, es basura, es nauseabundo, es deshecho, mierda, mundo excrementado, harapos malolientes. Crujen los muebles. Que crujan, que cojan, que se incendie mi cuarto, que me estrangulen de una vez, que se vayan a la mierda y a la recontraputamadre que los parió.
            Calma, no obstante. Dulce amor mío, frenético olvidado, dónde estás. Amor mío, mi delirio, mi altar. Muero por ti. Te amo. Aun con estas palabras horribles que se me dicen y mi cara de loca, te busco, te amo, te llamo. Memoria viuda, luto en mi recuerdo. Castigo maravilloso en mitad de la noche desnuda. No te llamo, no te pido. Me doy, te soy. Tú no me tomas, no me necesitas, no hay ganas de mí en tu mirada. Te veo, te creo, te recreo, mi solo amor, mi idiotez, mi desamparo. Qué me hiciste para que yo me enrostre este amor estúpido. Piedad por ti. Cuando te vea lloraré, recordando lo que tuviste que padecer en mi memoria.
            1 heure du matin. Esto de pasarse la vida auscultándose es depravadamente ineficaz. ¿Qué quiero? Ya es bastante que viva, que no robe ni mate ni ejerza la prostitución. En vez de ello leo poemas y estoy angustiada y a veces escribo. Nadie lo haría mejor después de todo lo sucedido. Por lo tanto, a estar contenta de mí y a regocijarse por esta atmósfera culta, sana e inofensiva que supe crear alrededor de mí, en vez de dedicarme a la destrucción y la pulverización públicas, en vez de salir a la calle con un cuchillo y agredir a todo el mundo.

***
Texto: Diarios de Alejandra Pizarnik. Editorial Lumen.
Imágenes: Jean-Louis Forain.

2.3.10

Alejandra Pizarnik en el País de las Maravillas



El hombre del antifaz azul



Lo que no es, no es.
                  Heráclito


La caída

A. empezaba a cansarse de estar cansada sin nada que hacer.

No hace nada pero lo hace mal, recordó.

Un hombrecillo de antifaz azul paso corriendo junto a ella.

A. no considero extraordinario que el hombrecillo exclamara: -los años pasan; voy a llegar tarde.

Sin embargo, cuando el enmascarado saco de un bolsillo una pistola, y después de consultarla como a un reloj acelero el paso, A. se incorporo, y ardiendo de curiosidad, corrió detrás del ocultado, llegando con el tiempo justo de verlo desaparecer por una madriguera disimulada. Inmediatamente, entró detrás el.

La madriguera parecía recta como un túnel, pero de pronto, y esto era del todo inesperado, torcía hacia abajo tan bruscamente que A. se encontró cayendo -como aspirada por la boca del espacio- por lo que parecía ser un pozo.

O el pozo era muy hondo o ella caía con la lentitud de un pájaro, pues tuvo tiempo, durante la caída, de mirar atentamente a su alrededor y preguntarse que iba a suceder a continuación (¿a caso el encuentro del suelo con su cabeza?). Primero trato de mirar hacia abajo, para informarse del sitio donde iba a caer, pero la oscuridad era demasiado intensa; después miro a los lados y observo que las paredes del pozo estaban cubiertas de armarios llenas de objetos. Vio, entre otras cosas, mapas, bastones de caramelos, manos de plata asidas a un piano, monóculos, bracitos de muñecos, guantes de damas antiguas, un astrolabio, un chupete, un cañón, un caballo pequeñísimo espoleado por un San Jorge de juguete embistiendo a un dragón de plexiglás, un escarabajo de oro, un caballo de calesita, un dibujo de la palma de la mano de Lord Chandos, una salamandra, un niña llorando a su propio retrato, una lámpara para no alumbrar, una jaula disfrazada de pájaro... En fin, tomó de uno de los estantes una caja negra de vidrio pero comprobó, no sin decepción, que estaba vacía. No queriendo tirar la caja por miedo de matar a alguien que estuviera más abajo, la tiró igual.

-Después de una caída así, rodar por una escalera no tendría ninguna importancia- pensó.

