21.6.20

... No sufría por su culpa sino por tener que sufrir por su culpa


23 de diciembre [1963]. Fiesta de la autodestrucción. Imposible, imposible cualquier cosa, todo imposible, imposible el amor, todo imposible. Yo lo sabía, yo lo presentía. Demasiado perfecta la manera de saberlo, de presentirlo.

Al besarme me bebía sangre en los labios. No, no era sangre pero yo lo creí, yo creía, ajena para siempre a cualquier manejo de la exactitud, no era sangre pero yo creía, yo quería a causa de sus ojos desmesurados en su rostro de ángulos, de sombras, de escondites. «Pienso en tus ojos toda la noche», dije. Tampoco esto era cierto pero de algún modo era la verdad en su decir más puro, la indecibleverdad, la imposible, por eso se lo dije: para no decírselo. Era tan cierto que tenía que ser mentira. ¿Y ahora quién me ayuda? Ahora que he visto, que he sabido como nadie las evidencias de lo imposible. Presente vivo, ardiente, sufro hermosamente, me beben, me devoran. Antes sufría, oh sí, pero antes era también la esperanza, la sensación mentida de atravesar un lugar provisorio. Ahora hallo mi morada, quiero decir, mi carencia de una morada.

Lo absurdo del amor ofrecido en cantidades inaceptables. Un solo gesto y todo estalla: añicos, cosas en el aire. La muchacha de cara infantil llega exaltada y dadora: me doy, me doy como si cantara en el desierto, le hablo, le he hablado, le hablé. Sus ojos muriéndose de alegría por mis presentes desmesurados, pero qué hará o qué haría su cara de huesos, de enjuto, de parco, de contenido, de contraído, qué hará con mi desbordamiento, mis ojos luminosos, mi rostro confiado, tan confiado que por la noche me toqué mi rostro y lloré igual que de niñita, la dejaron solita, llorando por la noción de lo imposible, filosofita suicida, camino de perdición, pequeña mendiga, princesita deshojada, llorando por su cara que no podía revestirse de la mía. Y yo quería darle lo que admiraba en mí y envidiaba: el rostro conmovido, tierno, la gracia, el duende, el ángel, arrancarlo de mí y adherirlo a su cara. Y yo sabía que quería lo que en mí admiraba y envidiaba para dárselo a otra, para asombrar a otra con una metamorfosis maravillosa. Yo lo sabía y estaba ansiosa por someterme a los trueques más dudosos. Oh cómo y cuánto me necesita para poder enamorar a esa otra que recibirá fragmentos de mi persona, ignorante de toda esta combinación de injertos, mutaciones y abandonos.

Dame la mano. ¿Qué mano? ¿Cuál mano? Milagros, ahora se le da por pedir milagros. Si continúa así acabará pidiendo un vaso de agua.

No sufría por su culpa sino por tener que sufrir por su culpa.

Y no lo sabe y no se cree responsable y no quiere saber que sabe que en mí se venga de lo que no es.



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Texto: entrada del 23 de diembre de 1963. Diarios, Lumen, 2013.

11.6.20

Cuando vea nuevamente sus ojos...


Cuando vea nuevamente sus ojos ¿qué habrá en los míos? 
Cuando te vea verme.




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Texto: entrada del diario de la autora, fechada 18 de agosto de 1962, con anotación "Carta de B", del Apéndice II Alejandra Pizarnik – París. Diarios, Lumen, 2013.
Imagen: fotografía de la escritora Elizabeth Smart (1952) de John Deakin.

30.5.20

Alejandra Pizarnik: riesgo y necesidad

Por Cristina Piña para Caras y Caretas.


Es una de las voces capitales de nuestra poesía. Continuó la tradición francesa, de Lautréamont a los surrealistas. Pero encontró un estilo propio, cargado de compromiso y de la interpelación permanente del sentido de la vida.

Lo primero que nos llama la atención en Alejandra Pizarnik es su pervivencia como poeta de culto a lo largo de los años. Porque sabemos que eso no depende de la calidad del autor sino de la recepción de sus textos. Y ante esto, surge una pregunta ineludible: ¿a qué se debe semejante permanencia? ¿Por qué la obra de Alejandra –nacida en Avellaneda de padres provenientes de Ucrania y luego proyectada al plano nacional e internacional– sigue siendo objeto de fascinación? Pienso que obedece a que su poesía transmite una sensación extrema de riesgo y necesidad. Así, desde sus primeros a sus últimos textos, la escritura no se entiende como una mera actividad exterior al sujeto, sino como algo que compromete la estructura de la subjetividad, la cual se delinea en la escritura y se funda en ella. Es decir, es capaz de dar razón y sentido a la existencia.

Tal visión de la poesía implica concebirla como un destino, una ética y una ontología, procediendo a una fusión entre vida y poesía y rompiendo con la distinción entre una esfera del arte y otra de la experiencia vital. Esto se ve en múltiples fragmentos de su obra y en los versos finales de “El deseo de la palabra”, último poema de su último libro publicado en vida, El infierno musical: “Ojalá pudiera vivir solamente en éxtasis, haciendo el cuerpo del poema con mi cuerpo, rescatando cada frase con mis días y con mis semanas, infundiéndole al poema mi soplo a medida que cada letra de cada palabra haya sido sacrificada en las ceremonias del vivir”.

