27.10.15
(1936-1972) por Jamila Medina
(1936-1972)
GRAND PRISMATIC SPRING
sobre la enorme primavera del lago en el parque de la piedra amarilla
esteras de bacterias entretejen la gran balsa azul de Flora
–estéril por la fiebre de un fondo de alta profundidad
pero tan maravillosamente multicolor a los lados
que las parejas desandan por los senderos
de madera apuñalados en el aire
sobre cuatro patíbulos.
Salta
del géiser
(un box spring)
el bosque virgen que no quisiste abrir
aunque espumaba a rabiar –como un alkazelzer en un vaso–
y ella quería contarte lo que acontece antes y después de la muerte (de la noche).
La sirena del fango cuya belleza sobrenada en un manto de invertebrados acuáticos
(gusanos caracoles cangrejos libélulas… pulsos de mujer)
no reina abajo; deja tu inmensa balsa quieta.
La primavera
es todavía balbuceante
pero el verano aquí rompe en humores ácidos (rojo lima)
y el invierno la arropará en un verde fronda verde capullo destripado:
su huevo en ninfa larva pupa y sola tú podrás al fondo refulgente de la charca
dentro del lago cruel: bocas pintadas de polichinelas con hilos de oro como la cara de la princesa Wan Dou sobre una de las jade(antes) 2.600 teselas.
Te dejaré que lleves sanguinolento el sexo bajo un abrigo blanco de plumón
y la mano enjoyada con alguna otra mano de mujer cortada (quizás Norma J. Baker:
con los dientes blanqueados puntualmente en seconal)
que se te ajuste suave en la muñeca.
Rema y calla rema y calla chupa y rema
entre los ojos de buey del camaleón veo un campo de algas trepadoras
de pulpos color vino y cabezas con pañuelos que llenan de grafitis la lengua de tu voz
alzo esta cas/ja de música hasta la concha de tu oreja
escucha, son Les Quartiers de París:
una espiral de alcantarillas circulares
donde flotar en la stultifera navis.
La piedra de la locura, la piedra lunar, la piedra angular,
la piedra
filosofal
se puede extraer por la nariz y embalsamarte rápido
o puedes dejarte podrir emparedada en tu propio cuerpo
de junco de molino de trigo de mancuerna de espigas del arroz.
Del lodo
una capa infame
con incrustaciones de gusanos
medallones de almejas crujiente frufrú de cuerpos de libélula:
serás de hierro entonces un hierro al rojo vivo
que cunda entre los muslos cuando elijas
(ser Blanca Buda)
hasta que entre el invierno:
y seas de un verde ojos dormidos
un verde rabia de mujer y un verde
uñas de Sally Bowles
que en medio
de la nieve
calado
se atraviesa vertical: un árbol en vez de bulbo/a en flor.
Sobre el agua
del deshielo se podrán
rearmar para ti todas las muertes
caleidoscopio con los iris arrancados
en Yellowstone, THE GRAND PRISMATIC SPRING.
En corredores
púrpuras
y malvas:
soberbia
pudriendo lento
–como crece una alfombra
tejida a mano–
espinarás primero suave
y el oasis
irrumpirá violentamente por abril:
huertos de lilas
todas las lilas
vivas y muertas
a deshojar
en mayo.
Serás podada rigurosamente
prýgai, visná
(salta, salta, primavera)
acorralando
el jardín raja en ti.
***
Texto: poema de Jamila Medina (Holguín, Cuba, 1981).
Imagen: "Water Music", foto de Anka Zhuravleva.
14.10.15
¿Qué soledad es ésta, llena de otro, con sus ojos y sus manos y sus cabellos poblando la aparente soledad de tu noche?
