30.8.16
Despierto cansada y llorosa...
5 de agosto [de 1955]
Despierto cansada y llorosa. Los interrogantes entran por la ventana como el viento, como el sol; pero mi alma no se pregunta nada. Sólo mira y reprueba los torneos mundanos que realiza mi cuerpo. Ella sólo desea paz, y como no se la doy, se limita a callar y esperar. La tristeza llena mi cuerpo. Me siento cansada de tanta melancolía. Mi estado de ánimo trueca los resplandores luminosos de cada objeto en simples entes desteñidos. Nada me señala alegría. Nada estira mis labios en verdadera sonrisa. Mi pelo oculta la frente, grávida de horrendas imágenes. Tristeza que entra por un ojo floreciendo en el otro ojo. Podría decir que no puedo más, que me iré, que acabaré con mi vida. Pero sigo y sigo portando esta angustia exacerbante, repetida y renovada. Mis manos se abren desesperadas. Estoy encerrada en la más funesta congoja. Estoy atormentada por el pesar más negro. Mi sufrimiento surge a cada instante, para mayor verosimilitud.
Del Diario de Katherine Mansfield:
"La vida no parece más que arena y serrín".
Sólo disfruto de veras en mi propia compañía. Cuando estoy sola, el detalle de la vida, la vida de la vida, es algo realmente maravilloso.
¡Oh, quién fuera un escritor verdadero, consagrado a su vocación y sólo a su vocación!
Hay momentos en los que Dickens se siente dominado por una fuerza que le impulsa a escribir y está como transportado. Ésta es la dicha perfecta. Ciertamente, los escritores de hoy no la poseen. ¡Oh, vida, acéptame! ¡Haz que sea digna de ti! ¡Enséñame!
Al escribir esto, levanto los ojos. En el jardín, las hojas mueren. El cielo es pálido. Me doy cuenta de que estoy llorando. Es difícil, es difícil morir bien.
Mostré algunos poemas a dos compañeros. Los elogiaron extensamente. Me alegré infinitamente y más aún porque esos muchachos no son intelectuales ni mucho menos. Son verdaderos «porteños» devotos de Arlt y Discépolo. ¡¡Cómo me gustó emocionarlos!!
Conté a R. mi separación de L. El relato fue una bella historia de dos seres obligados a separarse en "una época brutal en que no hay lugar para el amor". Creo que al final, no entendió la razón de la separación. ¡Mejor!¡Llegó!
Llegó el miedo. ¡Tengo miedo de existir, de estar sentada en la silla, de pensar en ÉL, de haber hablado de mis poemas, de mi mente, de mi cuerpo, de la poesía, del calor de la estufa! ¿Comprendes, Alejandra?
Sí. Pienso en mí y me asusto. ¡Estoy tan enferma! Pero no es ninguna enfermedad agradable, de ésas en que una está segura en cama y recibe flores y amigos y sonrisas protectoras. Mi enfermedad es, inversamente, de ésas que le dan a una aspecto sano, apto para recibir golpes. Y caen uno más uno, a veces en orden y otras no, ¡pero no importa! La llegada es fiel. Me duele estar enferma. Me angustia
curarme (desfallecer de amor por ÉL). Jamás estaré bien. Jamás mis momentos felices sobrepasarán los momentos dramáticos.
Creo que ya no hay nada que defender. Aun con mi ínfima capacidad reflexiva, puedo deducir mi vida. Ha de ser una vida corta en la que no me casaré ni tendré hijos (hasta diría que no tendré relaciones sexuales). Moriré acá en este cuarto, de alguna cosa aparentemente violenta como es algún choque automovilístico o un cáncer de pulmón.
Hablé de mis tentativas literarias. Siempre las haré, pero nunca llegarán al acto. No escribiré nunca nada bueno, pues no soy genial. No quiero ser talentosa, ni inteligente ni estudiosa. ¡Quiero ser un genio! ¡Pero no lo soy! Entonces ¿qué? Nada. Alejandra, ¡nada! Sigue juiciosa y reprimida como hasta ahora. Sigue diciendo que tu vida no vale nada y temiendo fumar en la calle. Sigue berreando contra la humanidad mientras te asusta esta pobre silla. Sigue entreteniendo una calavera negra cuando tu rostro enfrenta al espejo mientras el corazón late pensando en el dibujo correcto de tus labios. ¡Sigamos caminando, Alejandra, sigamos caminando! Caminaremos hasta la odiada y temida Muerte en la que cesará la odiada y temida Vida. Gime por tus lágrimas mientras te sientes culpable de tu risa. Enciérrate en tu cuarto a escribir sandeces suspirando por los ovarios de D. Sonríe a D. angustiada por el tiempo que corre y la necesidad de estudiar Pascal. ¿Comprendes, Alejandra? Estamos perdidas, lo que se dice ¡completamente perdidas!