Pero, al mismo tiempo, hay en sus poemas una desconfianza radical en el lenguaje, contradicción que se explica por las dos visiones opuestas de este que manifiesta: la que lo ve como instancia absoluta de realización y la que lo concibe como destrucción y muerte de quien a él se entrega. Aclaremos que la visión de la escritura poética como rescate del sinsentido de la vida no es original de Pizarnik, sino que continúa la tradición de una serie de poetas franceses, de Lautréamont a los surrealistas, quienes la conciben como una tarea en la que necesariamente se fusionan vida y poesía. Por eso, la poesía se vuelve la auténtica patria del hombre y camino de construcción de la propia subjetividad, por lo cual consagrarse a ella surge como necesidad. Pero esto ocurre porque, tanto como la confianza en el lenguaje atraviesa toda su obra, aparece –haciéndose más clara de un libro a otro– la certidumbre contraria de que aquel no sirve para salvar la vida, pues no da cuenta del sujeto en plenitud.

Esta dimensión letal aparece de manera lapidaria en el poema “En esta noche, en este mundo”, publicado menos de un año antes de su muerte. Aquí se concibe al lenguaje como mero instrumento de falso conocimiento y de repetición, pues sólo es capaz de nombrar la ausencia, por lo cual termina separándonos del mundo y de nosotros mismos, conduciéndonos a la alienación, como se ve en este poema posterior a su último libro: “en esta noche en este mundo/ las palabras del sueño de la infancia de la muerte/ nunca es eso lo que uno quiere decir/ la lengua natal castra/ la lengua es un órgano de conocimiento/ del fracaso de todo poema/ castrado por su propia lengua/ que es el órgano de la re-creación/ del re-conocimiento/ pero no el de la resurrección/ (…) y nada es promesa/ entre lo decible /que equivale a mentir/ (todo lo que se puede decir es mentira)/ el resto es silencio/ sólo que el silencio no existe// no/ las palabras/ no hacen el amor/ hacen la ausencia/ si digo agua ¿beberé?/ si digo pan ¿comeré?”.

Esos dos extremos trazan los bordes entre los cuales se juega su aventura que, por ello, es trágica, pues la voz poética que enuncia ambas certidumbres, si bien esa escritura poética trascendente es lo único que vale, intuye que algo falla en el lenguaje –o en ella misma como poeta–, por el camino de extrema alienación y sufrimiento al que conduce. Y para quien, como Alejandra, era su lenguaje, que este fracasara en su promesa de absoluto y salvación y se revelara como lugar letal e instancia incapaz de sustentarla, entraña, casi ineludiblemente, la muerte.

Este desfondamiento del propio proyecto poético-vital sólo se logra captar cuando se sigue el proceso de construcción-destrucción formal de su lenguaje poético y su personalísima práctica de la prosa, sin antecedentes al menos en nuestro país. Porque tras los libros desgarrados que señalé, aparecen las prosas humorísticas de “La bucanera de Pernambuco o Hilda la polígrafa”, donde el lenguaje y el sujeto se derrumban y sólo parece quedar la muerte como solución. Muerte que se cumplió el 25 de septiembre de 1972, mediante 40 pastillas de Seconal sódico, privándonos de una voz capital de nuestra poesía.


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Fuente: Piña, C. (2018). Alejandra Pizarnik: riesgo y necesidad. Caras y Caretas.   

21.5.20

No podrá conmigo ese rostro...



1 de noviembre, martes [1960]

Un rostro. Un rostro que no recuerdo, ya no está en mi memoria. Ahora es el combate con la sombra, nubes difusas y confusas. Le he dado todo. Lo hice y lo puse en mí. Le di lo que los años me quitaron, lo que no tengo, lo que no tuve. Ahora falta mi vida, falto a mi vida, me fui con ese rostro que no encuentro, que no recuerdo.

No podrá conmigo ese rostro. Es tarde para andar otra vez invadida por una presencia muda. Ya no más los amores místicos, un rostro clavado en el centro de mí.

Pero sé que mi vida sólo tiene sentido cuando amo como ahora no quiero amar, cuando intento un rostro y un nombre, que colorean mi silencio, que me permiten seguir buscando y no encontrando, que me permiten lo que de otra manera es hastío, tiempo en que nada pasa.



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Texto: Cuaderno de octubre de 1960 a 1961. Diarios, Lumen, 2013.

13.4.20

Lloré porque la llave que abrió la puerta indicó un claustro...


Lloré porque la llave que abrió la puerta indicó un claustro (¡el anhelado encierro junto a los libros! ¡La soledad infinita!). ¡Sí! Lloré porque terminó la farsa. ¡Abajo las máscaras! Éste es tu lugar, Alejandra, y jamás saldrás de aquí. Éste es tu lugar, junto a Rimbaud y Nerval. ¡Junto a Vallejo! Junto a los adorados seres inexistentes que jamás te desilusionarán y a los que nunca cansarás con tus andares de neurótica mundana. Heme acá. Las cuatro paredes rodean mi alma. Hemos llegado al final de un experimento necesario y fracasado. Acá. Sí. Con la pluma y el llanto que nutre conmovedor la savia de mi escritura. ¡Sola! ¡Gritaré aterrada mi soledad! Gimo. Lloro. ¡Tengo tanto miedo!



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Texto: Domingo, 31/ 2 o 3 de la madrugada, Cuaderno del 19 al 31 de julio de 1955 (Diarios, Lumen, 2013.
Imagen: "Days of purification", Laura Makabresku.