Sábado, 18 de agosto [1962]
[…]
¿Qué soledad es ésta, llena de otro, con sus ojos y sus manos y sus cabellos poblando la aparente soledad de tu noche? Estás sola, escribiendo. Pero no estás sola. Aventura mágica, atroz. Ni siquiera escribes para ti. Su ausencia es un pretexto para que tú lo ames como quieras en esta habitación desolada en ruinas. Si viniera una sola vez, si una sola vez estuviera junto a ti, hablando de cosas posibles de ver y de tocar, tú no amarías de esta manera acabada y perfecta. Pero como no viene estás atada —cuerdas entre sus ojos y los míos, entre sus manos y las mías, entre su sexo y el mío— su persona maravillosa que siempre ves delante de un resplandor penoso y lo ves perfectamente y lo amas y sabes que cuando sonría a miles de kilómetros en algún sitio lleno de humo y de música, el rostro de quien está con él se esfumará y será el negativo de una fotografía porque en verdad te sonríe a ti —su sonrisa atraviesa paredes y distancias (estás retribuyéndole la sonrisa mientras escribes, mientras le escribes)—, y te preguntas cómo podrás mirar sus ojos cerca del mar y qué le dirás, porque habrá otra gente entre tú y él y tú sabrás o no sabrás ocultar tu delirio por su mirada que merece un amor menos salvaje y temible e inútil que el tuyo. Porque puede calcular sus respuestas verbales o físicas en la soledad de tu cuarto, puedes amarlo u odiarlo en la desierta extensión de tu amor sin desenlace, pero no puedes predecir sus miradas, sus sonrisas, sus ademanes de placer o de disgusto cuando lo mires con tus ojos heroicos y harapientos. A veces quisieras construirle un palacio con las piedras que arrancarías con las manos llenas de sangre de los lugares más bellos y lejanos y a veces quisieras insultarlo a los gritos y bailar sobre su cadáver y decirle: “Si estuvieras muerto escupiría tus ojos, aun muerto te insultaría y te golpearía porque me has dejado tanto tiempo sola, debajo de una alcantarilla, amándote perversamente en lo más bajo de una soledad grotesca y pestilente, hecha de tu cuerpo invisible y de mi deseo por ti que sólo morirá conmigo”. Aun así, te amaré y me arrojaré sobre ti, te obligaré a todas las posturas posibles e imposibles de un acto amoroso que necesitará cumplirse, aquí abajo o en donde quieran, pero que se realizará por designio mágico, porque hasta un idiota como quien te ama comprende que en este mundo inmundo tanto deseo ha de cumplirse, en la tierra o en el cielo, según sea tu voluntad, amor mío. Pero no dejes que te odie: pensar en ti con odio es respirar agujas oxidadas. Cúrame de ti. Cúrame de tus ojos que merecen un amor más articulado y bello que el que no me deja respirar en estos instantes. Déjame llorar en tu hombro, acaríciame la cara, ruégame que sea sana y prudente y sensata y sálvame de mi locura por ti. Esto es fácil de pedir, así, por escrito. Pero tú nunca me leerás. Por eso, cuando me veas, dentro de unos días, hostil enemiga o demasiado servil o huyendo de ti para irme con otro en la noche de las sustituciones, tienes que saber que lo hago por ti, porque apenas conozco tu lengua y no sabría hallar las palabras que te [dijeran] informaran que vives en mí y mueres conmigo, cada noche. Y aunque hablara tu lengua, aunque tú hablaras la mía, los dos sabemos que no se trata de gramática ni de riqueza de vocabulario. Lo que nos sucede está tan lejos que achacar a la lengua lo que no sería posible decir en ninguna es una cosa risible, digna de quien está en un estado vertiginoso y apremiante como yo. Y cuánto me hace querer morir la sospecha de que me llorarás. Y estar en agonía, llamándote, y que vengas —quién se niega a tu último llamado; no tú, con tu bondad sin límites—, y que vengas a comprobar mi amor absoluto, cifrado en tu nombre que pronunciaría como una santa el de Dios. Y tú me besas —por una vez— y me hablas con tu voz que no imagino cerca del mar. Pero no es así; mi cuerpo es joven, ingenuamente sano, y mi sexo se abre y se cierra, aletea infinitamente como una paloma petrificada en el momento del arrullo que así se quedó y lo emite para siempre. Angustia del sexo abriéndose y cerrándose a la espera del tuyo que no vendrá, labios funestos que no dejan de susurrar su clamor fálico. A veces me toco, cierro los ojos y me digo: Es tu mano. Imposible el orgasmo a larga distancia. Quiero lo tuyo y lo digo. No me consuelan los otros, nadie me consolará nunca. Quiero tu sexo y lo digo, quiero dormir contigo y lo digo. Quiero hundirme en tu abrazo —una sola vez siquiera— y gemir al unísono contigo, mi lengua en la tuya, en el silencio de la noche que ya no será noche sino una isla de perfumes y delicias apenas soportables en las que necesitaré de toda mi inocencia y de toda mi perversidad y de un coraje inaudito para sobrellevar tanta dicha —que no sé imaginar pero que será (lo presiento) infinitamente más terrible que tu ausencia de ahora, que mi angustia de ahora, en esta noche en que te amo tanto y en que te odio porque no vienes.
***
Texto: fragmento de la entrada del diario de la autora (Lumen, nueva edición ampliada) correspondiente al 18 de agosto de 1962.
Imagen: fotografía de la serie "El ojo del amor" de René Groebli.
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