30.7.07

Diario 02.02.56

Mar del Plata, 2 de febrero


1

El mar le hizo cosquillas a una mujer que salió gritando: “¡Encontré un fantasma! ¡Encontré un fantasma!”

2

Las olas flirtean con el sol… pero las escolleras observan y luego lo comentan, con gran escándalo de un viejo pulpo.

3

El mar quería sacarme el traje de baño para tocar mis pechos; yo no lo dejé pues aún no existe “confianza” entre nosotros.

4.

Un niño lloraba porque lo mordió una ola; ésta, de lejos, sonreía traviesa…

5

El mar no sabe de dónde viene ni adónde va, a pesar de ls mil teorías al respecto.

6

Esa ola pisó la sombra de un hombre, que huyó avergonzado.

7

El mar gritó de alegría cuando un pájaro de papel rojo le pisó la espuma.

8

El mar firma con su pseudónimo [falta texto].

9

Todos los años el mar realiza un acto de alegría. La causa: la posesión de su amada Alfonsina Storni.

10

Cuando miro el mar, el sol se siente celoso y me oprime los ojos.

11

Pensé que era una ola encendiendo un cigarro: luego vi el barco.

12

El mar se enredó en el corset de una mujer, mientras las olas se morían de risa.

13

El salvavidas es el pendiente de esa ola tan coqueta.

14

Las olas luchan en el crepúsculo, cansadas, llenas de sueño.

15

Una ola arrastró un zapato viejo. Un señor se lo puso y le dijo “gracias”. La ola tendió la mano a la espera de la “propina”.

16

Cuando el atleta entró en el mar, una ola, pudorosa, se bajó la falda.

17

Conmovía aquella olita que tenía miedo de saltar.

18

El mar se restrega los ojos todas las mañanas, cuando el barco toma el café con leche, y las lumas se [ilegible] y se maquillan con mermelada.

19

En los carnavales, el mar es humillado a la categoría de objeto: lo revuelven y tiran sobre los cuerpos, y a él le da vergüenza esos aullidos de terror de las mujeres gordas.

20

Un ola se suicidó al ver su retrato tremolando [falta texto].


Nota (imagen): Pizarnik y unos amigos (no identificados) en la playa.

Nota (texto): Diario de Alejandra Pizarnik.

10.7.07

Ráfagas de Alejandra Pizarnik

Caricatura de Alejandra Pizarnik- LOREDANO


Por: Nora Catelli


Los diarios de Alejandra Pizarnik, escritos entre 1954 y 1972 -año en que se suicidó-, constituyen un hecho editorial único; no sólo dentro de la tradición argentina, sino en castellano. Su carácter único, dentro de estos géneros, reside en que no existe otro caso conocido en que se vaya a disponer, casi con certeza, aunque no todavía, de una publicación completa, sin filtro de autor, pariente o censor, de un material tan abundante, tan ligado desde el principio hasta el final a un destino de escritora. Por otro lado, se trató de un diario de frecuentación permanente y sistemática, en el que hay tres o cuatro líneas visibles: origen y familia, lengua y educación, identidades, prácticas sexuales y posición subjetiva.