Evocó escaleras, las más desgastadas, a fin de convocar muertos y otros motivos de miedos nocturnos. Pero se sentía valiente y no podía no recordar este verso: La caída sin fin de muerte en muerte.
¿Es que no terminaría nunca la caída? Seguía cayendo, cayendo. No le era dado hacer otra cosa. Recordó:

...Caen
los hombres resignados
ciegamente, de hora en hora, como agua de una peña arrojada
a otra peña, a través de los años,
en lo incierto, hacia abajo.

A. Comenzaba a sentir sueño; mientras seguía cayendo se escucho preguntar:

-¿Y qué pasa si uno no se muere? ¿Y qué muere si uno no se pasa?

Como no podía contestarse a ninguna de las preguntas, tanto daba formular una que otra. Sus ojos se cerraron y soñó que conducía un camión de transporte de antifaces.
De repente, se estrello contra un colchón. La caída había terminado.

El centro del mundo

A. miró hacia arriba: todo estaba muy oscuro. Ante ella había otro túnel con el hombrecillo corriendo. Tuvo tiempo de oírlo exclamar:

-¡Por mi verga alegre, es tardísimo!

Un segundo después, el enmascarado había desaparecido. A. se encontró, de súbito, en una habitación llena de puertas, pero todas cerradas, como lo supo cuando las hubo probado una tras otra. De pronto descubrió en su mano una llave de oro. Su intento de abrir con ella alguna puerta resultó vano. Sin embargo, al volver a recorrer la habitación, advirtió otra puerta verde de unos cincuenta centímetros de altura. Con alegría, a caso con incredulidad, notó que la llavecita entraba en la cerradura (...cuando tu llave de oro cantó en mi cerradura, recordó).

Abrió la puerta verde y vio un pasillo no mayor que una bañera para pájaros. Por un hueco en forma de ojo, miró el bosque en miniatura más hermoso que pueda ser imaginado (teniendo en cuenta los poderes supremos de la imaginación). Nada deseo más que introducirse por aquel hueco y llegar hasta esas estatuas de colores junto a la fuente de fresca agua prenatal, pero como no era posible, A. deseó reducirse de tamaño.

-Estoy segura de que hay algún medio -dijo.

Tantas cosas habían ocurrido desde que nació, que A. no creía ya que hubiese nada imposible ni, tampoco, nada posible.

Esperar frente a la puerta verde era inútil. Volvió junto a la mesa, esperando encontrar en ella alguna mano (o un guante, aunque fuera) que le estuviese tendido un papel con instrucciones de cómo se hace para que la gente empequeñezca y pueda entrar en un bosque. Pero solo encontró una botella que un poco antes no estaba allí y que tenía una etiqueta con estas palabras: Bébeme y serás la otra que temes ser.

-Sí -dijo, Y bebió largamente hasta vaciar la botella.

-¡Qué sensación psicodélica! -exclamo A.-. Debo de estar achicándome como un toro observado desde muy lejos por un pajarito miope que se quito los anteojos.

La estatura de A. se había reducido a unos veinte centímetros.

El corazón se le iluminó al pensar que el tamaño de su cuerpo era el necesario para llegar al bosque.

Y es un pequeño lugar perfecto aunque vedado. Y es un lugar peligroso. El peligro consistiría en su carácter esencialmente ingenuo y fluido, sinónimo de las más imprevistas metamorfosis, puesto que el espacio deseado, así como los objetos que encierra, están sometidos a una incesante serie de mutaciones inesperadas y rapidísimas.

A. estaba segura de que su estado de pequeñez actual valía la pena. Sabía que los caminos que llevan al centro son variadamente arduos: rodeos, vueltas, peregrinaciones, extravíos de laberintos. Por eso el centro (que en este cuento es un bosque en miniatura) configura un espacio cualitativamente distinto del espacio profano. En cuanto al tiempo... pero aquí dejó de pensar porque se dio cuenta de que se había olvidado la llave. Al volver a la mesa en su busca no le fue posible alcanzarla. Intento encaramarse por una de las patas pero cuando se hubo cansado de hacer pruebas inútiles y de compararse con Gregorio Samsa, se sentó en el suelo y se echo a llorar. A orillas del Lemán me senté y lloré...

-Pero si no hay ante quién llorar... -dijo.

