Octubre [1955]
Escena en el tranvía: una señora gorda con tres paquetes y una niñita muy hermosa. Está parada a mi lado:
―¡Dios mío! ¡Ni un asiento!
(Mira los rostros de los agraciados, los que están sentados. Yo continúo leyendo. Los demás, a falta de libros, se amparan en las ventanillas o en el divino mosquito que zumba.)
―¡Y encima con la nena!
(Mutis.)
―¡Y estos paquetes de porquería!
(Mutis. Pero su rostro se ilumina. Algo le dice que hace calor.)
―¡Y encima todas las ventanillas cerradas!
(Mutis. La nena está por llorar.)
―¡Mamá! ¡Quiero sentarme!
―¡Callate! (La amenaza con la mano.)
(Sigue aferrada a la idea del calor.)
―Y todas las ventanillas...
―¡Mamá!
―¡Querés callarte o...!
(De pronto, se levanta una mujer madura y le ofrece el asiento. Contemplo el inmenso ramo de flores que lleva. La mujer gorda no quiere aceptar, pero se comprime toda para que su benefactora pueda levantarse. Acaricia a la nena que la superó en cuanto a argumentos "pro-en-busca-del-asiento-vacío". La sienta de un golpe. La nena es feliz. La mujer madura contempla con tristeza sus pobres flores estrujadas. De pronto, se levanta el compañero de asiento de la nena. La mujer gorda empuja a la mujer madura y rompiendo definitivamente una flor, se sienta. Noto que hace calor, pero la mujer gorda ni siquiera mira la ventanilla cerrada. Siento deseos de decirle por qué no la abre. Se acerca una mujer muy anciana. Trato de levantarme, pero un agudísimo dolor o punzada en el apéndice me lo impide. La mujer gorda la mira sonriendo esperando que se ría de las frases graciosas de su nena. La anciana se está cayendo. Siento deseos de decirle a la mujer gorda que siente a su niña en su anchísima falda y conceda el asiento a esta mujer. No lo digo. Vuelvo a san Juan de la Cruz.)
Mi única culpa consiste en no poder recordar dónde puse mi cordón umbilical, aquella noche que nací.
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Imagen: "Mi tía #2" de
Leda Astorga. Fotografía tomada del diario
La Nación.
Texto: entrada tomada de Alejandra Pizarnik. Diarios. Editorial Lumen.