-padres inmigrantes judíos recién llegados, en 1933, al puerto de Buenos Aires- y familia -la típica, pequeña y proverbialmente sórdida familia de clase media- están en íntima vinculación con la lengua, pero no una lengua propia, sino adquirida en la escuela. Por ello, estos diarios permiten asistir al despliegue de un yo cuya relación con el idioma fue tan complicada y en principio aleatoria como la de otros muchos escritores argentinos -Victoria y Silvina Ocampo, por ejemplo-. Pero, al mismo tiempo, es casi su revés: ellas escribían en el francés de institutrices y gobernantes y se traducían al castellano. En cambio, con un horizonte poco prestigioso de yídish y una infancia de escuela hebraica y pública argentina, Pizarnik debió valerse de un solo instrumento, una limitada lengua escolar tal como la recibía, cuyos modelos eran Campoamor, Miró, Jiménez, Machado y José Hernández; ninguno poseía la menor relación con los idiomas de la calle o de la casa; ninguno poseía tampoco el menor vínculo con la lengua viva de la literatura argentina de los años cincuenta -desde Macedonio Fernández o Borges hasta Leopoldo Marechal, Oliverio Girondo o Cortázar-. Los diarios atestiguan su dificultad para plegar sus necesidades expresivas a ese modelo tan anacrónico y, sobre todo, prueban la lentitud del proceso por el cual se fue apropiando de un canon castellano aceptable y rico, más allá de las lecturas escolares. Por eso el sistema de lecturas registrado aquí no es sólo un lento camino de acceso a la literatura sino un revelador -y fracturado- trabajo de educación del oído.
Mezclado con estos elocuentes repertorios de aprendizaje de un idioma literario aceptable, hay, en los diarios de los años sesenta, secuencias en las que Pizarnik alcanza ciertos atisbos de equilibro expresivo en la plasmación de su vida sexual: "Mi sexo gime. Lo mando al diablo. Insiste. ¡Qué molesto es! ¡Cómo lo odio! Sexo. Todo cae ante él. Fumo para ver si se calma". O: "He descubierto mi tendencia a conversar de temas obscenos, tratándolos con humor". Un espacio familiar neurótico de clase media, con su intimidad obscena, pauta también la escritura: "Sufrimiento cuando estoy a solas con mi padre... De todos modos, jamás lo sentí como padre. Y dudo que él mismo lo haya sentido nunca. Es tan infantil. Tan joven. Debe estar asustado del monstruo que engendró. Él, tan apuesto, tan simple".
Similar incomodidad frente al cuerpo, un cuerpo visto como instrumento insuficiente ante la exigencia radical del género. "Profunda tortura cuando camino por Santa Fe entre el 1200 y el 1800, donde transitan [...] las mujeres más bellas de Buenos Aires. Las miro o mejor dicho no las miro porque yo cuando camino no miro a nada ni a nadie, sino que las intuyo o las veo de alguna manera. Está dicho: una mujer tiene que ser hermosa: aunque escriba como Tolstói, Joyce y Homero juntos". No es una banalidad esta preocupación, obsesivamente presente en Rosa Chacel, entre otras muchas escritoras. Como decía Hannah Arendt, en la mujer la necesidad inapelable de la belleza se debe a que le garantiza una defensa frente a lo exterior, una muralla indispensable para construir la esfera subjetiva.
Junto con esta progresiva asunción de una esfera subjetiva susceptible de ser volcada en palabras, Pizarnik parece estar buscando, no por azar, algún tipo de cláusula más larga, una frase que le permita dominar el mundo y dominarse a sí misma, algo que sólo llegará al final y únicamente como certificación de un fracaso: "Quiero escribir cuentos, quiero escribir novelas, quiero escribir en prosa. Pero no puedo narrar, no puedo detallar nada porque nunca he visto a nadie. Tal vez si me obligaran a ver, si me obligaran a expresar fielmente lo que veo. La poesía me dispersa, me desobliga de mí y del mundo".
un periscopio que se va volviendo hacia sí mismo, Pizarnik fue drástica -quizá de modo inadvertido, pero no por eso menos evidente- en la imposibilidad de inscribir en sus diarios el mundo exterior. Ensimismamiento, autorreferencia, incomodidad ante cualquier tipo de exigencia pública, laboral o institucional, crudeza e ironía en la voz y en la mano (hay dibujos en los cuadernos) que buscan ambas un modo creíble de transmitirse a sí misma ciertos itinerarios sexuales y dos decisiones casi desde el principio asentadas: ser escritora, matarse. Allí se ven -aunque aquí no consten, porque la selección no los incluye- dibujos de revólveres con instrucciones para poder utilizarlos, recetarios de combinaciones de toda clase de somníferos, barbitúricos y tranquilizantes, pactos sugeridos para ser ayudada a morir, adopción sucesiva de distintas máscaras sexuales, amores femeninos y masculinos además de rivalidades literarias drásticas, como cuando se pregunta quién es Olga [se refiere a Olga Orozco] y se responde que es alguien que no acepta la evidencia de que ella -"Alejandrita ¿no-parece-un-ángel?"- es la mejor poeta.
En los últimos años, junto con estos estratos, el horror al embarazo, caprichos, dudas y reproches a amigos y conocidos, e incluso, todo a lo largo de 1971 y 1972 -año que esta edición suprime por completo- amour fou y desposesión, además de torturantes relaciones paranoicas con unos vecinos con los que estableció -al menos, en el diario- una especie de erotizado triángulo. Es la época en que la escritura del diario se acelera y se vuelve agilísima, superando los previos desajustes escolares o sentimentales de sus giros personales, que ahora se adecúan a la experiencia vivida y la transforman en algo relevante, en un modelo de registro de intimidad -tan distinto pero tan revelador como el Oscar Massota de Roberto Arlt, yo mismo (1962)-. Aquí caben lo grotesco, lo procaz, lo sádico, la explosión, la risa, la mueca sardónica o el arrebato.
Pero de las muchas Pizarnik del diario, esta selección recoge sólo los tramos que pueden confluir en una imagen única y, además, discutible: la de poeta sublime. Quedan fuera otras, las que dan a este diario una índole también significativa; la del trabajo con los fantasmas del fracaso, con la corrosión y la fractura de una dimensión subjetiva que no abdicó, ni siquiera al final, de la conciencia de un destino literario.

Nota: Artículo tomado de el diario El País.

3.7.07

EL DESEO DE LA PALABRA



La noche, de nuevo, la noche, la magistral sapiencia de lo oscuro, el cálido roce de la muerte, un instante de éxtasis para mí, heredera de todo jardín prohibido.

Pasos y voces del lado sombrío del jardín. Risas en el interior de las paredes. No vayas a creer que están vivos. No vayas a creer que no están vivos. En cualquier momento la fisura en la pared y el súbito desbandarse de las niñas que fui.

Caen niñas de papel de variados colores. ¿Hablan los colores? ¿Hablan las imágenes de papel? Solamente hablan las doradas y de ésas no hay ninguna por aquí.

Voy entre muros que se acercan, que se juntan. Toda la noche hasta la aurora salmodiaba: Si no vino es porque no vino. Pregunto. ¿A quién? Dice que pregunta, quiere saber a quién pregunta. Tú ya no hablas con nadie. Extranjera a muerte está muriéndose. Otro es el lenguaje de los agonizantes.

He malgastado el don de transfigurar a los prohibidos (los siento respirar adentro de las paredes). Imposible narrar mi día, mi vía. Pero contempla absolutamente sola la desnudez de estos muros. Ninguna flor crece ni crecerá del milagro. A pan y agua toda la vida.

En la cima de la alegría he declarado acerca de una música jamás oída. ¿Y qué? Ojalá pudiera vivir solamente en éxtasis, haciendo el cuerpo del poema con mi cuerpo, rescatando cada frase con mis días y con mis semanas, infundiéndole al poema mi soplo a medida que cada letra haya sido sacrificada en las ceremonias del vivir.