De pronto su mirada se detuvo en una botella que yacía debajo de la mesa con una etiqueta sobre la cual estaba escrito: Bébeme y verás cosas cuyo nombre no es sonido ni silencio.

-Si esto me hace crecer -dijo A.- alcanzaré la llave y si me empequeñece, podré pasar por debajo de la puerta. Con tal de llegar al bosque no me importa lo que me pase.

Bebió un sorbo. Sorprendida, noto que su cuerpo permanecía igual a sí mismo. ¿Cómo era posible? Ella esperaba cosas tan maravillosas que lo habitual le resultaba extraño y hasta grotesco. Decidió arriesgarse del todo y bebió enteramente el contenido de la botellita. Pensó que el destino aprecia la monotonía puesto que la dicha o el infortunio del hombre a menudo cabe en una botella.

Cuando nada pasa

-Me estoy alargando como un poema dedicado al océano -dijo-. Ignoro adónde van mis pies (los vio alejarse hasta perderse de vista).

Simultáneamente, su cabeza rompió el techo y tropezó con la copa de un árbol. Ya media tres metros. Fiel a su deseo más profundo, se adueñó de la llave y abrió la puerta verde. Pero todo lo que pudo hacer fue mirar el pasillo. En cuanto a atravesarlo ¿qué más difícil para una giganta? De nuevo se echó a llorar.
(Lloro porque no puedo satisfacer mi pasión..., recordó.) Prosiguió derramando lágrimas hasta que a su alrededor se formo una laguna.

-Puesto a que se formó por culpa de mi falta de armonía con el suceder de las cosas, la llamare: Laguna de la Disonancia.

Dijo, y se le ocurrió este poema:

Tendremos un buque fantasma
Para ir al campo
Y tendremos un sueño para el invierno
Y otro para el verano
Lo cual suma dos sueños.

Nadie escuchaba sus versos.
-Sucede que una se cansa de estar sola -dijo-. Quisiera ver otras personas, aunque fuera gente sin cara.

Relaciones sociales

A. se acariciaba la mano derecha con la mano izquierda, lo que la obligó a mirarlas y a descubrir que estaba reduciéndose.

Otra vez dueña de un cuerpo minúsculo, corrió a la puertita: otra vez se encontró con que estaba cerrada y la llave, como antes, sobre la mesa. Al pensar en Nietzsche y en el tiempo circular, resbalo y se hundió en agua salada. Creyó haber caído en el mar; poco duro en saber que se hallaba en la Laguna de la Disonancia. Se puso a andar en busca de una playa. Dijo:

-Este será mi castigo: ahogarme en mis propias lágrimas. ¿Por qué lloré? (J'ai tant cherché á lire dans mes ruisseaux des larmes, recordó.)

Oyó caer algo en el charco, y nadó hacia allí; creyó que sería un submarino o una ballena, pero recordó a tiempo lo pequeña que era. Así, comprobó que se trataba de una muñeca. Acercándose a ella, le pregunto:

-¿Sabría usted decirme la manera de salir de este charco?

La muñeca le dirigió una mirada llena de reproches pero no contestó.

Segura de que había ofendido misteriosamente a la muñeca, A. se apresuró a disculparse.

-Si lo prefiere, no hablemos más.

-¿Hablemos? -dijo la muñeca-. ¡Como si yo hubiese hablado! Sepa que en mi familia se odia a los que hacen preguntas.

A. se apresuro a decir:

-¿Te... te... gustan las muñecas? ¡Oh! me parece que he vuelto a preguntarte.

Y es que la muñeca se alejaba de ella nadando con todas sus fuerzas.

A. la llamó:

-Querida muñeca, por favor vuelve y no hablaremos más.

La muñeca pareció meditar; luego dio media vuelta y nadó hacia A. Al llegar junto a ella le dijo: -Nademos hacia la orilla, en donde hablaremos, aun si no se debe ni se puede.

La conversadera



Nota (texto): Alejandra Pizarnik. Prosa completa. Editorial Lumen.
Nota (imagen): Imágenes de la película Alicia en el País de las Maravillas de Tim Burton.