Mis lágrimas tienen sabor mundano. Mi pluma destila rostros conocidos y elige: éste, sí; éste, no. Mi cerebro festeja una kermesse facial. Lluvia de rostros: A. B. C. D. ¡ÉL! Finalmente, aparece Picasso llevando a Guernica. Lloro más fuerte. Picasso me obliga a aferrarme a la Vida. ¡Y es mucho más cómodo rechazarla! No puedo decir que el hombre es nada cuando sé que allí está Picasso. Estrujo mi frente. Pienso en ÉL y le envío un mensaje que me cure, que me quite esta sensación de fracaso literario que no soporto.
Hay mujeres locas y mujeres de talento, pero ninguna tiene esa locura del
talento que se llama genio.
SIMONE DE BEAUVOIR
Lo que ocurre es que yo quiero saber el porqué de todo esto. Quiero saber por qué me atrae D. Quiero saber por qué nací. Quiero saber por qué es de noche ahora, por qué la vid se hace vino, por qué esta silla (¿quién la inventó?), por qué existe el lenguaje, por qué sufro tanto, por qué existe el olvido, por qué existe el mundo. Por qué existe la existencia, por qué existo, por qué siento, por qué hay flores (¿quién inventó el color? Por qué se llama color).
Me siento delirar. Me duele mi existencia sin objeto. Yo misma soy un objeto. ¡Qué mundo enfrentar si sola nada soy! ¡Qué mundo explicar si sola nada sé!
Siento el ronco sonido de mi respiración.
Es muy tarde. Estoy cansada. Sólo me veo a mí. De vez en cuando pienso en ÉL. O en mis libros. O en la soledad anhelada. O en aprender seriamente. Pienso en el genio. Es muy difícil que se manifieste desnudo de aprendizajes. ¡Y al final no me importa! Lo dije ya y lo repito pero no llego a convencerme a mí misma.
Es muy tarde y mis párpados se inquietan. Me siento muy sensible y siento que todo vive. Cada cosa grita su ser. Me haré balance. La individualidad exalta mi pluma. Yo. Yo. Yo. Yo. Soy la mujer más egoísta del mundo. No sólo vivo por y para mí, sino que exijo de los demás que den elementos que en mí no hallo, elementos que se refieren a mí, siempre a mí. Sí. Es tarde pero temo separarme del cuadernillo. Temo acostarme, temo llorar. Estoy por llorar. Me siento horriblemente desdichada y
culpable. Mi [palabra ilegible] frívola y cariñosa. [Palabra ilegible] angustia la publicación de mi libro. En el fondo no lo quiero. ¡No! En el fondo quiero estudiar. Quiero escribir lentamente. Quiero esculpir al fuego de la gloire (Pope).
Alejandra seguía rumiando las desconectadas frases. Suspiraba violenta apretando dura su cuadernillo marrón. Sus ojos sin fondo clamaban a Algo. Se [palabra ilegible] esa rareza de la desasimilación. (Pensé que le haría falta un buen tratamiento psíquico.) Me acerqué hacia ella tratando que no me viera. ¡Así fue! Seguía suspirando y escribiendo marcando en su rostro gestos de desesperanza. Sentí pena, a pesar de que su rostro no la inspiraba. Frunció las cejas tan fuerte que yo temí ver su rostro roto de continuar con esas flexiones faciales. Pesaban los minutos. Su cuerpo seguía inerte y desilusionado. Los suspiros fueron reemplazados por un silencio trágico. La miré profundamente. Contuve mis deseos de llorar. ¡Cuánto dolor había en ese cuerpo abandonado! ¡Cuánta angustia en esas manos aferradas al papel! ¡Qué trágico destino el de esta muchacha sentada que escribe y escribe!
¡No pude soportar más y me fui! En la calle, el sol doraba las sombras esfumadas. Aspiré esforzándome por no pensar en Alejandra.
Al pasar por una plaza, una paloma se posó en mi hombro. La acaricié agradecida. Ella levantó sobresaltado vuelo, pero me dejó una bella plumita. Miré el cielo. Presente y compacto de azul definido. Ya me sentía mejor. La figura de Alejandra sólo era una imagen borrosa.
***
Texto: "Cuaderno de agosto de 1955", Diarios (Lumen, 2013).
Imagen: fotografía de Alejandra Pizarnik.
2.8.16
Comunicaciones
El viento me había comido
parte de la cara y las manos.
Me llamaban ángel harapiento.
Yo esperaba.
***
Imagen: fotografía de Josef Koudelka.
Texto: Alejandra Pizarnik. Poesía Completa (Lumen, 2003).
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