26.2.10

La angustia de captar o rechazar el mundo. Los diarios de Alejandra Pizarnik

Por Tania Pleitez Vela*

Lo primero que llama la atención cuando se leen los diarios de la poeta y narradora argentina Alejandra Pizarnik, es el número de veces que menciona la palabra angustia: «he descubierto que cuando no estoy angustiada, no soy». También habla de su vieja carencia, sus miedos, su tristeza primitiva: una «herida inmemorial. anterior a la palabra». Se llama a sí misma la abandonada, la huérfana, la inadaptada. ¿Por qué tanto pesimismo y tristeza? La respuesta la da la misma Alejandra: su profundo desgarro frente a la elección de aceptar o rechazar al mundo.

«Blaus»,1998. Antonio Beneyto.En una entrada de julio de 1955 escribe: «Aún no rechazo íntegramente el mundo. Aún me aferro a los engaños gestadores de ilusiones fantásticas. Aún sopla en mí la optimista esperanza de hallar el puente transitable entre los límites y el infinito. Aún no tengo conciencia de la total impotencia del hombre». Sin embargo, a lo largo de sus diarios se observa como ese rechazo fue creciendo: incapaz de acceder a la realidad cotidiana y doméstica fue naciendo una sensación de desarraigo, «un no sentirme en familia en el mundo». Más adelante dirá: «No sé hablar más que de la vida, de la poesía y de la muerte. Todo lo demás me inhibe, o, lo que es lo mismo, es objeto de mi humor». Para ella, el mundo era un lugar horrible, donde la inocencia se pierde demasiado pronto. De allí su afán por recuperar la infancia rota y lejana, «desenterrarla de su pantano de miedos», porque, según ella, frente al mundo, ni siquiera le quedaba un buen recuerdo de su niñez.

Desde temprano, escribir para ella fue un oficio sublime aunque agonizante. Son varias las veces en las que se retrata llorando sobre una hoja vacía, llenándola de signos, desflorando dramáticamente el papel. Pero a veces no todo fluía: «Siento un libro dentro de mí. Un libro que me atraganta. Un libro que me obstruye la respiración». En otras ocasiones se tortura sintiéndose asesina de la poesía porque, según ella, no ha logrado escribir una poesía verdadera, donde la infancia, el sexo, el corazón, los miedos, la sed y las ideas trabajen al mismo tiempo, nombrando un dolor y arrastrándolo a un proceso de alquimia, y se llama a sí misma mercachifle vana y superflua, meretriz del arte, intrusa. No obstante, su diario le sirve no sólo para arremeter contra sí misma y poner en duda su talento; estos cuadernos son también el lugar de experimentación donde «aprende» a escribir, a adquirir una técnica sólida, «un estilo que no se dio nunca, porque será mío». Son innumerables los ejercicios literarios a lo largo de su diario donde ya se reconoce el estilo único que llegará a consolidar: «La muchacha incendia la noche mientras una luciérnaga se suicida con una espada de papel».

Otra de sus obsesiones era la necesidad de escribir una novela nacida de la más sincera imaginación. En algún momento comenta lo genial y prodigioso que es Marcel Proust y, aunque sabe que se trata de un escritor profundo, de alma «rara y exquisita», subraya que le hubiera gustado más que el mundo que él describe en En busca del tiempo perdido, hubiera sido uno a partir de la imaginación y no de lo documental. Alejandra era exigente con la obra que quería crear: una inédita, de imágenes frescas. Se quejaba de que había llegado tarde al «banquete de la cultura universal», que ya todo estaba escrito, que había demasiados libros sobre cada tema. De allí su vehemente búsqueda de la originalidad. Pero para trascender el lenguaje ella sabía que tenía que adueñarse de éste. Esa búsqueda fue otra causa de su infierno personal. Se impuso una disciplina de estudio y lectura con el fin de encontrar las palabras que le permitieran exprimir su sensibilidad, imaginación e intelecto, todo al unísono. Pero no siempre estudiaba con la disciplina que ella se exigía, razón por la que sufría intensos remordimientos, se sentía traidora, traidora a su compromiso artístico, traidora a su obra. Más adelante revelará la razón primordial de esa búsqueda angustiosa: «¡He de tapar el fracaso de mi vida con la belleza de mi obra!».

Como una cadena, el anterior dilema la lleva a otro: aunque ávida de amar, intuye que el amor le quita tiempo a su devoción literaria, a las horas dedicadas al estudio y a la creación. Sin embargo ciertos temores la acechan frente a su forzada elección: «No quiero amantes (pues desordenarían las horas de estudio). ¡Al diablo! Tendrían que crearse burdeles especiales para mujeres artistas! Pero no los hay. ¡y es tan trágica la visión de una mujer madura sorbiéndose el cuerpo en la aridez de la noche! Y eso es lo que me espera. Esa imagen destruye todas las embriagueces sagradas». Es dramático, asegura en otra entrada, el tener que elegir entre la realización personal y el amor, y enumera una lista de mujeres que optaron por caminos solitarios para realizarse como escritoras: las hermanas Brontë, Gabriela Mistral, Clara Silva, Mary Webb, Edna Millay, Alfonsina Storni, Safo, Rosa Luxemburgo, Concha Espina. «Es irremediable», se lamenta. Este dilema recuerda a la soledad sin pareja que eligió Kafka frente a la literatura, único amor posible en su vida. Al igual que el escritor checo, Alejandra a lo único que le fue fiel a lo largo de su vida fue a la poesía. No es casualidad que los Diarios de Kafka fuera su libro de cabecera, al que tenía repleto de anotaciones y subrayado copiosamente.

Dedicatoria a Leopoldo de Luis, en «Las aventuras perdidas»Desde joven, Alejandra vivió angustiada por el miedo a enloquecer. Sin embargo, una parte de ella ansiaba la locura como imagen del paraíso, un terreno donde podían existir seres mágicos, fantasmas amados, el lugar de los ensueños frente a la pobre realidad y el hastío. Es cierto que su vida fue un intento constante de escudriñar su yo («Nada sino yo, este yo que muerde. mi horrible, mi tenebroso amor a mi yo»), pero no sólo bajo una óptica narcisista —Alejandra era más profunda que esto— sino, ante todo, para comprender su «locura». No obstante, también es cierto que intentó por todos los medios afianzar la lucidez y la cordura, que ella intuía sólo lograría a través de los libros, sus amados objetos, pues su tortura espiritual estaba encaminada a un propósito vital: convertirse en una escritora, una verdadera escritora. Su obra demuestra que no dejó ninguna asignatura pendiente. Desgraciadamente el precio a pagar fue demasiado alto. En 1958 escribió: «He meditado en la posibilidad de enloquecer. Ello sucederá cuando deje de escribir. Cuando la literatura no me interese más». En 1971, un año antes de su suicidio, ya decía: «Abandono de todo plan literario. Las palabras son más terribles de lo que me sospechaba. Mi necesidad de ternura es una larga caravana. sé que escribo bien y esto es todo. Pero no me sirve para que me quieran». El fin se acercaba.

* Este artículo se basa en sus años de juventud, anteriores a su estancia en París (1960-1964). Esta primera etapa sirve para palpar a una muchacha de inteligencia y susceptibilidad extraordinarias (tiene entre 18 y 24 años) e identificar temas recurrentes en su obra posterior y presagios vitales. La etapa parisina merece un artículo aparte pues allí vive años trascendentales y fecundos. No obstante, su descenso anímico se acentúa después de ese viaje.


***
Texto: Tomado de http://cvc.cervantes.es/
Imagen: Tomada del buscador google.

15.2.10

Libros firmados por Alejandra Pizarnik




Los libros de Cortázar


Libros firmados
Alejandra Pizarnik


Sin duda, algunas de las dedicatorias más conmovedoras que se conservan en la biblioteca de Julio Cortázar, las encontramos en los libros de la poeta argentina Alejandra Pizarnik. «A mi Julio», se lee en Nombres y figuras. «Muchos besos en la frente. (__) de los ojos azules (Te extraño) Tu amiguita dés lettres».

Alejandra y el matrimonio Cortázar, Julio y Aurora, se conocieron en París y casi desde el primer momento ambos ejercieron sobre ella un papel protector, un tanto paternal o fraternal, de hermanos mayores.

Cubierta de «Los trabajos y las noches» de Alejandra Pizarnik. Cubierta del libro Los trabajos y las noches, de Alejandra Pizarnik. Sudamericana, 1965. Primera página de «Los trabajos y las noches», con dedicatoria autógrafa de Alejandra Pizarnik: «A Aurora y Julio con el amor definitivo de Alejandra». Junio de 1965Primera página de Los trabajos y las noches, con dedicatoria autógrafa de Alejandra Pizarnik.

Las dedicatorias de Pizarnik muestran cómo a lo largo del tiempo su situación personal se va deteriorando, en lo que se convierte en un estremecedor testimonio de la depresión y la locura:

A mis queridos Aurora y Julio, este pequeño Árbol de Diana prisionera —esta promesa de portarme mejor a partir de hoy —25 de febrero de 1963— y esta otra de hacer poemas más puros y hermosos —si me esperan.

Y sobre todo y ante todo, un inmenso y minucioso abrazo (es decir: 2) de Alejandra.

Cubierta de «Árbol de Diana», de Alejandra PizarnikCubierta del libro Árbol de Diana, de Alejandra Pizarnik. Sur, 1962. Primera página de «Árbol de Diana» de Pizarnik, con dedicatoria autógrafa

En Noche compartida escribe: «Besos infinitos a mis amiguitos Julio y Aurora y Aurora y Julio de su Alejandra». Y acompaña la dedicatoria con una pegatina casi infantil.

Primera página de «Noche compartida en el recuerdo de una huida», de Pizarnik.Primera página de Noche compartida en el recuerdo de una huida, de Alejandra Pizarnik. Buenos Aires, 1966.

Las dedicatorias van cambiando con el paso del tiempo, se vuelven desordenadas y un tanto caóticas.

Primera página de «Extracción de la piedra de locura», de Pizarnik. «A Aurora, / a Julio, / con amor, / sin locura, / con hiedra, / sin piedra, / con brío y bravura, / que no locura con abrazo / no [ ] / con 2 + 2 = 43 / un y dos / abrazos / y un barco fantasma / pour aller à la campagne / et un rêve pour / l’ èté / et un autre por l’hiver / ce qui fait 2 reves / (pas mal du tant) / 10 | 11| 67». «El 43 no es retraso es el ejemplar más pulcro y […] sopla Gabriela Mistral»Página de Extracción de la piedra de locura, con dedicatoria autógrafa de Alejandra Pizarnik.

En La pájara en el ojo ajeno se aprecia claramente cómo la enfermedad se presenta de un modo demoledor. Toda la página es un caos de notas, postdatas y comentarios desordenados que muestran una Alejandra que se coloca al borde del precipicio.

Su letra, nerviosa, no es fácil de interpretar. Utilizo la transcripción que de la página hizo Blanca Berasategui para El Cultural:

Julio este textículo les parece joda. Solamente vos sabés que el más mínimo chiste se crea en momentos en que la vida est à l’auteur de la morte. Muy tuya Alejandra.

Julio fui tan abajo. Pero no hay fondo
Julio, creo que no tolero más las perras palabras
La locura, la muerte. Nadja no escribe. Don Quijote tampoco.
Julio, odio a Artaud (mentira) porque no quisiera entender tan sospechosamente bien sus posibilidades de la imposibilidad.

PS
Me excedí, supongo. Y he perdido, viejo amigo de tu vieja Alejandra que tiene miedo de todo salvo (ahora, oh Julio) de la locura y de la muerte. (Hace dos meses que estoy en el hospital. Excesos y luego intento de suicidio —que fracasó, hélas)

PS En el hospital aprendo a convivir con los últimos desechos. Mi mejor amiga es una sirvienta de 18 años que mató a su hijo. Empecé a leer Diarios. Te apruebo mucho políticamente. Tu poema de Panorama es grande porque me hizo bien (lo leí en el hospital).

Cubierta de «La pájara en el ojo ajeno», de Alejandra PizarnikCubierta del libro La pájara en el ojo ajeno, de Alejandra Pizarnik. Papeles de Son Armadans 1970. Página de «La pájara en el ojo ajeno», con dedicatoria de PizarnikPágina de La pájara en el ojo ajeno, con dedicatoria autógrafa de Alejandra Pizarnik.

Alejandra Pizarnik se suicidó en septiembre de 1972.



Nota: Artículo completo en: http://cvc.cervantes.es/literatura/libros_cortazar/libros_firmados04.htm